La de Melissa Mora fue su gran boda... la de ella, no la que todos augurábamos. Muy importante. La novia es la que manda.
Arrancó en una tarde de verano extrañamente marcada por un chaparrón que cayó en tierras de Heredia poco antes de que ella desfilara hacia el altar blanca y radiante, esplendorosa. Vistió un traje acorde con su bella figura y un peinado y maquillaje del artista Adán Chinchilla.
A pesar de que el diluvio venía provisto de una oscura nubosidad que se instaló en el hotel Wyndham Herradura, donde se realizó la ceremonia religiosa a las 4 p.m. y luego la fiesta, muchos de los invitados comentaban que aquel fenómeno meteorológico fue eso, un fenómeno, una buena señal, porque “el agua del cielo significa esperanza y fertilidad”, reza un adagio.
O, como dice una canción de Alanis Morissette, "Novia mojada, novia afortunada.
Antes de proseguir con la crónica de la tarde-noche-madrugada, es oportuno volver a un tema que explicábamos ayer en la primera nota que publicamos sobre el evento. ¿Por qué causó tanta bulla mediática el matrimonio de la ramonense?
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Pasa que, durante los últimos 15 años Melissa ha sido figura y noticia en el ambiente farandulero costarricense, primero porque desde muy joven su voluptuosa figura y su hermosura general empezaron a ser protagonistas en medios de comunicación nacionales y en los últimos años figura indiscutible de las redes sociales.
Paralelamente, situaciones de su vida privada han sido objeto de distintas polémicas; como afirman los mismos medios de comunicación, Melissa Mora siempre es noticia (positiva o negativa), sin embargo, desde que conoció a Jonathan Picado, su hoy esposo, más de dos años atrás, Melissa parece haber encontrado sosiego emocional, de ahí que hace unos meses decidieron unir sus vidas en matrimonio y no se anduvieron por las ramas: de una vez, se casaron por la iglesia... Sin miedo a nada, como diría la canción de Alex Ubago.
Pero bueno, el anuncio de su boda, realizado varios meses atrás, provocó que la ramonense, quien es madre de Camila Villalobos, de ocho años y producto de una relación anterior, volviera a acaparar titulares en prácticamente todos los espacios y medios de farándula.
Justamente por lo mismo, ayer varios medios escritos, televisivos y cibernéticos se apersonaron a las inmediaciones de la Iglesia Santa María, dentro del hotel, ya pasadas las 3 de la tarde, con el fin de entrevistar a figuras reconocidas en diversos ámbitos que, se suponía, formarían parte de los invitados. Pero resultó que todos partimos de supuestos equivocados, en los previos el único personaje conocido que estaba por ingresar a la capilla era el humorista Emeterio Viales... y pare de contar.
Lo que sí abundó fue la afluencia de parientes y amigos cercanos de la pareja, muchos de ellos emperifollados acorde con la solemnidad del evento, de los que de fijo se pasaron horas en preparar el atuendo y, en el caso de las mujeres, los peinados y maquillajes elaborados fueron una tónica común.
El novio, Jonathan Picado, llegó puntual, solo unos minutos antes de que Melissa ingresara al hotel en una lujosa limusina, una de las pocas extravagancias que se permitieron.
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Para entonces, los invitados esperaban el desfile de los padrinos, previo a la entrada de los contrayentes, en medio de un ambiente tranquilo, agradable. En las bodas no falta quien llore, pero creo que ayer no fue el caso... salvo por los contrayentes, que se conmovieron hasta las lágrimas en los segundos cruciales, a punto de dar el sí. Por lo demás, la novia fue la primera en acopiar ecuanimidad tras bajar de la limusina, acompañada de su hijita y otras familiares (vestidas de blanco, como ella) e iniciar el desfile al altar con paso firme y actitud serena.
Douglas Aragón Carmiol, capellán del Hospital Siquiátrico y amigo de los contrayentes fue el encargado de oficiar la boda. El sacerdote, también consejero de la pareja, en su homilía instó a la pareja a tener paciencia y tolerancia, lo que a su juicio, atenta contra la durabilidad de los matrimonios en la actualidad.
