El funeral de la reina Isabel II fue uno de esos momentos que todos sabíamos que pasaría, pero que no podíamos imaginar. Nunca hubo alguna monarca que tuviese un reinado así de largo en la historia de la realeza británica (más de 70 años) y, tras todo este tiempo, las preocupaciones por su salud, los chismes en torno a la corona y, por supuesto, los memes, no han faltado nunca. Sin embargo, toda esa carga cultural hoy se sintió distinta, ante los ritos finales en su memoria.
El 19 de setiembre del 2022 quedará escrito en la historia y será habitual abrir libros de estudios sociales para ver que algo singular sucedió ese día. No es para menos: la despedida de la reina Isabel II involucra el fin de una larga era que, más allá de sus críticos y de sus fanáticos, significa un parteaguas para el planeta. Isabel II llegó al trono en 1952, en un Reino Unido aún sumido en la posguerra mundial, y ahora se marcha en el 2022 de la pospandemia y el Brexit; todo un suceso.
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Lágrimas y dolor
Tan simbólico es el deceso de la reina que el Reino Unido la homenajeó con 10 días de luto nacional, cortejos, procesiones, tributos y cantos en su nombre.
La centenaria tradición del reinado británico hizo que se gestara un colosal funeral de Estado en la Abadía de Westminster, en presencia de mandatarios de todo el mundo como el presidente estadounidense Joe Biden, los reyes de España Felipe y Letizia, los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía, el emperador Naruhito de Japón, entre decenas de jefes de estado.
La ceremonia, transmitida en todo el planeta, conmovió con las palabras del arzobispo de Canterbury, Justin Welby. “Las personas que aman servir son infrecuentes en cualquier ámbito de la vida. Los líderes que aman servir son aún más infrecuentes. Pero en todos los casos, aquellos que sirven serán amados y recordados, mientras que quienes se aferran al poder y los privilegios son olvidados”, expresó.
El Coro de la Abadía de Westminster y el Coro de la Capilla Real dieron un aura sagrado a la ceremonia: entre los saludos de las gaitas y los cantos angelicales, el funeral parecía una escena sacada de la más poética película. Las dos mil personas que estaban dentro del templo mostraron evidentes caras de aflicción.
El oficio terminó con el himno Dios salve al Rey, en honor al nuevo monarca Carlos III, quien con sus gestos hacía notar que no quería ser visto en primer plano en su momento de duelo.
El féretro de la reina fue transportado hacia las afueras de Westminter para ser llevado hasta el castillo de Windsor, para proceder con los ritos finales. El ataúd fue llevado por ocho portadores y fue cubierto con el estandarte real, la corona imperial, el cetro y el orbe, símbolos de su reinado.
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En un desfile de Estado, la población lanzó rosas y flores de todos los colores. Ls aplausos no escasearon, pero los silencios absorbieron el ambiente sepulcral conforme la carroza se acercó a su destino en Windsor.
Se sabe que hubo algunas protestas en el camino por parte de algunos republicanos que se oponen a la monarquía y al legado de la reina, pero la devoción por Isabel II fue tan grande que aquellos retractores nunca tomaron protagonismo.
El convoy con la carroza fúnebre llegó a Shaw Farm Gate, en Albert Road, Windsor. Allí subió por el famoso Long Walk hasta el Castillo de Windsor para el servicio de entierro en la Capilla de San Jorge.
En las transmisiones televisivas se recordó que lo que sucedía no era menor; pues hace siete décadas fue el último entierro de un monarca (su padre, el rey Jorge). Además, el último gran entierro real que tuvo al mundo en vilo fue en setiembre de 1997, al fallecer la querida princesa Diana.
Tras llegar a la Capilla de San Jorge, recinto construido por la propia Isabel para honrar los restos de su familia, el rey Carlos III se unió a la procesión final, cabizbajo, con el peso de un reinado que le podrá saber a mil texturas, pero que hoy lo asume desde el duelo. Su cara larga y sus ojos conteniendo lágrimas, dieron una postal completamente distinta de sí mismo, de quien se habla que tiene un carácter complicado.
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En un absoluto silencio, el pueblo británico atestiguó el ingreso del féretro de la reina Isabel II a la capilla de San Jorge. Solo los zapatos de la guardia real se escucharon en la entrada al recinto.
“Su presencia nos dio seguridad para enfrentar el futuro con esperanza y con amor”, expresó el reverendo David Conner tras el ingreso del cuerpo de la monarca.
Seguidamente, el Joyero Real quitó del ataúd las joyas de la Corona, el rey colocó el uniforme de los Grenadier Guards sobre el féretro de la reina Isabel II y el Lord Chamerlain rompió su vara de servicio, un símbolo que significa el fin del reinado.
Tras este rito final, el cuerpo de la soberana descendió en una plataforma eléctrica hasta la bóveda real. Isabel II pidió ser enterrada con su anillo de bodas de oro y con un par de de pendientes de perlas. Eso sí: lo que quedará colgando en su panteón es la memoria de la “reina eterna”.