Al asomarse desde cualquier ventana de la casa de Tomás Sánchez, uno siente que este pequeño retiro en Escazú está rodeado por completo de los cuadros monumentales del artista cubano. Paredes de verde jade, horizontes poblados de más y más árboles; al fondo, un mosaico de techos de casas que bien podría ser imagen de un basurero gigantesco. Tal vez lo sea: la naturaleza se come todo.
Desde la década de los años 70, Sánchez Requeiro ha sido uno de los artistas visuales más destacados de Cuba; sus pinturas de sobrecogedores paisajes le granjearon fama internacional y, con los años, han terminado por parecerse a él.
Una mañana reciente, en aquella casa alta, Tomás, vestido de verde y con los ruedos del pantalón manchados de pintura, comentaba los cuadros que componen Paisaje , su primera exposición individual en el país (estará el Museo de Arte Costarricense hasta el 28 de noviembre).
Arboledas inabarcables y montañas de basura: tales son los dos “estados de la mente” que pinta Sánchez, dos espacios que se contradicen, se sobreponen, se ensanchan en sus horizontes. En algunos, un hombre minúsculo medita. Hay poco movimiento. Están detenidos en el tiempo.“Me meto por completo en el espacio de la pintura. Cuando estoy representando un espacio tridimensional, la sensación que tengo, si estoy pintando un árbol en el horizonte, es que lo estoy pintando allá, en el horizonte, y no aquí”, dice Sánchez. “Es una especie de estado meditativo, en el cual el espacio ilusorio representado se vuelve tridimensional en mi experiencia”.
Al ver los cuadros a ambos lados del pasillo, uno siente como si, de tropezarse, corriera el riesgo de caer rodando por serenas colinas, hondonadas boscosas y lagunas quietas. El pincel meticuloso de Sánchez engaña el ojo; sin embargo, sus paisajes no son solo eso: sus paisajes son rincones de la mente.
“Muchos artistas, yo diría que casi todos los artistas, en el proceso de trabajo, llegan a un momento en el que entran a un estado muy cercano a la meditación”, dice. En él, la meditación es el revés de la hoja de su vida: pintar es meditar y viceversa. Esa es su vida.
Joseph Brodsky: Las sombras de un árbol atrapan a un hombre,/ como las redes a los peces.
Tomás Sánchez no camina por los pasillos de su casa, fluye. Frente a su estudio, docenas de carpas se agitan como llamaradas cuando les arrojan alimento al estanque.
“Mi vida transcurre entre mi jardín y mi estudio. A veces pasan dos o tres meses durante los cuales no salgo”, confiesa. Las paredes de su casa son hojas porosas que invitan a la luz.
El jardín es creación suya, una pintura ampliada. Sus paisajes no son representaciones de espacios naturales, sino expresiones de sí mismo, posibles gracias a la experiencia de la meditación. “En mi meditación, generalmente, no hay imágenes, no hay nada: mis meditaciones son muy abstractas. Solamente hay estados interiores de expansión de conciencia, de gozo, de percepción de las cosas como energía”, dice.
“Pero, cuando salgo del estado de meditación, hay un momento en que me doy cuenta de que estoy mirando toda la montaña y, al mismo tiempo, la estoy percibiendo con todos sus detalles, la estoy percibiendo como luz, como energía, siento relación con la montaña: yo soy energía y la montaña también”, explica.
Esa sensación de unidad con la naturaleza sobrecoge también al espectador. ¿Qué distancia hay entre esos frondosos árboles y la mano? ¿Qué separa el ojo de la tela? Detrás de los paisajes, tras su “vestuario”, como él llama a esa exquisita atención al detalle, se percibe un pensamiento profundo en torno a la estructura. “En mi pintura hay mucha síntesis. Si llevas la composición hasta lo geométrico, te puedes encontrar, detrás de un cuadro mío, una pintura minimalista”.
Sánchez, originario de la provincia de Cienfuegos, empezó a formarse desde muy joven en la centenaria Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro. Luego, con la guía de Antonia Eiriz, en la Escuela Nacional de Arte, en La Habana. Se llevó consigo los paisajes de Cienfuegos y, aunque empezó a pintar obras de carácter expresionista –influido en parte por Eiriz–, en los 70, dio este viraje hacia un paisaje que es una búsqueda interior.
