¿Qué está pasando hoy en el arte del país? El Museo de Arte Costarricense (MAC), ubicado en La Sabana, ofrece una aproximación a las respuestas con la selección del Salón Nacional de Artes Visuales, un espacio revitalizado, tras 24 años de pausa, que puso a dialogar a distintas generaciones.
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Con obras frescas, críticas y hasta polémicas, Sara Mata, Luciano Goizueta y Javier Calvo ganaron en diferentes categorías. Ofrecemos un acercamiento a estos tres jóvenes artistas y conversamos acerca de su propuesta artística y carrera.
Sara Mata, nuestro paisaje como construcción
Las tiendas chinas son el mejor lugar para que Sara Mata compre los suplementos artísticos para sus trabajos. Con el follaje artificial made in China que adquiere, la artista de 29 años construye paisajes que, luego, fotografía y pasan sin problema como una imagen de nuestra naturaleza.
Usted lo puede constatar en Trópico para llevar 1 y 2 , que se exhibe en el Museo de Arte Costarricense. Parecen tan reales, pero no: son una doble mentira. Ni la naturaleza es real ni la fotografía es garantía de veracidad; lo que sí hay una mirada diferente sobre nuestro paisaje.
Con este trabajo, a Sara Mata se le reconoció en la categoría de obra bidimensional del Salón Nacional de Artes Visuales. “En el instante que la obra evade los límites del canon, jugando entre la dialéctica permanente y la sutileza de breves intervenciones no pictóricas, la obra resulta efectiva. Es, a partir de ahí, donde podría ampliarse, buscando una dislocación más ambiciosa”, comentó el jurado en el acta.
Y es que, efectivamente, esta artista subvierte y dialoga con la tradición paisajística costarricense. Sin embargo, a ella no le interesa la reproducción, mas sí la representación.
“Trabajo la representación de lo natural por medio de lo artificial. A mí me cuesta reconocerme en esas imágenes de calendario de Costa Rica, en esa idea de que eso es lo natural. El paisaje y la naturaleza están en constante redefinición”, asegura Mata, quien se graduó de la carrera de Fotografía de la Universidad Veritas.
¿Qué es, entonces, el paisaje? “Una definición del otro, una mirada”, asegura. Por lo tanto, es una creación, una construcción y ella juega con esto.
“Hay un conflicto en el paisaje costarricense, en la representación de lo natural. Tenemos una imagen como país, pero, a la vez, está lo que vemos todos los días: la ciudad, el medio ambiente, el cambio climático, el calentamiento global, lo que está pasando... ¿De dónde surge esa idealización?”, reflexiona esta artista, quien tuvo su primera exposición individual, titulada Diversidad , el año pasado en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC).
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Tan lindo que es mentira
Además, hay otro tema ligado que a Sara le interesa: cuando vemos en la naturaleza algo muy bello lo comparamos con lo artificial, con lo creado. “Mucho de mi trabajo está detonado por frases que oigo y que son muy comunes. Por ejemplo, una vez una señora dijo: ‘Qué lindas flores hasta parecen de mentira’”, cuenta.
Así, ella le agrega varias capas a sus fotografías.
“Creemos que tenemos el paisaje asumido y que ese es. Y no. Hay una constante redefinición de los que vemos y de lo que hay alrededor; por eso, no podemos seguir viendo de la misma forma”, agrega la artista.
Comenzó a explorar lo natural/artificial desde que estudiaba en la universidad y allí empezó a trabajar en el paisaje como una construcción, con una estética kitsch .
De esta forma, ella dialoga con los artistas que han representado el paisaje costarricense en otros tiempos y, por tanto, en otros contextos. “Este Salón propicia la conversación entre generaciones y temáticas. Esto es lo más valioso”, expresa.
La suya es una nueva voz en esta discusión.
Luciano Goizueta, teatrinos y pintura que emerge de la pintura
Al fondo de la nave central del Museo de Arte Costarricense, se halla un pequeño teatrino, un ensamble repleto de pintura, recortes, figuritas, colores y niveles. Una diminuta esquina se vuelve gigante en una enorme pintura con reminiscencias pop, que está colocado detrás. En The American Home , el artista Luciano Goizueta juega con el micro y el macro; y uno lo sigue acercándose y alejándose entretenido.
Este trabajo hizo al artista de 35 años ganador de la categoría de obra tridimensional en el Salón Nacional de Artes Visuales.
La obra es resultado de la convergencia de inquietudes que había desarrollado en diferentes trabajos. Por un lado está la serie llamada Microcosmos , que Goizueta comenzó a trabajar en el 2010, en la cual creaba pinturas de gran formato a partir de fragmentos de la paleta donde mezclaba los pigmentos de la obra anterior. Así surgió la exposición individual Ouroboros en el 2015, una muestra de pintura que surge de la pintura, la cual expuso en la Galería Equilátero.
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Por otra parte, están los ensambles que crea a partir de objetos que va acumulando en el estudio. En apariencia no tienen mucho en común, pero en conjunto adquieren interpretaciones interesantes.
También está su interés por el retrofuturismo, la idea de un futuro imaginario planteado desde el pasado, lo cual también ha trabajado en otra serie.
Todo esto confluye, sin límites ni reglas autoimpuestas en The American Home .
