Cuando Carlos Ramos no está en el escenario podría decirse que es una persona taciturna.
Él se queda sereno y en silencio mientras le ponen algún disfraz; con costos parpadea cuando lo maquillan.
Cuando por fin se libera de los preparativos previos a su show en El Chinamo, él saca de uno de sus bolsillos dos hojas blancas en las que escribe a mano los chistes de la noche. Así repasa su guion.
Basta con que alguien se acerque a pedirle una foto para que se transforme: sus ojos brillan y su sonrisa se extiende por su robusto rostro.
Cuando se prenden las luces y suena una pista de cumbia, Carlos Ramos arriba al escenario transformado en El Porcionzón: está listo para hacer reír. Con sus chistes quiere dar sesiones de risoterapia para que el semblante de sus oyentes se vea vivaz y juvenil; así como el suyo, según cuenta, que ya con 68 años no aparenta la edad.
Después de acompañarlo una noche en El Chinamo y ver cómo es su modus operandi antes y después de estar en escena, conversamos para esta entrevista una mañana de diciembre. Tranquilo y relajado como se le percibió antes, Ramos llegó a Grupo Nación: vestía jeans rasgados en algunas partes, camisa roja ajustada, mocasines, dos anillos “con brillitos” –como él les llama– en sus dedos anulares y un reloj de casa italiana.
Ramos, uno de los humoristas más populares en el país, no duda en afirmar que su trabajo le permite vivir bien.
“Yo me catalogo como un pobre millonario, porque hay millonarios pobres. Yo me doy los gusticos que me puedo comprar. Un día hice un pacto y le dije a Dios: ‘si usted me bendice yo no me voy a privar de nada’. Yo de niño tuve carencias. Soy el mayor de 17 hermanos. Tuve una infancia pobre y para mí es un orgullo haber sido tan pobre, tuve que trabajar en todo lo que hace un niño para sobrevivir en esta jungla de cemento: jalé bolsas en el mercado, vendí bolsas de papas y ya grande tuve hasta mi propia cantina. Dios me dio el don del humor. Con eso vivo y no me puedo quejar”, contó.
Carlos Ramos, quien también es conocido con el sobrenombre de Menecazo, llegó hasta noveno año en el Liceo de Costa Rica. Apoyar con los gastos de su familia lo arrinconó a tomar la decisión de dejar de estudiar. Dice que la buena memoria siempre lo ha acompañado y esa ha sido su gran aliada en la consolidación de su amplio banco de chistes. De no haberse dedicado al humor hubiera seguido en el comercio, negocio que dejó pasados los 30 años.
“Esto fue un azar del destino. Nunca pensé en ser humorista. Tuve sentido del humor pero no para vivir de esto. Empecé adulto porque hace más de 30 años no era tan lucrativo. La gente veía al humorista como un “payasito”.
Yo empecé porque mi amigo Édgar Sinca Murillo me inscribió, sin darme cuenta, en el programa La dulce vida. Él me prestó un traje entero para mi presentación que, por cierto, me quedaba grande. Mi estilo era pachucón y por el elitismo del programa no era el más apropiado para ganar. Pero gané”, rememoró.
Su estrella humorística siempre brilló. Desde su génesis tuvo el privilegio de trabajar con sus “ídolos”.
“Trabajé en La dulce vida y sus estrellas y luego pasé a participar en los festejos populares. Trabajé con mis grandes maestros y mis ídolos Carmen Granados, Lucho Ramírez, Franklin Vargas y con Miguel Mora de Coco y su Pandilla. Estuve con gente de muy buena calidad, había que pulirse, a mí no me conocía nadie. Fue reconfortante trabajar con ellos tan profesionales”, dice.
Años más tarde se le ofreció ser uno de los participantes del proyecto que nacía en Radio Omega: De 5 a 7.
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“Don Jorge Hernández me convoca y me ofrece participar en un programa de horas pico en la tarde. Yo nunca había trabajado en radio y él me dijo que confiaba en mí. Yo esperaba llegar media hora pero de una vez entramos con dos horas en De 5 a 7. El programa tiene la misma edad que El Chinamo (17 años), soy pionero en participación en ambos”, recalca.
Fuera del traje
Los últimos años en las transmisiones de fin de año, hemos visto a un reinventado Carlos Ramos. Sus chistes ahora se acompañan, generalmente de una graciosa botarga animada o un disfraz jocoso con el que su gracia se aumenta. En esto ahondaremos más adelante.
