El famoso poeta Luis Chaves alguna vez escribió que la mejor poesía jamás hecha en el país se encontraba en las letras de la banda Bruno Porter.
A pesar de su fugaz éxito en la escena nacional durante la década de los años 90, la agrupación sufrió ese destino que parece inevitable cuando se trata del ámbito cultural en un país en vías de desarrollo: la desaparición.
Sus miembros siguieron con sus respectivas vidas y las tarimas de la ciudad de San José no volvieron a ser sacudidas por su ecléctica descarga de rock experimental. Aún así, el impacto de su arte quedó impregnado en la vida de muchos, y el espectro de su disolución con el tiempo se tradujo en un culto hacia su figura.
El documental nacional Queremos tanto a Bruno (2018), parte de la competencia costarricense de largometraje del Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC), explora este fenómeno y el paralelo que existe con las expresiones artísticas de la capital en los tiempos actuales.
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Para los hermanos Ernesto y Antonio Jara, director y guionista que ya previamente habían realizado el aclamado trabajo de no-ficción El codo del diablo (2014), la historia de Bruno Porter es una que les apela por su vigencia.
“Fueron una banda que en su momento hizo muchas transgresiones a nivel musical, pero también a nivel del espectáculo en sí. Eso nos hablaba de un momento, pero ese momento también quisimos vincularlo al presente. Eso nos permite analizar una escena. Lo que es tratar de hacer arte en un país periférico como el nuestro”, comentó Ernesto.
Si bien él y su hermano tuvieron una conexión personal con los integrantes y la música de Bruno Porter, el retrato que querían realizar buscaba distanciarse de lo que consideran son lugares comunes del documental sobre rock.
“Había que combatir dos impulsos que podían descarrilar todo el asunto, que eran la idealización y la nostalgia. Que una persona que no conoció a Bruno, o que inclusive los escuche y no le llegue de la misma manera, pueda igual identificarse con esta historia, con esos vínculos que formamos con las bandas con las que crecemos”, dijo Antonio.
Esta subversión de las expectativas es algo con lo que Queremos tanto a Bruno juega desde su propia forma. A diferencia de lo que suele entenderse como el lenguaje documental, esta película se narra desde un punto de vista poético e íntimo, donde las vivencias personales, las leyendas urbanas, la poesía y hasta las mismas texturas de la animación se traslapan entre sí como si fuera un collage. Los realizadores cuentan que estas decisiones sobre el tratamiento del material buscan crear un diálogo directo con la propuesta rompedora de la banda.
Antonio Jara menciona que él y su hermano querían “algo muy sensorial. De la ciudad. Que reflexionara, y que no solo fuera armando una historia de un grupo”. A lo que Ernesto agregó: “Si Bruno Porter experimentaba con nuevos lenguajes, el documental también debía seguir esta misma lógica. Con el juego. Con buscar distintos elementos y referentes. Un mundo que va más allá de la música”.
La mera presencia de su obra en el CRFIC significa para estos artistas cierto tipo de validación. Consolidar la idea de que “nuestra historia no es solo lo que está en los libros, sino estas historias cruzadas de personas que van creando cosas nuevas todo el tiempo”. Esas historias que se ven reflejadas en la influencia que una banda de rock tuvo en toda una generación.
Queremos tanto a Bruno tendrá su última función del festival este martes 2 de abril a las 2:30 p. m. en el Teatro de la Aduana.