“Es un ensamble a partir de elementos encontrados, usando una paleta de pintura, creando un refugio y llevándolo luego a gran formato, explorando la mancha y la copia, intentado navegar entre los diversos intereses de las series anteriores... The American Home es una obra abierta que interpela al observador y quizá lo lleve también a un encuentro consigo mismo”, explica.
El jurado del Salón la consideró de “gran potencia y eficacia visual y conceptual”. “Esta obra posibilita una aproximación a la cotidianidad abrumadora en tiempos contemporáneos”, escribieron en el acta.
Lucha contra el olvido
Esta “arqueología de la cotidianidad” se trata de un esfuerzo por reconstruir la memoria, recuperar los destellos de lo ocurrido antes de que sean consumidos por el olvido.
Incluso, el interés de Goizueta por capturar el tiempo es más evidente en el proyecto 11:11 , dibujos en que captura vivencias siempre a la misma hora. La obra se exhibe en el MAC dentro de la selección del salón; en agosto, cuando se complete un año con la serie, Goizueta buscará exponerla en su totalidad.
Luciano continúa investigando las posibilidades que le da la unión de sus intereses artísticos y siguiendo el norte que el propio trabajo le dé.
Es un artista muy activo desde el 2008. En los últimos años ha expuesto bastante en el extranjero; de hecho, el año pasado, exhibió Cuentos cortos en La Erre Espacio Cultural en Ciudad de Guatemala.
También trabaja en una muestra grande de su propuesta. “Regreso una y otra vez a ese archivo que compulsivamente recopilo en un intento por perdurar lo que inevitablemente se escurre”, escribió el artista en el 2016; sus palabras aún son vigentes para describirlo.
Javier Calvo, explorador de mitos
No hay cómo olvidarse de las obras de Javier Calvo: una quemadura de sol (hecha adrede) con el mapa de Centroamérica en el pecho, un tatuaje en el antebrazo con la frase “El blanco es relativo” o el recubrimiento con talco de la estatua de Pablo Presbere en una celebración del 12 de octubre en Limón... Aunque sus trabajos son provocadores –e incluso polémicos–, este artista y profesor universitario de 35 años no busca el golpe efectista, sino reinterpretar, crear nuevas lecturas y reflexiones sobre mitos, arquetipos, identidad y otras preocupaciones.
Ël es bien conocido en el ámbito del arte contemporáneo nacional, así como en el extranjero por trabajos en Centroamérica, México, Estados Unidos, Australia, China, Egipto, Brasil y Holanda, entre otros. El año pasado participó en la X Bienal Centroamericana con el performance Nuevo mundo y en el 2013 presentó la exposición llamada Dis-Local , en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, con la cual obtuvo el Premio Aquileo J. Echeverría en Artes Visuales –de forma compartida con Joaquín Rodríguez del Paso–.
Con la obra Águila , Calvo ganó la categoría otros medios en el renovado Salón de Artes Visuales. En esta instalación, compuesta por múltiples bloques pequeños de cemento y coronada por un águila imperial, él hace una nueva lectura de un supuesto monumento nazi en Tres Ríos, creado en 1929.
“Lejos de la historia oficial, el proyecto Águila propone nuevos modelos para repensar la historia. (...) En su pesquisa, el artista apunta hacia la importancia de elaborar relecturas de aquello que es considerado como legítimo e inamovible, con una carga crítica y no eufemística. El resultado es una obra visualmente poderosa, que inquiere en el espectador un esfuerzo por elaborar nuevas apreciaciones y sensaciones sobre lo que se le ha otorgado como dato único”, argumenta el acta del jurado del Salón.
La pieza provocó polémica cuando se publicó en redes sociales una imagen en que se decía que cómo era posible que se exaltara un vestigio nazi en un museo nacional. El propio artista lo cuenta y su defensa es clara: “No es un enaltecimiento. Hago una reinterpretación en una escultura en un salón de artes, que está en un lugar específico: un museo que antes fue aeropuerto. Todo esto me sirve para trabajar el tema de lo histórico, la creación de los nacionalismos, los mitos asociados al monumento (no hay un solo documento que asegure que es nazi), ahondar en la metáfora del vuelo (despegue, ascenso)”, detalla Calvo.
¿Debe ser una obra explícita, decirlo todo, agotar su sentido en sí misma para no posibilitar “malos entendidos”? Él responde: “Me lo pregunté: ¿debo crear estrategias para que la gente pueda ver todo o debería hacer el trabajo que me interesa hacer? Por supuesto, hago lo segundo... Esta es una obra, no es la verdad. Es una interpretación, que tiene que ver con mis temas y preocupaciones. Y cada persona que la vea se enfrenta a nuevas lecturas”.
¿Cómo leer una obra contemporánea en un museo que, durante años, fue más conservador en su visión del arte? “ El arte es un sistema. Como dice Luis Camnitzer, el museo es una escuela. Uno no llega al museo como al mall , a ver vitrinas, se va a aprender como a la escuela. La gente debe ir más allá de la imagen, buscar otras reflexiones”, explica.
Para Calvo, este salón y la nueva etapa del Museo de Arte Costarricense son positivos. “Una institución de arte costarricense no debería quedarse en los años 90, debería ser algo inclusivo, con variedad de generaciones, lenguajes, preocupaciones y prácticas”,
En el arte, ese espacio donde Calvo pone sus reglas y mezcla muchos campos del saber, este creador sigue explorando vuelos y temas políticos y sociales.