El Festival de la Luz es uno de esos eventos en los que se agradece que existan los clichés. La promesa de “estar felices” ha sido tan manoseada que solo en pequeños pedazos de mundo, como el que se crea en el Paseo Colón cada año a mitad de diciembre, se puede encontrar esa pureza de sonrisas a la cual solo queda agradecer.
Este 14 de diciembre, esa profecía se volvió a cumplir, pero es aún más rica si se vive desde quienes experimentan el festival por vez primera. Desde ojos vírgenes, se comparten sonrisas con sabor propio.
La luz prometida.
Una vibración especial se esparció desde la tarima de Instituto Nacional de Seguros. Un puñado de familias de todas partes del país conocieron por primera ocasión la fiesta de luces que ocurre en San José.
El juego de pólvora inaugural fue un resumen del gozo. A unos cuantos metros, las hermanas Andrea y Noelia Vargas junto a su madre Dixiana Mena, saludaron como mariscalas del Festival de la Luz, mientras que a Yerlin, de nueve años, le bastaba su mirada para regresarle el saludo.
La niña de 9 años vino con su familia desde Ciudad Neilly, en un viaje de más de seis horas. Su hermana Esmeralda, de 4 años, su padre José Arturo Duarte de 39 y su madre Cristina, de 34, le hacen competencia en quién tiene la sonrisa más larga de esta noche.
Hoy se dejan de lado los pesares diarios, como dice el padre de la familia, alto, moreno, pero con un dolor de rodilla y espalda que en el día a día le cuesta olvidar. Hace cuatro años, un carro lo arrolló y se dio a la fuga, afectando sus habilidades de construcción de las cuales vive. Su esposa Cristina padece de desmayos, por lo que la situación se complica.
“Al momento de avisarnos que veníamos fue como si todo cambiara por un instante. Es una emoción muy fuerte, sobre todo para mis niñas”, cuenta con su hija Esmeralda, quien tiene autismo, y a la que carga en sus hombros.
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"¡Es Santa Claus, papi, es Santa Claus!", grita otra niña cercana a la familia. Un Colacho recorre una ola de palmas que esperan su contacto. El padre nuevamente abraza a su hija.
A los pocos minutos, una avioneta pasa por lo alto y los niños aplauden, entre ellos la familia Pérez Blanco. Desde el juego de pólvora, el pequeño Andrey se levanta de su asiento para mirar la primera carroza. La Banda Municipal de Tarrazú y la carroza del Museo de los niños lo emocionan.
No es poca cosa que sus sentimientos lo hagan levantarse. Esta es también la primera vez de Andrey y a pesar de su parálisis cerebral que lo afecta físicamente, el niño se sostiene de la baranda de la tarima para disfrutar la gran carroza de luces verdes y rojas, de las favoritas como siempre, con Museíto y Museíta, quienes provocan la ebullición de todos los infantes. Además, unas estrellas de mar y medusas bailarinas fueron a tocar las palmas de los niños más cercanos a la baranda.
Andrey tiene 12 años, y se emociona de igual manera que sus hermanos menores, Fiorelly y Meison. Es momento de alegría pues es el clímax del viaje que ansiaron desde hace un mes, que los trajo desde una comunidad bribrí de Alto Talamanca en un periplo que arrancó ayer en la madrugada.
"Me gusta mucho la música, es muy movida. Me hace muy feliz, es como pensé que iba a disfrutarlo", dice Andrey, quien no padece de discapacidades cognitivas y se expresa a la perfección.
Antes del éxtasis, los niños fueron con su madre a ver la película Frozen 2. “Muy linda, muy linda”, se limitan a decir los hermanos menores que portan con orgullo en su frente un pintacaritas con el símbolo de los súper héroes El hombre araña y Capitán América.
Más brillo.
Tras una pausa obligada por un problema con un transformador, la acción regresó con la banda del CTP de Santa Cruz, acompañada de gigantes y amistosas mascaradas.
Posteriormente, la carroza de Kolbi y la del Instituto Nacional de Seguros resultó irresistible de gritar. Karen Arias supervisa en el frenesí, desde unas gradas arriba, a sus hijos Steven y Byron, de 12 y 10 años respectivamente.
Los tres son una familia de escasos recursos que reside en el barrio Sagrada Familia. Los niños corren de un lado al otro y demuestran el rumor que les persigue: son unos atletas que saltan en una fiesta de serpentinas y luces.
Los infantes cuentan orgullosos que llevan cuatro años de ser el mejor promedio de su escuela, "lo que me motiva muchísimo cuando la cosa se pone difícil", dice su madre.
Además de las aulas, los niños practican fútbol y taekwondo. "Sabemos defendernos", dice Byron con sonrisa inocente.
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Los dos, pintados como leones, celebran la noche. La carroza del Instituto Costarricense de Turismo les trae una colorida fiesta ancestral, la de Huawei arriba con robots plateados que hicieron desaparecer el cansancio inminente de los pequeños…
De la misma forma pasó con el gran espectáculo de la Municipalidad de San José. Todos manifestaron asombro absoluto ante las fabulosas katrinas que hicieron saltar a los niños.
En medio de la fiesta, se descubre en el toldo que una niña llamada Dayanna está cumpliendo años. También un señor al que le gritan ‘don Jorge’.
No se ven entre el tumulto azul de la tarima, pero todos cantan al unísono el feliz cumpleaños de una noche de abrazos inevitables, con la luz rebotando en sus frentes.
Resultados del Festival de la Luz 2019
La carroza que más brilló: Instituto Nacional de Seguros
Segundo lugar: Demasa
Tercer lugar: Banco de Costa Rica
La carroza con mejor efecto infantil: Instituto Nacional de Seguros
La banda que más brilló: Banda Municipal de Acosta
Segundo lugar: Banda Municipal de Zarcero
Tercer lugar: Banda Comunal de Orotina