La cuentista estadounidense Grace Paley decía que la diferencia fundamental entre los escritores y los críticos es que los escritores viven en el mundo, mientras que los críticos viven en la literatura. Si ha existido algún escritor que puede refutar esa noción, es Roberto Bolaño: un autor que vivió sus cincuenta años de vida en una nación constituida por lengua y literatura.
Desde esa madrugada de julio del 2003 en que Roberto Bolaño murió, se han publicado siete libros póstumos: con la salida de El espíritu de la ciencia-ficción el marcador asciende a ocho, un número, a todas luces, impresionante. Sin embargo, este título presenta algunas particularidades que lo rodean y que no se pueden ignorar a la hora de intentar bascularlo dentro del conjunto de su obra. Y es que –a diferencia de otros libros póstumos como Los sinsabores del verdadero policía (2011) o la mismísima 2666 (2004)– El espíritu de la ciencia-ficción sí es un libro acabado y fechado (“Blanes, 1984”). Esto implica que Bolaño, en vida, decidió no publicarlo. Discurrir en torno a las razones que puede haber tenido en su momento para no hacerlo es mera especulación; cuestionar la pertinencia de su publicación póstuma es más interesante pero igualmente estéril: detrás de la publicación de cualquier libro, de cualquier autor, vivo o muerto, hay motivos económicos, familiares e ideológicos.
Lo cierto es que la novela marca un hito al ser la primera obra inédita que se publica bajo el sello Alfaguara, después del estruendoso quiebre –por términos económicos, según unos; por términos personales, según otros– entre Carolina López, viuda de Roberto Bolaño, y Jorge Herralde, amigo y editor barcelonés que lo acogió en su editorial, Anagrama, durante casi 20 años.
El espíritu de la ciencia-ficción sigue a Jan Schrella y Remo Morán, dos jóvenes chilenos que viven juntos en el desván de un edificio color verde militar de la Ciudad de México. Jan, que no sale de ese espacio minúsculo y que cuando lo hace no se aleja más de dos cuadras, se dedica a leer, a planear su novela y a escribirle cartas a escritores norteamericanos de ciencia-ficción. Mientras tanto, Remo gasta la suela de sus zapatos, va a cafés, redacciones y talleres literarios, se enamora de Laura e intenta resolver, junto a su amigo poeta José Arco, el misterio de la proliferación de revistas literarias en la ciudad. Remo vive en el mundo; Jan vive en la literatura.
La estructura coral de la novela se arma con esa materia prima: las cartas de Jan a escritores de ciencia-ficción, el recuento de las experiencias de Remo, y una misteriosa entrevista –a la que Bolaño se refiere en sus manuscritos como “la guerra”– que se le hace al joven ganador de un certamen literario, acaso Jan. De las tres voces, la que hace avanzar la narración es la de Remo. Es en la que resuena el mejor Bolaño y con la cual se narran dos de los mejores momentos de la novela: la bellísima descripción de Ciudad de México –“El cine Bucareli era, sin duda, el rey de la cuadra, el rey benévolo y apenas vicioso, el anfitrión de los que no tenían donde dormir, la Disneylandia negra, la única iglesia a la que, por momentos, parecíamos predestinados.”(p. 90)– y la sección final del libro, titulada “Manifiesto mexicano”, una suerte de relato erótico protagonizado por Remo y Laura. Sobre esta sección vale anotar que ya había sido publicada previamente. Apareció, con algunas ligeras variaciones, en el libro La Universidad Desconocida (2007) e incluso llegó a ser publicado en la revista The New Yorker en el 2013.
Que el epílogo de la novela haya estado circulando desde hace diez años tan solo subraya el ambiente anticlimáctico en el que flota El espíritu de la ciencia-ficción . Nos recuerda, continuamente, que esto es tan solo el sparring de Los detectives salvajes (1998); una novela con la que comparte escenarios, formas, motivos e incluso personajes. Pero todo eso que en Los detectives salvajes es una explosión, acá implosiona con una prosa áspera (el adjetivo “ininteligible” se repite hasta al cansancio), una estructura enclenque y un misterio banal.
En un momento de la novela alguien le reclama a Remo, sobre la indagación entorno al aumento de las revistas literarias en la ciudad: “no acabo de entender el interés” (p. 156). Y algo de razón tiene, porque la novela, tambaleante, nos conduce otra vez a especular improductivamente sobre ese chileno de colochos, recién llegado a Blanes, que en 1984 decidió una cosa: no publicar este libro.