Si nos transportamos al San José de los años 30 e inicios de los 40, no sería extraño que encontráramos a Yolanda Oreamuno en alguna de las reuniones que escritores, artistas plásticos, figuras de las artes escénicas, educadores, filósofos y otros concurrentes hacían con cierta frecuencia.
En aquel ambiente intelectual y creativo, muchos pretendían dar solución a los problemas nacionales e internacionales –de orden político, económico, social y cultural– que se agudizaban con el transcurso del siglo. De hecho, algunos formaban parte de agrupaciones políticas, usualmente de izquierda.
La vocación vanguardista que la mayoría de los creadores compartía (especialmente los jóvenes) era otro de los asuntos centrales.
El Círculo de Amigos del Arte
Uno de los puntos de reunión era la sede principal del Círculo de Amigos del Arte (1934-1937), ubicada en Las Arcadas, en el corazón de la capital.
En las conversaciones del Círculo –del cual la escritora formó parte– no siempre hubo consenso. Unos creían que las artes debían tener, antes que nada, un compromiso social y político; otros estaban en total o parcial desacuerdo y se amparaban, más bien, en la idea de la autonomía del arte. Algunos insistían en que los temas debían ser estrictamente nacionales o regionales; otros, como Yolanda, preferían asuntos cosmopolitas o universales.
Las conferencias, las exposiciones, los cursos, los conciertos y las discusiones que la asociación organizaba, contribuyeron a generar cierto sentido de comunidad, a pesar de las marcadas individualidades.
“Fenomenal bochinche”
Las preocupaciones sociales y políticas varias veces trascendieron los ámbitos de discusión y creación. La manifestación antifascista ocurrida en el Teatro Raventós (Teatro Popular Melico Salazar) la noche del 4 de noviembre de 1937 es muestra de ello. Al día siguiente, La Tribuna publicó el titular “Fenomenal bochinche”, refiriéndose al suceso.
El conflicto se debió a un recital del declamador español José González Marín, conocido por sus nexos con el fascismo. Eran los días de la Guerra Civil Española, de Mussolini y de Hitler. 1937 fue el año de fundación de la Liga Antifascista (LA) costarricense, integrada por intelectuales como Yolanda, Joaquín Gutiérrez, Luisa González, Carmen Lyra y Emilia Prieto.
Debido a que, a pesar de las solicitudes, la presentación no se canceló, la LA y el Partido Comunista (PC) sabotearon la actividad.
Cuando González Marín se disponía a iniciar, del público volaron insultos, papas, tomates, huevos y paquetes de pimienta. Una vez restablecida la función, resonó la voz de Oreamuno: “Cállese”. Tras ser abatida a sombrillazos y expulsada del lugar, al día siguiente fue despedida de Tributación Directa por manifestarse.
Si bien su obra se distanció del estilo y de los temas recurrentes de sus contemporáneos, la escritora se sumó a las importantes luchas sociales de su época. De hecho, en 1942, el embajador de los Estados Unidos en el país la incluyó en una carta que informaba a Washington sobre los líderes locales del PC. Siendo así, el autoexilio de Oreamuno en 1948 quizá fue potenciado, entre otros motivos, por el violento anticomunismo del Gobierno.
Reunidos en una revista
Otro sitio donde podemos imaginar a Yolanda es en la oficina de la revista Repertorio Americano , en la avenida segunda, donde, con toda probabilidad, departía sobre aquellos temas con su editor, don Joaco, y con otros invitados.
La publicación era uno de los principales medios de divulgación de la literatura y el pensamiento costarricense dentro y fuera del país. A la vez, era parte fundamental de una amplia red de intelectuales y creadores hispanoamericanos. Estos se “reunían” en sus páginas para opinar acerca de la situación regional y para divulgar sus obras, la cuales se enriquecían gracias a aquella interacción.
Muchos escritos de Yolanda fueron publicados en el impreso. La proyección internacional contrarrestó la incomprensión que, al parecer, sufría en su propio país.
El Ballet Tico y otros espacios
Otros lugares de reunión a los que la escritora concurría eran las casas de habitación de Lilia Ramos y de Carmen Lyra. Según varios testimonios, el café Chelles, el bar Morazán, la Librería Ariel, del hondureño Froylán Turcios; y la galería L'Atelier, de Arturo Echeverría, también eran sitios de encuentro.
También podemos imaginar a Yolanda –en su faceta de bailarina– en el espacio que el Teatro Nacional le otorgaba al Ballet Tico de Margarita Esquivel.
Esquivel fue una de las pioneras de la danza moderna costarricense. Se había formado en la escuela de Grace Lindo y luego había estudiado ballet , actuación y diseño en los Estados Unidos. Allí tomó cursos con Martha Graham, una de las bailarinas y coreógrafas más influyentes de la danza del siglo XX. A su regreso a San José fundó el Ballet Tico, que funcionó entre 1940 y 1945.
Sus producciones mezclaban el ballet clásico con las tendencias vanguardistas y con la idea de la integración de todas las artes. Así, algunas noches, el teatro se convertía en escenario de espectáculos en cuyo montaje habían colaborado Manuel de la Cruz González, Margarita Bertheau, Juan Manuel Sánchez o César Nieto.
Yolanda y las artes visuales
La escritora tuvo vínculos importantes con algunos artistas visuales. Por ejemplo, el impacto que la pintura paisajista, impulsada por Teodorico Quirós, tuvo en sus primeras creaciones quedó patente en la dedicatoria que le hizo en su cuento La lagartija de la panza blanca (1936). El paisaje descrito en él, parece aludir a una de las pinturas de Quirós.
Con Max Jiménez entabló una estrecha amistad. Su aprecio por el escritor y artista lo manifestó abiertamente en los comentarios que hizo de su obra en Repertorio Americano . Además, el estilo vanguardista y experimental de Jiménez influyó en sus ideas y en su literatura.
Aunque no se conocen retratos de Yolanda realizados por Quirós o Jiménez, hubo otros artistas, como Margarita Bertheau, Gonzalo Morales, Juan Manuel Sánchez y Manuel de la Cruz González que sí la representaron.
Quizás quien más la retrató fue su amiga la pintora Margarita Bertheau. Probablemente se habían conocido en el Ballet Tico, donde aquella era profesora, escenógrafa y diseñadora de vestuario. Bertheau había estudiado pintura y ballet en Cuba y, tras su regreso a Costa Rica, en 1941, tuvo gran trascendencia en la danza (fundó el Ballet Pro Arte) y la plástica del país.
El agitado ambiente intelectual y creativo del San José de Yolanda Oreamuno muestra cómo su obra puede ser estudiada como parte de un movimiento cultural que fue más allá de cada manifestación artística en específico.
Al avanzar la década de 1940, la escritora tomó distancia de la esfera pública y del activismo y se trasladó a Guatemala en 1948, y a México, en los años 50. Si bien allí encontró grandes incentivos para continuar escribiendo, no hay duda de que el entorno josefino también fue estimulante.