Un payaso enmascarado, con vestimenta holgada y de apariencia tétrica viene corriendo por media calle con una vejiga en la mano.
No es la suya, por supuesto. El verdadero dueño de aquellas carnes no está presente en cuerpo y alma... o bueno; no en cuerpo entero, al menos.
La vejiga de res, inflada, está amarrada a una cuerda de color negro. La cuerda está sostenida por una mano que la presiona con fuerza inquebrantable. La mano se agita hacia atrás tomando impulso desde el brazo, desde el torso, desde el fondo del alma.
El brazo, la mano, la cuerda... la vejiga; todo, en conjunto, se libera como una piedra que sale disparada de una resortera. "¡Ayyyyy!", se espeta en medio de la multitud.
El impulso del brazo, la mano, la cuerda y la vejiga acabaron en un súbito y certero golpe en una espalda.
El golpe se siente fuerte por detrás. La vejiga duele fuerte en la espalda.
El susto y la instantánea desesperanza estremecen los aires barveños.
El grito es un vergonzoso alarido de timbre agudo, que sale de la garganta del reportero que escribe estas líneas. Es quizá aquella desesperada exclamación la que devela y delata a un extraño, a un neófito de la Festividad de San Bartolomé.
El payaso, en cambio, se quita la máscara y destapa su rostro inexpresivo, el rostro de un local de 12 años acostumbrado a dar golpes de vejiga al menos un fin de semana al año.
No hay malicia en su cara. Su talante contrasta con la terrorífica máscara que lo cubría segundos antes; aquella que no dejaba espacio para sospechar que debajo hubiera aunque fuera una poca de inocencia.
Los habituales asistentes a estas dolorosas citas con las vejigas de res y cerdo ya saben a lo que van porque "en guerra avisada (...)".
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Cuando arriba el 24 de agosto, Barva de Heredia entera parece estar preparada para cualquier golpe inesperado en la retaguardia, para cualquier represión de un grito ante un inclemente azote que parece inevitable. Ese día se celebra a San Bartolomé, el santo que –cuenta la tradición católica– fue martirizado por el rey de Armenia, quien lo mandó a desollar vivo.
"Las vejigas asimilan el dolor de él", justifica un joven de 16 años que está a punto de sumarse al desfile portando una máscara del Duende verde. Los golpes, eso sí, son difíciles de asimilar.
Aquel adolescente se mezclará con enmascarados que llevarán encima las obras de los mascareros locales más artistas: Macho, Kochef, Bombillo, Damaris, Bombillo, Yoshi o Yogui.
Su hermana, una muchacha de 23, se colocó prendas que escondieran toda su femineidad porque aquí, en su pueblo natal, no es bien visto que las mujeres se metan a golpear. "Yo voy a pegarle al que esté puesto. El que viene a esto sabe a lo que se expone", comenta decidida.
Asegura el periodista Miguel Salguero en el libro Cantones de Costa Rica que el costumbrismo local sumó las persecuciones con vejigas de res y de ganado vacuno hace poco más de 80 años a sus fiestas patronales. Vejigas octagenarias.
Antes se compraban en las carnicerías locales pero los tiempos han cambiado y el Ministerio de Salud ya no permite el libre comercio de estos músculos. Conseguirlos es una misión difícil y, sobra decir, clandestina.
Por esos días Barva se acostumbra a un olor raro en el aire; aire de vejiga, aire que atrae moscas y las lleva a perseguir vejigas.
La clientela va en busca de las primeras armas cárnicas a inicios de agosto. Conforme se acerca la fecha del patrono, el precio se incrementa. Ese es el día para estrenar vejigas, el fin de semana siguiente serán utilizadas los días viernes, sábado y domingo.
Se le saca el jugo a la vejiga, de eso no hay duda.
Si perteneció a una res se consigue a ¢3.000. Es grande y se infla con facilidad. Es la que pega más fuerte.
Las de cerdo son más pequeñas, por lo que se puede adquirir una por ¢1.000, o dos por el mismo precio, en tiempos de bonanza.
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Un muchacho cachetón, de 16 años, de kimono azul y máscara de payaso asesino, compró 13 unidades para este 2015. Tres de res, 10 de cerdo. Golpeará con todas ellas.
El producto suele ser de buena calidad, pero cuando los azotes abundan, hay más posibilidades de que las vejigas se revienten, entonces es mejor tener otras en la refrigeradora de la casa, para el respaldo, por supuesto.
Además es indispensable portar una pajilla para llenarlas de aire. Las desinfladas también golpean, golpean como chilillos.
Este reportero es un miedoso y nadie le advirtió que, si no quería sentir los embates de las vejigas, debió haberse colocado un salveque que le tapara la espalda e hiciera de ella un blanco más difícil de acertar.
Una, dos, tres y hasta 10 vejigas reventaron en un solo lugar, en un mismo espaldar. Uno, dos, tres y hasta 10 gritos de auxilio les prosiguieron.
Todos pegaban fuerte; niños y adolescentes en su mayoría, pero había que temerle aún más a los enmascarados cuyos kimonos dejaban ver que su edad era mayor, que tenían piernas peludas y cuerpos bien fornidos, que iban envestidos con una capacidad de intimidación todavía mayor.
No había tiempo para descuidarse; había que huir de las máscaras endemoniadas, de las vejigas y de los eventuales conatos de pelea.
"Si no hay pleitos, no hay payasos", cuenta un joven de 13 años de vida y 13 años de asistir a las mascaradas del 24 de agosto.
Dice que las peleas son comunes, especialmente cuando a algunos participantes se les va la mano con el alcohol.
Dice que por eso hay que saber a quién pegarle, porque siempre hay alguno que se lo toma personal. "Especialmente cuando está borracho", comenta.
Dice también que algunos pierden la sensibilidad de la piel, y hasta la mañana siguiente se darán cuenta de las excoriación en sus lomos.
Dice, principalmente, que hay que saber cómo golpear, que hay que saber agarrar bien la cuerda, aprender a fijar bien el objetivo, saber colocarse, esperar a que la espalda se ponga más recta y entonces acomodar el cuerpo, tomar impulso y...
–¡Ayyyyy!
La vejiga duele fuerte en la espalda.