Pero, ¿quién es Carlos Ramos cuando no está haciendo reír desde el escenario?Carlos Ramos es padre de siete hijos. El menor tiene nueve años y tres de los mayores tienen sus profesiones. El rostro de Carlos cambia nuevamente. Más que la sonrisa que se le conoce en sus presentaciones, en su cara se ve felicidad de esa que da el orgullo.
“Yo me considero un buen papá, tengo mis defectos como todo, pero siempre he inculcado principios morales y honestos a mis hijos. Me siento orgulloso de ellos. Gracias a mi trabajo he sacado a mis hijos adelante. Ellos son profesionales: uno es abogado; una es administradora de empresas con énfasis en mercadeo; otro hijo estudió en el INA y pude proporcionarle un taller con el cual se gana la vida y mantiene a su familia.
”Hace un tiempo uno de ellos cometió un error de juventud, pero luego de una investigación salió absuelto”, cuenta.
En esta temporada Ramos trabaja en algunas transmisiones de fin y principio de año. Durante los otros meses del año se concentra como imagen de marcas, en activación de productos y presentándose, principalmente, en celebraciones de 50 años.
Siempre hay mucho por hacer y él no considera, en lo absoluto, ser una figura que pasó de moda.
Ramos no es muy asiduo a las redes sociales, aunque tiene que usarlas. En su smartphone muestra una foto de él en una sala del Hospital Calderón Guardia. Cuando puede va y comparte su humor con algunos pacientes.
“Para mí el humor es lo más grande que existe. De hecho, la Organización Mundial de la Salud lo ha calificado como medicinal. Esas personas con las que estoy compartiendo (en el hospital) van tres veces a la semana y están pegadas a una máquina. Vienen de lugares lejanos. Me quemaría las manos si me dieran un cinco.
“Esto no lo digo con afán de ser filántropo, pero creo que Dios lo agarra a uno como instrumento y ver esas personas sonreír no tiene precio”, dice.
Carlos, el Porcionzón
Con más de tres décadas de sólida carrera, Carlos Ramos es uno de los humoristas más conocidos. Algunos ríen a más no poder con sus chistes, que la mayoría de veces son de doble sentido. Otros no gustan de “su don” porque le consideran muy pachuco. Incluso, no ha faltado quien le pregunte si hace sus shows tomado o drogado. “No tengo vicios”, asevera.
Con paciencia y serenidad, con una que otra carcajada y rara vez un chiste afín con la conversación, Ramos conversó sobre esta faceta en la que acompaña sus chistes de un cómico disfraz.
¿Por qué llegan los disfraces, ¿es una manera de reinventarse?
Yo soy Carlos Ramos. Si me pongo esos trajes es un valor agregado.
”Yo en El Chinamo empecé con trajes formales como esmoquin. Para reinventarnos la producción empezó a hacerlos de colores. Luego vestidos enteros llamativos: trajes con tela de jirafa, de cebra, dálmata, vaca. No dejaban de ser valor agregado. La producción me dijo que si podía vestirme de mujer y yo dije que no, porque vestirse de mujer o de gay es la manera más fácil de hacer reír. Yo no tengo nada en contra, ni soy homofóbico, pero ¿por qué las producciones no dejan de meter personas amanerados? Porque no dejan de dar cierto aire de humorismo.
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”Les dije que me vestía de mujer pero de una vacilona como Cachete Nieves (Blanca Nieves), hacer como fábulas de esos personajes.”Lo importante no es ponerse el traje, el traje cualquiera se lo pone. Hay que sacarle provecho. Cuando salgo de Olaf hay que contar chistes relacionados con nieve, con pingüinos. Eso lleva trabajo y por eso ha sido exitoso. Carlitos Ramos es como una tradición en El Chinamo. La producción me ha dicho que cuando el personaje sale al escenario la sección se dispara. Ellos tienen unos aparatitos para medir el rating.
¿Se ha enterado de personas ofendidas por sus chistes?
Bueno, de todo hay en la Viña del Señor. Yo me cuido mucho de herir susceptibilidades. No cuento chistes racistas, ni de personas con incapacidad. Una que otra vez se me puede ir un chistecillo, pero trato de no herir. Mi humor no es blanco, es doble sentido, pero es muy asimilable. Mi humor es digerible. Hay que contar chistes de infidelidad, de la suegra, del borrachito.
¿Con la experiencia se ha ido midiendo para no caer en chistes machistas, misóginos, homofóbicos?
