Un calor inclemente y 45 minutos de retraso no lograron mermar el entusiasmo de las decenas de personas que se reunieron ayer en el Cementerio General para celebrar el legado literario de la escritora costarricense Yolanda Oreamuno.
Esta fue la primera vez tras su fallecimiento, hace 55 años, en que la autora estuvo acompañada de un nutrido grupo de seguidores compuesto por familiares, amigos y lectores alrededor de una tumba que también, por primera vez, tenía una placa para identificarla.
Minutos después de la hora citada, 10 a. m., varias personas se congregaron en torno a la tumba, decorada con tres grandes ofrendas florales y varios ramos de menor tamaño, todos ellos con flores blancas: rosas, margaritas, gerberas y hasta orquídeas.
A pesar de que los organizadores invitaron a los asistentes a llevar sus propias flores blancas, fueron pocos los que acataron el llamado. Antes que flores, muchos prefirieron sostener sombrillas y paraguas para contrarrestar los efectos de un sol abrasador.
En la cabecera del sepulcro se levanta desde ayer una cruz de mármol rosado, flanqueada por dos floreros del mismo color y material.
La cruz sostenía ayer una fotografía inédita de la escritora, la cual fue generada digitalmente por el fotógrafo Eugenio García a partir de un negativo antiguo.
“Encontramos el negativo en un sobre con fecha de 1946, estaba en pésimo estado. Es lo único que pudimos conservar de ella”, dijo Ana Barahona, nieta de Oreamuno.
Tras una espera de tres cuartos de hora, los asistentes fueron convocados a ubicarse bajo un toldo con el logotipo del Museo Nacional, a la postre el único signo visible del Ministerio de Cultura en este acto.
El recuerdo de Yolanda convocó a personalidades de las letras y las artes costarricenses como las escritoras Emilia Macaya y Mía Gallegos, la filóloga Amalia Chaverri, la historiadora del arte María Enriqueta Guardia, la pintora Dunia Molina y el editor Óscar Castillo.
Más que discursos, los oradores de la velada le regalaron a Yolanda Oreamuno palabras honestas centradas en exaltar el legado de su producción literaria antes que escudriñar en su azarosa existencia.
Ellos fueron Juan Pablo Morales, Alfonso Chase, Jacques Sagot, Sergio Barahona, Ana Barahona y Dionisio Cabal. Finalmente, la placa ausente por 55 años fue develada, y desde ayer un bloque de mármol negro les susurra a los costarricenses: “Tal vez sólo a la muerte se llega demasiado temprano”, en palabras de una escritora inmortal.