En lo alto, en lo que fue un hermoso cielo raso, un hueco enorme se abrió espacio para mostrar unos roídos hierros retorcidos; penetraban, indiscriminadamente, el agua de lluvia y el polvo; las aves y los murciélagos. En el suelo, donde estaban las también hermosas butacas y el escenario, una laguna verde de un caldo viscoso ocupaba su lugar, dando albergue a un criadero de zancudos, a la yerba ennegrecida y a uno que otro arbusto deshojado. Un recinto inerte exhibía esta vez un espectáculo tétrico, de desolación y misterio.
Así se marcó una huella cruel provocada por el pavoroso incendio, ocurrido en la madrugada del 23 de abril de 1967, que abatió al gran teatro Raventós. Su último espectáculo: una película de espanto, Drácula, príncipe de la tinieblas como siniestro preámbulo que cercenó el espacio capitalino más grande dedicado a la expresión de las artes escénicas y cinematográficas.
Fue un duro, durísimo golpe al esparcimiento nacional e internacional, al mundo artístico y a la belleza arquitectónica del inmueble.
Historia no contada
Otro hueco, histórico, abría su espacio en el tiempo, un espacio nebuloso que ha sido soslayado por la mayoría de los estudios y comentarios de la historia de ese teatro. Ocurrió a los seis años y unos meses después de la tragedia del incendio; el lugar, hora y fecha precisos, puntuales: “…en la ciudad de San José, a las catorce horas del veintisiete de diciembre de mil novecientos setenta y tres” (escritura número 84, del protocolo número 2 del suscrito, en el Archivo Notarial).
Con esas coordenadas de tiempo y espacio se otorgó la escritura pública de compraventa del inmueble del Raventós. La adquirente, una empresa costarricense que se denominó Corporación Parque Central Sociedad Anónima, cuya intención era demolerlo para construir un edificio de 10 pisos, en un proyecto constructivo que contaba con la simpatía de la Municipalidad de San José.
Los vendedores fueron, como condueños, José, Julieta, Abelardo y Nelly todos de la estimable familia de apellidos Raventós Coll, los dos últimos por sí y en representación de la empresa Era Sociedad Anónima.
Rescato de dicha escritura dos particularidades que condicionaron la operación de compraventa: el nombre comercial Teatro Raventós no formó parte de la negociación –la familia se lo reservó– y, especialmente, por manifestación expresa de José Raventós Coll no se podría usar para negocios relacionados con la proyección en pantalla.
“(...) será condición esencial que la sociedad compradora se comprometa, como cláusula penal, por término de diez años, a no dedicar la propiedad adquirida a cinematógrafo, video-tape , televisión en circuito cerrado o en cualquier otra forma de proyección de pantalla en el local ubicado en dicha finca. Si esta obligación fuere violada, don José podrá exigir a la sociedad compradora el cumplimiento de lo prometido, o bien que se le pague como indemnización de daños y perjuicios la suma de un millón de colones que cobrará exclusivamente para sí, sin que de esta indemnización participe ninguno de los otros condueños” , consta en la escritura.
Ambos requerimientos quedaron rezagados con el paso del tiempo: la última por caducidad, es decir, se cumplieron los 10 años que se solicitaron y la primera, el nombre de Teatro Raventós, por la decisión oficial en 1985 de cambiarlo a la denominación actual: Teatro Popular Melico Salazar.
No por restarle méritos al excelso tenor nacional Manuel Salazar Zúñiga (1987-1950), conocido como Melico, fiel y exquisito intérprete del bel canto, un género elitista, distante de la expresión artística popular y del acceso al gran público, el Raventós perdió su nombre y así se escribió una injusticia histórica a sus visionarios y constructores, José Raventós Gual y el arquitecto José Garnier Ugalde.
El teatro se había inaugurado –el más grande de Centro América, con una capacidad para 2250 espectadores–, con la presencia de Cleto González Víquez, presidente de la República de entonces. Era la noche del 7 de octubre de 1928 y, en el escenario, la revista Kiss me .
A partir de la fecha de la compraventa, el 27 de diciembre de 1973, hace 43 años, rescato otra laguna histórica: el presidente de la Junta Directiva de la empresa compradora, José Broide, un ciudadano venezolano de gran nobleza y sensibilidad humana pronto entendió que, demoler ese edificio sería una gran afrenta a la cultura popular y artística costarricense.
Por medio de la escritora Carmen Naranjo fue informado del interés por incorporar ese bello e icónico edificio al patrimonio histórico, arquitectónico, cultural y artístico del Estado, desistió de la idea, consintiendo y cooperando en el proceso para que lograran adquirir el edificio.
Naranjo, una vez instalada como ministra de Cultura en 1974 y hasta el fin de su corta gestión, en 1976, lideró la iniciativa en la que contó con el concurso entusiasta, desde la Asamblea Legislativa, del diputado Juan José Echeverría Brealey (Partido Renovación Democrática, 1974-1978).
Final feliz
A las 13 horas del 25 de octubre de 1976, ante el notario del Estado, ek licenciado Luis Francisco Madriz Soto, con la comparecencia del Procurador General de la República, Alfredo Tosi Bonilla, el Estado adquiere de la Corporación Parque Central, S. A., finalmente, la edificación conocida como Teatro Raventós, según detalla el Archivo Notarial.
*El autor es abogado y exministro de Gobernación y Seguridad.