Cada quién tiene su propia versión de Yolanda Oreamuno: una mujer adelantada a su época, una artista atormentada por su genio o una madre que sufrió una muerte prematura.
Lo cierto es que no tenemos a la Yolanda de carne y hueso para que nos explique, cara a cara, quién era ella. Al cumplirse el centenario de su nacimiento tenemos, por otro lado, el testimonio de cada uno de los lectores cuya vida fue intervenida por el legado de su obra.
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Ayer, sus colegas y su familia se reunieron en distintos lugares de San José para entregarle lo que ella tanto deseó en vida: reconocimiento.
El Ministerio de Cultura y Juventud inauguró en la Antigua Aduana la primera estación de la exhibición itinerante Yolanda Oreamuno, centenario 1916-2016 . Fragmentada en paneles, la vida de Oreamuno se muestra al público como la conocemos.
La exhibición recibió a la familia, los colegas y lectores de la escritora con muestras de su historia como estudiante en el Colegio de Señoritas, como colaboradora de la revista Repertorio Americano y como la musa de los artistas Margarita Bertheau y Juan Manuel Sánchez, entre otros intelectuales y creadores de su época.
La presentación del espacio –a cargo de su hijo Sergio Barahona y la ministra de Cultura, Sylvie Durán–, se convirtió en una evidencia tangible de que ese saber no es suficiente.
“Si queremos que nuestros escritores y literatura florezcan tienen que hacerse cambios importantes”, expresó Barahona mientras exponía las limitaciones que enfrentó su madre para difundir su talento en Costa Rica.
En los años posteriores a la muerte de Oreamuno en México, en 1956, esos cambios se han develado muy lentamente. Sin tantos estigmas, las mujeres escritoras tienen la oportunidad de defender su obra y vida con mayor libertad y posibilidad de éxito.
Durán reconoció en un emotivo discurso que las instituciones tardaron mucho en otorgarle un lugar meritorio a Oreamuno en las letras ticas.
Ahora, ¿cómo darle ese lugar después de tanto tiempo?
“En el fondo, ¿qué es lo que queda de los escritores cuando mueren?”, expresó la poetisa Julieta Dobles, mientras recorría la muestra. “Su vida es una anécdota, pero lo que queda es su obra y por eso es tan importante que se conozca, se edite y se ponga al alcance de la juventud”.
Dobles fue una de las colegas de Oreamuno que recorrió la muestra junto con las escritoras Dorelia Barahona, Paola Valverde y el poeta Alfonso Chase.
“Este centenario es una de las cosas más importantes, como lo hemos celebrado”, aseguró Chase. “Hoy no hay nadie comprando libros, todos vienen, se retratan con ella. Todo el aparato del centenario no implica la difusión de su obra, y decir eso es molesto de mi parte, pero lo que más puede esperar uno es que la lean”.
Huellas. La relación de Oreamuno con sus lectores, como ocurre con el resto de la literatura, es íntima e invisible.
En el Cementerio General de San José, un homenaje distinto fue ver a actrices –Alejandra Portillo, Karina Conejo, Silvia Campos, Gabriela López y Camila Arenas– interpretar textos de la escritora ante un reducido grupo de sus seguidores y, entre ellos, su nieta, Ana Barahona.
No faltó el único seguidor de Oreamuno que se acuerda con precisión de reloj el día de su nacimiento: el comunicador Alfredo González. De joven, encontró su obra mientras limpiaba la biblioteca de su casa, de adulto le ofrece desde 1995 una peregrinación simbólica a su tumba (renovada en el 2011).
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Conforme avanzó la mañana, se acercaron a la tumba otras personas que colocaron sus propias flores. Cada uno llevaba consigo la versión de Oreamuno que extrajo de su obra y los fragmentos de su vida.
Conmemorar a Yolanda no es recordar su pasado sino recordar, en tiempo presente que, tal y como repitió de forma mántrica el grupo de actrices “Yolanda está, Yolanda sigue y Yolanda vive”.