Iván Molina Jiménez
E l domingo 12 de diciembre de 1954, en el espacio “La Columna” del periódico La Nación , el anónimo autor de esa gacetilla, dedicada predominantemente a temas diversos de la vida nacional, se refirió a un asunto muy diferente: “Por muy escéptico que sea el mundo actual, es indiscutible que el día en que de verdad aparezca en la tierra un habitante de otro planeta, la conmo-ción universal sería indescriptible y justificada, y no por la facha que el visitante pudiera tener, sino porque quedarían destruidas todas las conclusiones de la ciencia”.
Tal comentario tenía por trasfondo dos procesos globales. El primero se refería a la creciente información dada a conocer por la prensa mundial acerca de las posibilidades –cada vez más reales– de explorar el espacio sideral. Lo que hasta entonces había sido un territorio exclusivo de la ciencia ficción, empezó a ser considerado de manera diferente después de que los nazis desarrollaron la tecnología de los cohetes y se inició la era atómica.
Un segundo proceso consistió en la primera oleada de avistamientos de objetos voladores no identificados (ovnis). Este fenómeno comenzó en 1947 y en su origen fue exclusivamente estadounidense, pero se extendió con rapidez fuera de los Estados Unidos. De acuerdo con Alexander C. T. Geppert, para mediados de la década de 1950, había reportes provenientes de 70 países, y el fenómeno había alcanzado todo el planeta a fines de ese decenio.
Aeronaves. Poco sorprende que en un contexto como el descrito, el periódico La Nación publicase, entre los domingos 31 de octubre de 1954 y 16 de enero de 1955, once extensos artículos, escritos por el abogado Raúl Ugalde Gamboa, acerca de las aeronaves interplanetarias de otros mundos. La fuente de estos artículos eran notas periodísticas, revistas y libros sobre ovnis, que Ugalde había empezado a coleccionar desde varios años antes.
De Ugalde poco es lo que se conoce: nació en San Ramón el 17 de septiembre de 1900, se incorporó como abogado el 19 de diciembre de 1921 y falleció el 3 de febrero de 1985. Sus publicaciones parecen haberse limitado a artículos periodísticos ya que no se conocen libros ni folletos de su autoría.
Lo primero que destacó Ugalde fue que los avistamientos de ovnis empezaron a ser reportados, por lo menos, desde finales del siglo XIX. Después de 1914, fueron en aumento, y ya para mediados del siglo XX se podía constatar fácilmente cómo los periódicos La Nación y La Prensa Libre en sus respectivas secciones de cables han estado informando muy a menudo de las últimas y más recientes apariciones de tales platillos”.
Inmediatamente, Ugalde se refirió a tres temas que estaban en proceso de convertirse en lugares comunes de los fenómenos asociados con los extraterrestres: que las autoridades de los distintos países –con excepción de Noruega– ocultaban información; que los tripulantes de los ovnis eran por lo general “hombrecitos” de entre un metro y metro veinte de estatura, de piernas pequeñas, tronco fornido y cabeza grande; y que tales visitantes usaban trajes especiales.
Extraterrestres. De acuerdo con lo indicado por Ugalde, el gobierno de los Estados Unidos tenía, en una casa de salud en la ciudad de Los Ángeles, a un extraterrestre del tipo antes descrito, donde se lo atendía “a cuerpo de rey. Ahí, lingüistas y científicos han estado tratando de enseñarle el inglés y de aprender de él, cuanto les es posible”.
No todos los extraterrestres seguían ese modelo. Según Ugalde, en una pequeña comunidad de Virginia, varias personas tuvieron contacto visual con un visitante del espacio exterior que medía unos tres metros de altura. Al verlas, el alienígena les sopló en la cara, produciéndoles un efecto similar al de “los gases de mostaza”.
Otro extraterrestre, cuya apariencia no fue descrita, atacó a un jefe de Boy Scouts en una comunidad de Florida con un “chorro de fuego” que “le quemó el sombrero, parte de la cara y un brazo”.
A su vez, los ovnis tenían mayoritariamente la forma de platillos, de distintos tamaños, casi siempre tripulados, aunque algunos eran operados a control remoto. También había algunos que semejaban zepelines –a los que Ugalde denominó “nave madre”–, de los que se podían desprender unidades más pequeñas.
La forma de vuelo de estas naves, su iluminación y su forma de aproximarse a aviones, barcos y automotores fueron descritas por Ugalde de maneras que evocan fuertemente las escenas de contacto con alienígenas presentes en la película de Steven Spielberg Encuentros cercanos del tercer tipo.
Intenciones. Aunque la mayoría de los casos comentados por Ugalde se referían a sucesos ocurridos en los Estados Unidos, él enfatizó que el fenómeno de los avistamientos era global. Se hizo eco, además, de opiniones según las cuales los alienígenas procedían de Marte y tenían bases en la Luna.
Al considerar el asunto de si los extraterrestres se proponían invadir y conquistar la Tierra, Ugalde descartó tal propósito ya que, hasta el momento, las naves y sus ocupantes se habían conducido con prudencia y consideración.
Para Ugalde, si “las intenciones de sus pilotos fueran de conquista y devastación, unos pocos platillos en breves minutos habrían podido producir la destrucción –irreparable en muchos meses– de plantas eléctricas de incalculable valor”.
Ugalde también destacó que, en los Estados Unidos, los avistamientos evidenciaban un plan constante y sagaz de observación de los seres humanos “y de lugares de gran importancia estratégica, como las plantas de productos atómicos, el campo de ensayos para los cohetes voladores, el campo para los proyectiles dirigidos, los trenes, los grandes camiones transportadores de carga de costa a costa”.
Mito. Los nuevos estudios sobre la exploración del espacio, realizados en los últimos años, han empezado a ir más allá de las dimensiones políticas, tecnológicas y científicas de ese proceso, para considerar también sus aspectos culturales.
Desde esta perspectiva, Geppert y otros investigadores han mostrado cómo el fenómeno de los ovnis se convirtió en un mito global. A esto contribuyeron, por supuesto, los medios de comunicación y la industria cultural (sobre todo la literatura, los programas de televisión y las películas de ciencia ficción), pero también la Guerra Fría y la amenaza de un holocausto nuclear.
Igualmente, las investigaciones referidas han mostrado cómo la posibilidad del contacto con civilizaciones extraterrestres posibilitó nuevas utopías y formas novedosas de espiritualidad. En estas se renovaba la fe en la ciencia a partir de la expectativa de que seres inteligentes y tecnológicamente más avanzados podrían salvar a los seres humanos de sí mismos.
Además, como lo destacan Benjamin E. Zeller y Geppert, los hipotéticos contactos posibilitaron también la combinación de ciencia y religión, de una manera que recuerda las experiencias ocultistas –en particular el espiritismo– de finales del siglo XIX e inicios del XX.
Fuente de sumo interés para el estudio del mito extraterrestre en Costa Rica, los artículos de Ugalde son muy útiles, además, para aproximarse a dimensiones poco conocidas de la historia de la ciencia en nuestro país. Por estas razones, valdría la pena recuperarlos y publicarlos nuevamente en alguna revista académica.
El autor es historiador y miembro del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la UCR.