Federico Herrerofh@federicoherrero.com
Esta pintura se llama Carefully painted yellow area (Área amarilla cuidadosamente pintada). Sus dimensiones varían de acuerdo con el espacio. En esta ocasión (véase la imagen) la instalé en la Primera Bienal de Praga (República Checa) en el año 2005. Carefully ... medía aproximadamente 45 metros de largo por 15 cm de ancho y estaba aplicada sobre el piso de uno de los salones abiertos de la Biblioteca Nacional, el salón dedicado a las obras en formato de pintura que participaban en la bienal. Utilicé pintura epóxica amarilla de señalización vial sobre una capa de masking tape de dos pulgadas aplicada directamente sobre el piso.
Me interesan mucho la fragilidad del masking ante el epóxico (una de las pinturas químicas más fuertes que existen), y la desaparición de la tela o canvas como soporte único. Opté por el espacio y la arquitectura como soporte más eficaz.
Hay dos ideas que me interesan mucho de esto: una, la del soporte que menciono; otra, la idea de poder “navegar” una pintura recorriéndola físicamente en un espacio y un tiempo determinados. Esta es una pintura que no puede verse de una sola vez, de modo que se crea un juego de percepción fragmentado y que activa la memoria inmediata: algo así como estar presente.
A partir de la revolución industrial, la pintura se ha incorporado en nuestras vidas. Ha dejado de ser una herramienta exclusiva empleada para representar el mundo en el que vivimos. Hoy existen otros formatos, más directos y eficaces, para representar el mundo, pero la pintura tiene más conexión con la idea de proteger las cosas y de darles un significado.
La pintura y el color ahora están más cercanas a la publicidad y al marketing que a hacer arte. En todo caso, este distanciamiento del medio de la pintura con el arte me interesa pues a cambio nos dio una relación más horizontal, menos jerárquica con la vida, como ocurre, por ejemplo, cuando manejamos por la autopista; entonces seguimos unas coordenadas que son líneas de tránsito hechas con pintura.
Este trabajo se originó cuando yo reparaba algunas de esas líneas, como un ejercicio secreto: una especie de broma privada que consistía en repintar líneas de pistas cuando empezaban a borrarse; era una especie de servicio, pero un servicio a la pintura y a su escuela.
Luego comencé a incluir estas líneas dentro de espacios expositivos, a reinsertarlas en el circuito del arte, para ver qué pasaba. La primera vez lo hice en la Galería Nacional (en el Museo de los Niños), y fue interesante porque la línea dividía la habitación y estaba cerca de una de las paredes del fondo. Entonces, las personas se ponían detrás de la línea y muy cuidadosamente examinaban el espacio vacío que había en la pared del frente y preguntaban: “¿Dónde está la obra?”. Eso sí, lo hacían con mucho cuidado... ¡de no pasar la línea!
Todo aquello, entre otras cosas, abrió en mi trabajo la posibilidad de comprender una pintura como algo muy veloz. También me llevó a conectarme con nociones muy importantes en mi formación, como la noción del corte de Matta-Clark, o la de un penetrable por parte de Oiticica, arte que no está entregado a los conceptos solamente, sino que da importancia a la experiencia sensorial como una herramienta muy potente para desarrollar un tipo de conocimiento.