“Ella fue quien me narró casi todos los cuentos que poblaron de maravillas mi cabeza”.
María Isabel Carvajal (Carmen Lyra), Los cuentos de mi tía Panchita (1936).
Todos los días hago el ejercicio de plantearme muchas preguntas, como por ejemplo ¿Qué es la fantasía?, ¿cómo podemos construirla? Y si voy a mi infancia, entonces surge otra: ¿qué sería de la infancia sin la fantasía?
Según Carlos Rubio, en Por la Tierra de las hadas (2001), cuando menciona a Bruno Bettelheim (1975), bien puede decirse que el cuento de hadas presenta un contenido inconsciente que puede ser adaptado a sus fantasías conscientes. En sus propias palabras: “la forma y la estructura de los cuentos de hadas sugieren al niño imágenes que le servirán para estructurar sus propios sueños y canalizar mejor su vida” (p. 14).
Crecí con esa libertad de pintar los árboles naranja y las naranjas azules; podía cambiar la forma a las palabras y el nombre de las cosas; pude jugar sin miedo por la calle hasta volar. Por esto, ahora puedo contar historias como muchos de mi generación, que crecimos con fantasmas, leyendas urbanas y tradicionales, lugares encantados, espacios secretos y amigos invisibles.
Los primeros colores, olores, sabores y sonidos que percibimos se van transformando, conforme nos vamos llenando de experiencias de vida.
La fantasía es un derecho de todos los niños. Este pensamiento es un motor en mi trabajo; quisiera que todos soñaran con la misma libertad que yo lo pude hacer, para que lo fantástico y lo maravilloso pueda estar en los lugares más profundos del alma.

De lo simbólico
La sociedad, la familia, los amigos, las creencias, influyen en lo que percibimos y lo que sentimos. La fantasía y lo simbólico son producto del imaginario personal y colectivo.
Para construir una imagen ilustrada sea "realista" o "simbólica" hay que hacer una abstracción y una interpretación porque si es “realista”, estamos haciendo una representación bidimensional de algo tridimensional; es decir estamos creando una ilusión de lo real, del movimiento, de la luz, las texturas, los colores.
En la simbólica, la imagen se simplifica para que pueda sugerir un concepto.
En algunos procesos de ilustración, he explorado lugares, escenarios y símbolos que no son parte de mi vida cotidiana.
Aunque parte de su lenguaje me ha sido heredado, ciertas representaciones pueden ser ajenas, como me pasó, por ejemplo, en el libro Niñas y niños del maíz (antología de relatos fantásticos y costumbres de diversos grupos indígenas centroamericanos) , recopilada por Sergio Andricaín, Antonio Orlando Rodríguez y Carlos Rubio.
Me invadió la riqueza y diversidad de las culturas indígenas centroamericanas, por lo que la documentación casi científica de su realidad era fundamental. Debía abstraerme para poder interpretar su cosmogonía, su visión del mundo, sus códigos y símbolos.
Otro caso fue la obra Mo , de la escritora Lara Ríos, novela cargada de magia e inspirada en una joven indígena cabécar.
Aquí utilicé simbología de las culturas precolombinas como referente y como hilo conductor dentro de las imágenes.
Validar estas imágenes con indígenas de la zona era muy importante para asegurarme de que mi interpretación de su mundo mágico no estaba descontextualizada. Ellos leyeron y comprendieron con facilidad lo que quise comunicar; esto me sugirió que compartíamos parte de un imaginario simbólico.
Lo confirmé cuando esta obra fue traducida al tailandés y, con mi autorización, hicieron su propia versión de la portada. La adaptaron a sus códigos gráficos y mantuvo su esencia.
Cuando ilustré Delia Degú , de Cecilia Beuchat, para Alfaguara de Chile, una fábula donde su personaje es un Degú (tipo de roedor característico de su fauna), debía hacer exactamente el mismo ejercicio: observar, comprender, abstraer, interpretar y construir una versión en la que la fantasía narra una realidad imaginada dentro de otra.
Una situación algo diferente fue ilustrar Epigramas (poemario clásico de Ernesto Cardenal), en el que podía interpretar con libertad versos que reflejan la realidad política, social y emocional de su país e imprimirle la pasión que despertó en mí ese lenguaje.
Como menciona Donis A. Dondis ( La sintaxis de la imagen , 2008), toda forma visual concebible tiene una capacidad incomparable para informar al observador respecto de sí mismo y su mundo o respecto de otros lugares y otros tiempos, por alejados y poco conocidos que estos sean. Esta es la característica más valiosa y específica de toda la gama de formatos visuales.
Tal vez, con relatos de montañas que se convierten en gigantes, reyes que viven bajo la tierra o brujas en bicicleta, podemos llevarles a otras personas una fusión de ese mundo que es parte de nosotros e interactúe con el suyo, logrando construir un idioma universal.
Nuevas generaciones
¿Cómo perciben las nuevas generaciones la fantasía?
Como docente universitaria y autora, cada día departo con jóvenes de la generación X, Y, Z, y de todo el alfabeto; vivimos en una época de pensamiento en imágenes, la narrativa con las mismas está a un clic e inunda las redes más que en ningún otro momento.
Se cuentan historias fantásticas cada segundo en la pantalla. Las tecnologías de la información y la comunicación logran efectos especiales en 3D y 4D, que parecen cada vez más reales, y nos sumergen, de forma asombrosa, en mundos inimaginables, con realidad virtual, realidad aumentada, libros interactivos, que sobrepasan nuestra capacidad de respuesta a una velocidad vertiginosa...
¿Será que para estas generaciones la barrera entre la realidad y la fantasía se esfuma a tal punto que podrían perder la capacidad de sorprenderse y caer en el aburrimiento de la sobreestimulación?
Quiero pensar que todavía podemos elegir y que el problema no es la tecnología, sino el uso que le demos. Por eso, con mayor razón debemos procurar que los niños sigan jugando al aire libre, puedan caminar por la ciudad, estar en contacto con la gente, con la naturaleza...
Hay que seguir contándoles historias para que exploren y desarrollen la empatía y la paciencia, lidien y se enfrenten con el monstruo del aburrimiento o la frustración. Que no todo está a un clic de resolverse y que las relaciones son de carne y hueso.
Mientras haya niños que necesiten de la curiosidad y el asombro; más aún, aquellos que no saben cómo combatir el aburrimiento por su adicción a la tecnología, invisibilizados, que han sido obligados a ser adultos, que lloran porque les duele el alma, nuestro aporte a la fantasía seguirá siendo necesario porque eso les dará la libertad para soñar y también para vivir.