Desde la óptica de una reivindicación de las feminidades en lo cultural y en lo literario, hay un hecho innegable ligado a la aparición de Yolanda Oreamuno en las letras costarricenses: después de ella, la narrativa escrita por mujeres se desborda de manera incontenible.
Es evidente que la perspectiva femenina, como propuesta de revisión frente al patriarcado y sus construcciones ideológicas, se acrecienta en alcances sobre todo en los últimos cien años. A no dudarlo, a partir del ocaso del siglo XIX y, con mayor fuerza, en el recién pasado siglo XX, logra situarse la mujer en el centro de atención del mundo. Sin embargo, tal como lo indicaba Yolanda con su habitual lucidez desde los escritos tempranos, es con la Revolución Industrial y gracias, pues, a una circunstancia histórica muy concreta, como las féminas se incorporan de lleno a los procesos de producción y, con ello, alcanzan a provocar una alteración en el orden del mundo, hasta tal punto que el cambio ya no tuvo vuelta de hoja ni marcha atrás. Fue pues ante el hecho consumado que debió reinterpretarse la realidad, para dar cabida a lo que ya se había producido.
Desde una abarcadora visión del “ser” y el “deber ser” de lo femenino, en crítica actitud frente al orden establecido, Yolanda Oreamuno propone un mundo distinto para un nuevo tipo de mujer, libre, completa y plantada de lleno ante las circunstancias. Y con ello no solo ensancha las visiones sobre la realidad, sobre la sociedad y la cultura, sino que se suma a otras creadoras en los empeños de redefinición, para asumir de otra manera el poder creador literario.
En resumen, Yolanda encarna el ímpetu por asentar una nueva forma de comprender el acto de escritura, impregnado en este caso de signos femeninos.
Resulta incuestionable que la tradición literaria intentó desde siempre aprisionar a la mujer creadora en definiciones cerradas e inapelables tanto de su persona, como de sus potencialidades creativas. Así, la redujo a estereotipos extremos que, en su afán reductivo y empequeñecedor, entran en conflicto con las múltiples percepciones que de sí misma es capaz de elaborar la mujer y, más concretamente, la autora. La vivencia de la feminidad desde la autoría literaria y según las pautas patriarcales, lleva a la comprobación de las discrepancias entre lo que una mujer mira en sí misma –lo que ella es o quiere ser– y lo que está supuesta (u obligada) a ser, en función del sistema establecido. Y es aquí donde se percibe que Oreamuno tuvo muy clara conciencia tanto de su papel de mujer, como de la labor de escritora, amén del nexo entre ambas situaciones. También en este sentido, como en tantos otros, abrió Yolanda rutas con su propia ruta.
Derecho a la educación
Sin embargo, la visión de esta autora se encuentra unida no solo a una comprensión de las feminidades que saben afirmarse para protagonizar el acto creador, sino también a la defensa del derecho a la educación por parte de todas las mujeres.
Es desde su temprano ensayo “¿Qué hora es?” (1938), escrito al superar apenas los veinte años –y 10 años antes de dar a conocer La ruta de su evasión – cuando Yolanda acomete con toda claridad una sólida propuesta de educación femenina: una educación encaminada a rescatar el derecho a la forja de las potencialidades para arribar a la palabra pública, desde el encierro privado. “¿Qué hora es?” inicia una primera etapa en la producción de Oreamuno, en el marco comprensivo de la formación femenil lanzada además hacia el futuro, en acto de lucidez que asombra.
Ante las obligaciones impuestas a las mujeres, la primaria actitud ha de ser entonces –y en ello es muy claro el ensayo aludido– la de construir una imagen propia, dada a partir de la razón autorreflexiva. Una definición surgida desde su ser y no desde otros ojos, ajenos, engañosos y además condicionantes, como pueden ser los ojos del sistema establecido. Pero esta actitud, anunciada tan tempranamente, tendrá que afinarse para fructificar 10 años después, en toda la fuerza que alcanza dentro de La ruta de su evasión , novela que aborda de manera directa lo afirmativo femenino y sus nexos con el derecho a una existencia propia. Con La ruta de su evasión –y como podría decirlo Simone de Beauvoir–, la feminidad objetivada se tornaría, al fin, en la propuesta del sujeto hecho mujer.
(...)
La certera completud que adquiere la obra de Oreamuno cuando es contemplada de esta manera –aquello que se anuncia en el ensayo juvenil se plasma y consolida extraordinariamente en la novela de madurez– quizá constituya, en alguna medida, un paliativo ante la desazón causada por la muerte temprana de la autora, en un momento de potencia creativa y visos de futuro literario aún más promisorio. Algún consuelo puede haber en la visión de esa plenitud a la que se alude, en tanto cumplimiento de una etapa fecunda pese a la vida corta y el tan breve camino.
Estigma y lucha
Ha de añadirse otro aspecto imposible de obviar (...). Tal, lo que se refiere al estigma que pesa sobre la escritura de las mujeres en tanto acción autoafirmativa, más aún si a ello se suma el precio social que debe pagarse por una genialidad que tiene, además, el signo de lo femenino.
Ciertamente, escribir desde el lugar de la mujer en la Costa Rica del siglo XX implicó actuar desde una herencia patriarcal que, según se ha dicho, marginó a las féminas no solo de la escritura, sino también de todas las otras múltiples formas de acción cultural consideradas válidas. No obstante, ayer como hoy, en este continente americano igual que en otros, aparecen momentos más o menos organizados en los cuales afianzan sus raíces las luchas de la mujer por el autoconocimiento y la autodefinición. Y en esa Costa Rica mojigata de la primera mitad del siglo XX, Yolanda Oreamuno encarnó, de manera nítida, uno de estos intentos.
No obstante, resulta por igual palpable, aún en los días presentes, que la comprobación del genio en una mujer que, amén de afirmarse, quiere lo mismo para el resto de sus congéneres, ha de llevarla a sufrir la marca de algún señalamiento, casi siempre en alianza con cierto grado de “excentricidad”: advertencia de que aquella que lo porta intenta huir del centro de dominio que debería mantenerla atada. Pecado mayor cuando “eso” que la excéntrica hace es escribir, lo que se iguala a inscribirse en el espacio y en el tiempo. Por todo ello, genialidad y lucidez, escritas en femenino, implicarán un castigo social, dos de cuyas formas bien pueden ser la ausencia de reconocimiento y la reclusión en la soledad.
No es posible soslayar el hecho de que Oreamuno afirma su feminidad y ejercicio de autoría desde una posición ya matizada con tonos particulares, en la especial conjugación de dotes físicas y valía intelectual que fue su persona. Cualidades unidas, además, a un doble poder de seducción, el del aspecto y el de la palabra, en alianza que, sin duda, muchos definirían como extremo peligro femenino frente a la autoría y la autoridad masculinas. El precio, para muchas, debió ser el exilio.
Genialidad
Obligado es recordar lo que la misma Yolanda escribiera en carta a su amigo Alfredo Sancho, a propósito del carácter sui géneris de la genialidad.
“El genio es allá donde se rompen las medidas, donde tú estás sola, absolutamente sola, y no te sirven las palabras de los otros, ni sus sonrisas, ni siquiera su amor. Es estar cohabitando con la muerte en todos los segundos”.
Abordar la figura y la obra de Yolanda Oreamuno conduce a contemplar una ruta de vida y una senda literaria dedicadas a impugnar prejuicios, afinar miradas, para que a nuestras mentes se les ensanche un poco más el horizonte. Y ello con la esperanza de que los seres humanos, por igual, tengamos siempre una oportunidad de validar, en esta tierra, esa existencia que a todos se nos ha dado.