Andrés Fernández andfer1@gmail.com
El martes 8 de marzo de 1983, a partir de las 2:30 de la mañana, lo que fue descrito por el Cuerpo de Bomberos como un “hongo de fuego y humo” consumió, en tan solo 20 minutos, uno de los edificios privados emblemáticos de San José: el Club Unión.
Cuando las unidades de las estaciones Central, de barrio México y barrio Luján llegaron al sitio con 65 hombres, estos escucharon, impotentes, cómo el interior del inmueble se desplomaba ya, y se dispusieron a evitar que el fuego se propagase a los edificios vecinos.
Contenidas las llamas a las 4 a. m., todavía poco antes del mediodía se veía trabajar a los bomberos, mientras caían partes del piso de la segunda planta: todo había acabado para el viejo y elegante edificio tras casi 60 años de existencia.
Adiós al Internacional. Otra madrugada, la del 28 de diciembre de 1918, y por un incendio también, había llegado a su fin el edificio que ocupaba el Club Internacional, ubicado en la calle 2, entre las avenidas 1 y 3, frente al entonces muy nuevo Palacio de Correos y Telégrafos.
Fundado hacia 1876 por un grupo de caballeros josefinos encabezados por Ernesto Rohrmoser von Chamier y con la colaboración del Gobierno del general Tomás Guardia, aquel era el club social más viejo del país. Empero, en abril de 1923, se anunció que un nuevo grupo de caballeros tenía la intención de separarse de él pues...: “La imperiosa necesidad de un centro social de rango se hacía sentir en esta capital desde hace varios años, cuando un incendio destruyó […] el Club Internacional, que fue durante muchos años el lugar aristocrático de reunión de la alta sociedad” ( La Nueva Prensa , 7 de setiembre de 1925).
Encabezados esta vez por Ernesto Rohrmoser Carranza, diez jóvenes empresarios, abogados, comerciantes y caficultores constituyeron el Club Unión el 20 de abril de 1923. Para financiar su empeño, cada uno debería vender 9 acciones de 2.000 colones entre sus amigos y conocidos hasta llegarse a integrar 100 socios activos.
Con los 200.000 colones resultantes de la operación, los fundadores esperaban construir un edificio y comprar el menaje necesario. Mientras, para adelantar la obra, obtuvieron, de la empresa J. P. Arango y Compañía, una opción de compra sobre el terreno situado frente a Correos y Telégrafos, donde antes se había levantado el Club Internacional y en el que dicha compañía planeaba construir un hotel.
En febrero de 1924, se anunció el inicio de la construcción del Club Unión con el diseño y la dirección del ingeniero-arquitecto costarricense José Francisco Salazar, y con el constructor de origen catalán Gerardo Rovira como contratista a cargo de las obras. La inspección de estas por parte de los socios corrió a cargo de Raúl Castro Beeche.
No obstante, pasados varios meses, Salazar se ausentó del país por motivos de trabajo, por lo que la parte técnica de dicha inspección quedaría a cargo del también socio e ingeniero-arquitecto Jaime Carranza Aguilar.
Edificio y estampa. Para emplazar el edificio se adquirieron al final dos terrenos que juntos sumaban 928 metros cuadrados y por los que se pagaron 5.695 colones. Por su parte, para el diseño optó el arquitecto por la estética neoclásica, propia de los elegantes clubes londinenses que inspiraban al Unión.
El resultado fue un edificio simétrico de dos plantas que enfatizaba su horizontalidad con cada uno de sus elementos. La planta tenía forma de una H cuyos cuerpos laterales y alargados flanqueaban a un cuerpo central estrecho y longitudinal que componía la fachada mirando al oeste.
Del cuerpo central, retraído con respecto a la línea de la calzada privada que daba acceso a los autos, sólo se adelantaba al centro un pórtico sostenido por dos pares de columnas jónicas y que ostentaba el nombre en el friso, antes de culminar en una baranda balaustrada adornada con macetas.
Bajo el pórtico, la entrada se hacía por el corredor frontal, producto del retraimiento dicho, y también de estética jónica, cuya loza de cubierta resultaba, en el segundo piso, en una terraza al aire libre en forma de T. En toda la planta baja, los vanos de puertas y ventanas eran en arco de medio punto, las últimas con balaustrada para formar falso balcón.
En la planta alta, en cambio, los vanos de puertas y ventanas eran rectangulares con marcos moldurados; mas, si a los del cuerpo central los recibía la terraza, a los de los cuerpos laterales los acogían balcones balaustrados sostenidos por unas ménsulas neoclásicas también.
El conjunto lo remataba una sencilla cubierta de acero galvanizado que enfatizaba sus pendientes de dos o más aguas con un alero perimetral mensulado en madera que arrancaba del friso. Cada una de esas ménsulas, a su vez, era enfatizada en la canoa por una antefija decorada.
Además, pública como era la plazuela del frente, se preocupó el Club Unión de embellecerla, suministrando los planos para ello a la empresa constructora de Adela viuda de Jiménez. Arborizado también por el Club meses después, ese espacio le brindó al inmueble una inmejorable perspectiva urbana.
Interior e inauguración. Tal apariencia, junto al color blanco de sus muros y al rojo minio del techo, hicieron, del edificio, un icono josefino, aunque fuera intervenido en diversas ocasiones, al menos desde 1928. Hoy, ya desaparecido, es posible reconstruir su interior original gracias a las crónicas de la época de su inauguración.
Sabemos por eso que la planta baja estaba constituida por el vestíbulo, la sala de recibo –de donde arrancaba una suntuosa escalera de dos cuerpos que comunicaba con la planta alta– y el patio principal, que lucía cuatro estatuas de mármol, regalos de Manuel Francisco Jiménez Ortiz y, al centro, “una fuente de estilo caprichoso”, obra de Gerardo Rovira.
También albergaba esa planta un salón –cuyo zócalo en madera fue encargado al ebanista Leonidas Villalobos– con tres mesas de billar y una de pool traídas de Francia, un salón comedor “estilo moderno inglés” –que lucía un colorido vitral importado de Alemania, regalo de Stanley Lindo–, la cocina, la despensa y los servicios sanitarios.
El embaldosado de toda esa planta estuvo a cargo del empresario Fernando Doninelli, mientras que la decoración de sus salones, como los del resto del edificio, era del mismo Rovira, y la tapicería de las paredes fue importada de Bélgica.
En la planta alta estaba el salón de baile con dos salones de descanso que, de ameritarlo la ocasión, se unían a aquel; la biblioteca, la secretaría, así como otras estancias, entre ellas las de reunión para los socios.
Todo el mobiliario fue construido en madera y producido en talleres josefinos, como el de Salvador López y hermano, el de Jaime Forn, que hizo las sillas, y el de Mario Ferrat, que se encargó de su tapicería. Las lámparas, esculturas y otros elementos decorativos se trajeron expresamente de Europa.
Una vez terminado, el edificio del Club Unión se inauguró con una suntuosa fiesta la noche del sábado 7 de noviembre de 1925: habían transcurrido apenas siete años desde que un incendio había hecho desaparecer el del Club Internacional, ubicado allí mismo, y pasarían 58 años más antes de que otro incendio lo hiciera desaparecer a él también.