En lo que a chistes se refiere hay de todo: humor negro, rojo, blanco. Yo lo que hago es una mezcla, matizar el humor, decir las cosas sin herir. Tratar hasta donde se puede de no decir obscenidades ni hacer gestos (...). Hay que tratar hasta donde se puede de no decir obscenidades ni herir susceptibilidades.
¿Luego de sus presentaciones es autocrítico?
Mi hermano, quien falleció hace unos años y me provocó uno de los dolores más grandes, era el catador mío, me decía qué mejorar en mi rutina. Róger me cataba los chistes. Me gusta la crítica constructiva, pero constructiva de verdad, no de ofenderlo a uno. Debido a esa crítica uno se ha podido reinventar. A prueba y error te vas puliendo.
¿Se ha sentido avergonzado y que ha hecho el ridículo?
Sí, por supuesto. Una vez me dieron una broma en El Chinamo y me sentí 10 grados menos que un perro. Fue algo muy bien montado. Había un mae repugnantísimo al que le caigo mal y empieza a ofenderme. Luego dicen que no me van a pagar y yo no me violenté, creo que ese fue el éxito, aunque por dentro me sentí mal y pensaba que nunca más iba a volver a trabajar en eso. Luego me doy cuenta de que eran actores.
“A parte de eso que fue montado, no me ha tocado público hostil, quizá aparece alguna personita pasada de tragos, pero eso le pasa a todos”.
¿Con todos los trajes se siente cómodo?
En un principio tampoco voy a decir que estaba comodísimo, pero ya después no me afecta. Me he sentido incómodo porque el traje ha sido incómodo. Sentirme avergonzado por ponerme un traje, no. Este es mi trabajo.
Se ha dicho que usted es pachuco, o que su humor es de mal gusto...
Pachuco fue un personaje que rescaté porque existe el humor rural. Yo rescaté al pachuco citadino, con buenos piropos, agradable, bien chaneadito. Quise quitar la imagen del pachuco como persona que revienta cadenas, el que falta el respeto y toca las posaderas. No es vulgar, dice piropos bonitos: de ahí sacamos mi apodo de “El Porcionzón”, con el que me refería a una una dama guapísima: hice la analogía por la anatomía de la mujer que es como un muslo de pollo.
¿No cree que a las mujeres “ese piropo” puede resultarles ofensivo?
Al contrario creo que con “El Porcionzón” la mujer se siente halagada.
¿No se quejan?
Eso siento de las mujeres. Usted le dice ‘qué porcionzón’ y es un halago.
¿Cuál es su pensamiento de la mujer?
Lo más lindo que creó Dios.
Pero hace la analogía de una mujer con un trozo de pollo...
Yo eso lo relacioné por la anatomía. No es un trasfondo a menospreciar o denigrar. Más bien es enaltecer, resaltar su belleza. Nunca en lo que tengo de usar el término he oído una crítica diciendo que denigro a la mujer. Si en 30 años hubiera notado algo ya hubiera adoptado otro nombre.
¿Alguna vez ha pensado que está pasado de moda?
Mientras me contraten y tenga un programa que es número uno (se refiere a De 5 a 7), y contar con patrocinadores para el programa, diay no creo que esté pasado de moda.
¿Ha pensado en el retiro?
He pensado en jubilarme pero no porque esté pasado de moda. El humor no va a pasar de moda.Pienso hacerlo en poco tiempo. No soy de esos que dicen que quiero morir en un escenario. Ahorita que puedo manejar un carro, puedo disfrutar de la vida. He pensado en el retiro: he trabajado más de 30 años, es justo que se descanse y dar chance a otros .
Una persona que hace reír a los demás, ¿es feliz?
El ser humano tiene altos y bajos, pero soy feliz de ver a la gente feliz. Hay un fenómeno a través de la historia que dice que el humorista es muy sensible. Suena feo pero Robin Williams se suicidó, ¡vea que inverosímil!, personas que han hecho reír tanto que lleguen a tomar decisiones así. El humorista se ve muy afectado por algunas cosas. En mi caso puedo decir que soy feliz.
¿Con qué es sensible usted?
Sabe qué me lastima mucho: las injusticias, ver tanta gente en indigencia, ver niños sufriendo con hambre. Será por la infancia que tuve de aguantar hambre, yo me sensibilizo con las injusticias, no es que sea el hombre más bueno del mundo, ni mucho menos, pero sí me sensibilizo con eso.