Es la 1:30 a. m. y el frío se abre camino hasta los huesos. El campo ferial yace mudo… inmóvil.
La quietud la interrumpe una jauría de perros callejeros que buscan su festín entre los basureros.
Los caballos del tope del jueves ya descansan insolados, el concierto de Gente de Zona ya acabó, los buses van de vuelta al lugar del cual salieron y la resaca para muchos comenzó hace horas. En Palmares, la fiesta ya acabó; al menos por hoy.
Como después de cualquier evento masivo en este país, la prueba más contundente de la locura que se detonó el día anterior en “el pueblo para hacer amigos” es un mar de desechos tirados en el suelo.
Vasos plásticos, cajas de pizzas, latas de cerveza, envases de comida china...
Esa basura debe desaparecer porque mañana, Palmares se lava la cara y está listo para comenzar de nuevo. La pausa se desactiva y las fiestas vuelven a arrancar con fuerza.
“Yo ando en lo mío, relajado. A mí me gusta ayudar al pueblo”, dice José Andrey Chaves, de 25 años. Él forma parte de la cuadrilla nocturna de unos 15 hombres que cada noche hacen resucitar al campo ferial. La Asociación Cívica Palmareña los contrata para dejar como nuevo el lugar.
“A mí, hay gente que me dice: ‘Mae, ¿a usted no le da vergüenza?’, pero, ¿por qué me va a dar vergüenza? Vergüenza da robar”, dice Fósforo, como lo conocen por su rojizo color de pelo. “Uno lo hace con mucho gusto y todavía le pagan”.
José Andrey está joven, la energía le sobra. Además, no tiene otra jornada laboral que empieza cuando sale el sol.
Ricardo Carranza, en cambio, es ebanista. Dice que tiene varios años colaborando en las fiestas. “Yo trabajo siempre, salgo de aquí y voy a trabajar. Entro como a las 9 o 10 a. m., salgo a las 5 p. m. y entro aquí a de nuevo a las 6 p. m”.
“¿Qué es lo más duro?”, le pregunto. “La trasnochada”, me contesta.
“No me gusta, pero hay que hacerlo. Es un ‘cinquito’ que se gana uno para la escuela de los hijos”, dice. “Terminan las fiestas y uno no quiere ni arrimarse aquí”.
Mainor Salas, es nuevo. También le toca trabajar durante el día. “Este es mi primer año. Todo ha sido nuevo. Es un poco duro pero uno lo hace para cooperar con el pueblo y se gana algo”, cuenta. “Hay que caminar demasiado, es mucho trayecto el que hay que recorrer. De aquí hasta el centro, recorrerlo todo, devolverse y volverlo a hacer. Es demasiado lo que hay que caminar en acción constante”.
Mainor trabaja para una fábrica de alimentos. “Entro a las 6 de la mañana a mi otro trabajo. Como hoy me tocó una inauguración muy dura, voy a ver cómo resulta, pero sí pienso seguir”, asegura. “Ahora llego a mi casa, me baño, me alisto y voy para el otro trabajo. Después salgo a las 5 p. m. y me vengo acá para la misma rutina”.
Algunos lo hacen con gusto, otros más porque no hay de otra. Con palas, bolsas de basura y escobas en mano , la madrugada sigue avanzando. El camión de la basura está por llegar.
Guillermo Ruiz es uno de los veteranos. Aunque trabaja como jornalero regularmente, colabora desde el 2000 en las fiestas. Está convencido de que cada vez son más ordenadas y la seguridad ha aumentado.
“Ha sido bonito porque tuve la suerte de que cuando yo llegué aquí dejé de tomar licor. Ordené mi vida”, dice. “La plata que me he ganado aquí la he administrado bien”.
A pesar de acercarse durante tantos años a un ambiente lleno de tentación, Guillermo pudo dejar el vicio. “ Tuve un alcoholismo muy fuerte, me fui para Alcohólicos Anónimos y pude ordenar mi vida. Yo lo veo como un milagro de Dios”, asegura.
Para Marvin Cerdas, la unión del grupo hace que se animen y se den fuerzas en conjunto. Si se mantienen motivados, se cumple el objetivo que comparten entre todos: “ganar un extrita”. Después de todo, la cuesta de enero no perdona a nadie.
“Uno le agradece mucho a la comisión de fiestas por que lo tomen en cuenta”, agrega. “Uno no le está robando a nadie, uno está haciendo su trabajo con orgullo”.