El momento de “Los declaro marido y mujer” sí fue un poco aparatoso por la cantidad de cámaras que intentaban capturar el momento, pero aún así, los contrayentes e invitados se mantuvieron con gran pasividad, cero atarantamiento.
La pareja abandonó la capilla en la misma limusina en la que llegó la ahora esposa; luego, ya en las cercanías del salón La Paz, donde se realizó la fiesta, nos llevaron a los invitados a un parqueo colindante con la autopista Próspero Fernández y ahí se dio una bonita sorpresa, cuando Melissa y Jonathan regresaron en la limosina, ya pasadas las 6 de la tarde, y fueron recibidos por un vistoso juego de pólvora que, de rebote, fue disfrutado por varios de los choferes que pasaban por la pista y se unieron al festejo con sus pitoretas.
Finalmente, Melissa tuvo su gran noche como lo sueñan todas las novias después de decir sí quiero.
Es que todo transcurrió en orden como ella lo quiso y como lo supervisó y coordinó Roxana Aguilar, cuidadosa y laboriosa maestra de ceremonias. En todo momento hubo orden, desde la entrada —con el ya mencionado oloroso y pomposo juego de pólvora— y lo que vino después, incluso el vino.
Primero los invitados fueron recibidos en el lobby del salón La Paz con un vino chileno y bocadillos gourmet sin faltar la copita de ceviche en salsa de tomate. Ya en la sala principal, mesas redondas de diez puestos recibieron a los convidados. Nada que envidiar a otras fiestas de buen presupuesto: mesas forradas en telas brillantes, sillas tipo Tiffany doradas, posaplatos de cristal, servilletas de seda, copas para champán, altos centros de mesas con rosas blancas y rosadas que casi tocaban el cielo donde también pendían cristalinos collares. Había de todo lo que se espera en una generosa boda como esta que preparó durante varios meses Melissa que no dejó nada al azar: vio cada detalle para poder brillar ella también… y lo logró.
Por cierto, las sillas destinadas a padrinos y madrinas tenían plumas blancas, un exquisito detalle para sus más cercanos. También se dispuso de un lounge de gordos sillones blancos donde fueron pasando grupos de invitados para la foto con los novios. Al principio, cuando ya el salón estaba dispuesto para recibir a los recién casados se produjo una de las sorpresas de la velada: en la tarima hidráulica subieron al escenario los contrayentes acompañados por Camila, la hija de la novia. Melissa venía cantando en directo “Gracias por hacerme feliz”, que ella compuso para Jonathan. Tremendo detallazo, ahí sí hubo uno que otro al que se le aflojaron los lagrimales y los lagrimones.
Casi de inmediato todos levantaron una flauta de cristal con un espumante para brindar por la felicidad de los nuevos esposos. Acto seguido Mauricio Herrera, gran amigo de ella —conocido artísticamente como Elvis Tico—, interpretó “Hasta mi final”… y ellos bailaron el tradicional vals de la felicidad: Tu lugar es a mi lado / hasta que lo quiera Dios / hoy sabrán cuanto te amo / cuando por fin seamos dos...
No se diga más. Después vino la cena amenizada por selecta música de piano. Y casi con el postre empezó la fiesta animada por la excelente banda de Freddy Alves, una de las más cotizadas en este tipo de bodas. Y todos bailaron y brindaron hasta las cuatro de la madrugada, como si no hubiera mañana. Y para los que se preguntan que sigue… el 16 de abril viajarán a Europa para hacer un romántico crucero por el Meditarráneo, de Alcegiras a Estambul, con sus atardeceres rojos…
Pasada la medianoche, y aún enfundada en su vestido blanco ceñido al cuerpo con finos bordados y detalles de pedrería, Melissa habló con La Nación del paso que acababa de dar: “Han sido días de carreras pero también de mucha emoción y mucha seguridad. Nosotros nos conocemos hace dos años, tenemos año y medio de vivir juntos, es un verdadero compañero de vida, me apoya... nos apoyamos los dos en todo, la verdad es que decidimos seguir este camino porque uno no se encuentra todos los días una persona como Jonathan... tenemos una relación muy plena, no había mucho qué pensar”, aseguró Melissa mientras esbozaba esa sonrisa angelical que tanto la caracteriza.