Jorge Boccanera: Lo que no es selva es ruina.
En el centro de su estudio, una obra descansa en su inmensa quietud, como un hombre que medita. “La meditación produce una perspectiva amplificada del mundo. La experiencia fundamental de la meditación es entender que uno no está separado de él, que uno no es un cuerpo, sino una unidad con algo muchísimo más grande”, afirma.
En el futuro, planea crear una fundación que permita a artistas acercarse a la meditación, como un ejercicio de búsqueda y de acercamiento a sí mismo y al mundo. Aspira a albergar artistas residentes y a conectar a más personas que, a través de prácticas de esta índole, puedan aprovecharlas para la expresión artística.
“Una persona que empieza a practicar meditación, si tiene constancia, muy pronto empieza a experimentar expansiones de conciencia. En ellas, se da cuenta de que el mundo es energía, de que su cuerpo es energía. Es como si las envolturas de todo se disolvieran; uno empieza a pensar en el mundo como un océano de energía. Ese no es el final de la meditación, sino el principio de la buena meditación”, considera.
Uno imagina que, al pintar minuciosamente cada árbol, el artista expande su mente de la misma manera. Lo acerca al mundo.
A.R. Ammons: Basura tiene que ser el poema de nuestra época porque / la basura es lo bastante espiritual y creíble como para // embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio, / amontonándose, apestando, manchando los arroyos (...).¿Qué se puede decir de la basura? Solo contemplarla: aceptar la destrucción: la que nos provocamos. Dice Sánchez que, al meditar, uno se convierte con mucha facilidad en un ecologista: así lo obliga la sintonía con el mundo.
“Creo que a la ecología se llega realmente a través de la conciencia interior. Algún día serán más y más las personas que tengan esta experiencia de la unidad de todo”, opina. “Creo que la ecología es la política del futuro. Si queremos salvar el mundo, debe convertirse en una política protagónica, olvidarnos de las izquierdas y las derechas, porque tanto las izquierdas como las derechas están destruyendo el mundo”.
Son curiosos los basureros de Sánchez: son rastros de muerte, pero vívidos, de colores alegres. ¿Son sus basureros una anulación total de la vida o un estado que podemos superar?
“Creo que se puede superar. En el mundo hay dos tendencias que cada vez se polarizan más. Por un lado, la tendencia a salvar al planeta del cambio climático, a hacer que la vida humana sea sostenible y, por otra parte, la gente que quiere ganancias a costa de todo, a costa de la destrucción. Hay una furia inmensa por ganar dinero, por hacer negocios, pero, por otra parte, hay un movimiento cada vez mayor hacia la ecología, la meditación, una relación diferente de la naturaleza, una revalorización de las culturas prehispánicas, la pertenencia a la Tierra y el respeto por la diversidad”.
A Tomás Sánchez hay que entenderlo como dualidad. Basura y natura son dos complementarias. ‘Si tú me pones a pintar paisajes nada más, exploto. Si me pones a pintar basureros nada más, exploto. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que los dos temas son paisajes. La relación ideal con la naturaleza, que el hombre contempla, disfruta y la adora, y otra relación en la que el hombre recibe el desastre, el fruto, el detrito de todo lo que consume, a veces innecesariamente’, asegura.
Sus paisajes no son visiones; son formas de mirar. A través de ellos, lo natural vibra de manera distinta. Mientras hablamos, revolotea fuera un colibrí. Es como nosotros. O somos nosotros.
La exposición
En el museo de La Sabana Paisaje , primera exposición individual de Tomás Sánchez en el país, estará abierta al público hasta el 28 de noviembre en el Museo de Arte Costarricense, en La Sabana. Ocho piezas de gran formato, todas en acrílico y óleo, que forman parte de la colección del artista, integran esta muestra del cubano.
Sánchez nació el 22 de mayo de 1948 en la provincia de Cienfuegos, y empezó a estudiar a los 16 años en la Academia Nacional 3 de Bellas Artes San Alejandro. Prosiguió en la Escuela Nacional de Arte en La Habana.
En 1980 recibió el Premio Internacional de Dibujo Joan Miró y empezó una carrera internacional que lo ha convertido en uno de los más prestigiosos pintores latinoamericanos.