En algún momento del 2014, el teléfono móvil de Carlos Fonseca vibró: acababa de recibir un mensaje por correo electrónico. Fonseca, moreno, de lentes y pelo negro a ras, de risa abundante y palabra certera, se encontraba en un restaurante cenando en soledad.
De pronto, la cena dejó de ser importante. Sin tener con quién compartir la noticia, Carlos cerró el puño en señal de celebración, como lo hace un tenista cuando consigue una anotación complicada. Fonseca acababa de hacer el match point más importante de su carrera literaria.
Con el pecho todavía agitado llegó a su casa, abrazó a su esposa y le contó las buenas nuevas: “Estimado Carlos. Le informo que su novela la leyó un lector inicial y le gustó. Luego la leí yo y la encontré muy sugerente. La leí de nuevo yo, y me siguió gustando. Nos gustaría publicarla”.
El emisor de este mensaje era Jorge Herralde, la legendaria cabeza de Anagrama, una de las casas editoriales más importantes del mundo, quien deseaba agregar Coronel Lágrimas , la novela debut de Fonseca, a su catálogo.
Con ese correo electrónico, Carlos se convirtió en el primer costarricense en ser publicado por la editorial de Barcelona.
Tico y boricua. Carlos Fonseca es un hombre de muchos orígenes y acentos. Nació en San José en 1987 y vivió en nuestro país hasta sus ocho años, cuando se mudó a Puerto Rico. A ambos países llama “patria”: “En Puerto Rico me dicen que tengo acento tico; aquí, que hablo como boricua”.
Vivió en el Caribe hasta cumplir los 18 años; en ese momento se mudó a los Estados Unidos por razones de estudio; más tarde obtuvo un doctorado en literatura latinoamericana por la Universidad de Princeton.
En esos años comenzó a escribir una primera novela. “Era mucho más larga, más melancólica y menos fragmentaria”, recuerda Carlos. En medio de ese proceso, la chispa germinal de Coronel Lágrimas apareció como por generación espontánea.
“Me senté, escribí el primer párrafo y pensé: ‘¿Qué está pasando aquí?’”, recuerda. Ese primer párrafo resultó crucial porque determinó, desde el comienzo, la voz narrativa de la obra.
Ha pasado tiempo desde entonces: el escritor comenzó a trabajar en la novela en marzo del 2012. Animado por la sorpresa ante lo que acababa de ocurrir, Fonseca consideró entonces escribir una novela corta, tragicómica, juguetona. Nueve meses más tarde, ya existía el primer borrador concluido de Coronel Lágrimas.
Dar a luz al coronel. La historia que Carlos cuenta en su novela tiene un origen triple. Por un lado, Carlos recuerda cuando un amigo y él –tiempo atrás– jugaban a parodiar el párrafo inicial de Cien años de soledad.
“Teníamos otro amigo muy sentimental y, en ese juego de palabras, salió el nombre de Coronel Lágrimas ”, dice.
Las otras dos semillas de la novela se relacionan entre sí. “Un amigo matemático me contó la historia de Alexander Grothendieck, personaje alucinante. Sus padres fueron anarquistas durante la guerra civil española; se refugió en Francia durante la II Guerra Mundial. Su padre fue deportado a Auschwitz; se convirtió en el mejor matemático de la historia y llevó a sus estudiantes de doctorado a enseñar matemática en Vietnam. Luego de su retiro, vivió aislado en los Pirineos hasta su muerte”, cuenta.
Si ya antes tenía el nombre, ahora había encontrado al personaje: un hermitaño basado en el gran matemático. Solo le faltaba incluir a América Latina en su historia: la tercera semilla.
En la novela se conjugan tres historias separadas. Un catálogo de mujeres con conocimientos esotéricos –a las que la voz narrativa llama “sus divas”–, un repaso histórico de los principales eventos del siglo XX y la vida cotidiana del coronel. Todos estos hilos se unen en la pluma del coronel, quien dedica su solitaria vida a escribir sus memorias que son, al mismo tiempo, las del mundo entero a lo largo del pasado siglo. Su ambición es reducir la historia universal a unas cuantas frases, a unos cuantos momentos.
Nada se le dificultó más a Carlos que narrar el día a día del coronel. “Es una de las grandes paradojas de la literatura: no hay nada más difícil que narrar la cotidianidad pura. Relatar el tedio del día a día es lo más complicado”.
Destino Anagrama. El viernes 24 de abril, en la sede de la Librería Internacional en Multiplaza del Este, Alberto Calvo y David Cruz presentaron Coronel Lágrima s a un público al que, en algún momento, Carlos –quien vive en Londres– le tuvo cierto temor:
“Me imaginaba que los escritores me iban a hacer mala cara: ‘¿Quién se cree este que ni vive aquí?’, pero fue todo lo contrario. Alberto, David, los muchachos de Lanzallamas y de Germinal, Warren Ulloa y muchos otros, me han recibido de la mejor manera.
El libro se publicó en España a mediados de febrero y ya ha acumulado solo reseñas positivas de la crítica ibérica.
Son muchos los destinos de un viaje que comenzó en el 2012, con aquel primer párrafo sorprendente. “Al coronel hay que mirarlo de cerca”, comienza la obra, sin dar pistas de dónde irá a parar el lector 168 páginas más tarde.
Carlos tampoco sabía dónde lo llevaría su pequeña novela. Unos seis meses después de haber concluido la obra, respiró hondamente y tomó una decisión que resultaría crucial: enviársela a Ricardo Piglia, celebrado escritor argentino a quien Fonseca conoció en Princeton.
“Unos amigos me dijeron que estaba mala, pero no tan mala”, bromea Carlos entre risas: “Así que decidí enviarla a Ricardo” (su antiguo profesor).
Editorial mítica. Ricardo Piglia –quien asegura que Carlos fue su alumno más brillante– lo felicitó por estar escribiendo y le pidió el primer capítulo. Le dijo, además, que tenía poco tiempo y que no podía asegurarle nada.
“A los tres días me confió que le había encantado, que leía una voz distinta e interesante. Me dijo: ‘Si me lo permitís, me gustaría pasársela a mi editor, Jorge Herralde’”, recuerda Carlos, risueño.
“Crecí leyendo libros de Anagrama, que siempre ha sido muy importante; más todavía para nuestra generación, que vio la canonización de Roberto Bolaño con esta editorial”, dice Carlos.
Medio año más tarde, Piglia puso al novel escritor y al mítico editor en contacto por correo electrónico. Herralde le pidió el manuscrito, pero le dejó claro que no podía prometerle nada debido al volumen de correspondencia que recibe la editorial.
Después del silencio. Tras seis meses de espera, Fonseca envió un mensaje a la editorial preguntando sobre el paradero de su manuscrito, pero no recibió respuesta. Piglia le sugirió que buscase otras editoriales.
Nueve meses después de haberle enviado el manuscrito a Herralde, Carlos escribió otro mensaje. Preguntaba si había noticias o si procedía a buscar otras editoriales. Esta vez sí hubo contestación. Paula Canal, la segunda a bordo de Anagrama, le respondió que la editorial se pondría en contacto con él.
Carlos, un tipo humilde, se permitió emocionarse; luego pensó que de seguro le escribirían para decirle que no publicarían su libro. En una de esas noches de principios del 2014, sin mayor expectativa, Fonseca fue a cenar solo a un restaurante. En algún momento de esa noche, su teléfono móvil vibró.