Minutos después de ser anunciada como mariscal del Festival de la Luz 2022, la ingeniera costarricense Sandra Cauffman dio a conocer que este sábado 17 de diciembre no desfilaría sola, pues su mamá, María Jerónima Rojas (O Mary Alba, su nombre y apellido de casada en Estados Unidos), tenía mucha ilusión de recorrer con ella la avenida segunda y el paseo Colón en una carroza.
Si la vida le ha enseñado algo a Cauffman es a ser agradecida con su mamá y, por ello, trata de darle lo que le pida. La científica que trabaja en la NASA tiene claro que si logró convertirse en la profesional que es y si pudo cumplir su sueño, es porque su mamá siempre la apoyó. Y a pesar de las situaciones familiares y económicas que enfrentaban, doña María siempre le decía que ella podía ser quien quisiera.
Doña María tiene 83 años y sacó adelante a sus hijos en medio de las dificultades que representaba ser madre soltera y con muchas limitaciones económicas.
“Yo le decía a mis hijos: ‘estudien si ustedes quieren llegar a ser alguien en la vida, porque los estudios son los que les abren las puertas. Y no se preocupen si ahora andan con los zapatos rotos, y no se preocupen si ahora no tenemos dinero, solo estudie... y me hicieron caso”, detalla la señora.
De hecho, recuerda que su hijo Francisco Alba siempre le decía que quería ir a la Fuerza Aérea de Estados Unidos y ella pensaba que él tenía el listón muy alto, pero “yo no le decía que no podía”. Quizá por eso, Frank, como le llama de cariño, logró su sueño y trabajó allí por aproximadamente 20 años.
En ese entonces, doña María vivía con sus hijos Francisco, Guiselle y Sandra en un pequeño apartamento, pues perdieron su casa cuando la señora se debió someter a una cirugía que la llevó a permanecer tres meses en el hospital.
Alba no tenía dinero, ni trabajo, pero tenía una familia que mantener y por ellos era capaz de hacer lo que fuera: limpiaba pisos, ventanas, aprendió de construcción e incluso de carpintería. Ella lo que quería era que sus hijos no dejaran de estudiar y que tuvieran, al menos, el arroz y los frijoles.
“Hay cosas que nadie se imagina que yo hice para sobrevivir”, asegura.
Y agrega: “Yo hoy le puedo decir a esas familias que solo tienen arroz y frijoles para sus hijos, que no se preocupen, porque el arroz y los frijoles es la mejor comida del mundo, pues tiene todas las proteínas. Que no importa si andan con zapatos rotos, porque los tienen hoy pero mañana no...
“Lo material no es indispensable para los seres humanos. La sociedad ha hecho que se valore lo material, pero no es necesario. Lo realmente importante, sin importar la condición, es educar bien moralmente a sus hijos; esa es la sabiduría más grande”, afirma.
Limitaciones
Doña María tuvo una vida llena de carencias. Recuerda que cuando estaba chiquilla buscaba entre los potreros guayabas, manzanas de agua, zapotes o cualquier fruta que le permitiera alimentarse; incluso comía semillas de cacao.
Hoy cuenta tan solo un poco de su historia de vida porque es testigo de que “Dios tarda, pero nunca olvida”.
“Cuando uno es pobre, como yo que no tenía casa, un hogar o apoyo de nadie, tuve que aprender a valerme por mí misma y en esa vida uno desarrolla mucha inteligencia. Entonces, yo siempre le digo a la gente que no se avergüence de ser pobre. La pobreza es un gran orgullo porque usted conoce y aprende lo que nadie le puede enseñar en la vida; es una experiencia y una agilidad única que usted desarrolla”, asegura.
Ella era la menor de 10 hijos, pero prefiere no hablar demasiado de su infancia, pues fue una época que define como dolorosa. No obstante, existe una anécdota que le gusta compartir, pues a ella le permitió sobrellevar uno de sus momentos más tristes: la muerte de su mamá.
Alba cuenta que su madre fue diagnosticada con un cáncer cervical, pero como en esa época “no se sabía de la medicina como se sabe hoy, ella fue muriendo lentamente”. En su familia todos querían ayudar y aportar, pero como ella era la menor no la tomaban mucho en cuenta.
“Yo me iba al cafetal solita, chiquitilla, y me ponía a jugar con los gusanos que me encontraba ahí y aprendía del proceso de la metamorfosis. Entonces yo entendí que mi madre, al igual que el gusano que hace la metamorfosis y se convierte en mariposa, iba a transformarse... y todavía lo creo.
“Por creer que mi mamá iba a convertirse en una mariposa, yo nunca sufrí por la ausencia de mi mamá; porque yo sabía que la mariposa siempre andaba por ahí”, recuerda.
Luz en el camino
Cuando doña María vivía con sus hijos en el pequeño apartamento rentado, consiguió trabajo en un hotel capitalino como cocinera. Para aquel entonces ya tenía dos matrimonios fallidos y su prioridad era sacar adelante a su familia como madre soltera.
Sin embargo, Carlos Alba, un huésped italo-americano se enamoró de ella y habló incluso con su jefe para que le permitiera conocerla. Doña María rechazó al extranjero e incluso le dijo al gerente del hotel que no quería tener “ningún patas vueltas en mi vida... ya había tenido algunas malas experiencias”.
“Charlie, como yo le decía, llegó con un vestido verde de tarde todo elegante y ante la insistencia, yo me dije: ‘tal vez es bueno como padre, voy a probar’. Al final fuimos novios por cinco años”, comenta.
“Charlie vivía en Estados Unidos y venía cada seis meses a Costa Rica y en una de tantas visitas me dijo: ‘yo quiero que nos casemos pero la condición que yo le pongo es que sus hijos lleven mis apellidos’. Yo pensaba: ‘¿cómo lo voy a hacer?, eso está muy duro. Pero como yo había tenido experiencias muy amargas, el juez dijo: ‘esta señora merece el respeto y el amor suyo’ y estaba dispuesto a ayudarnos con la documentación”, relata.
Sin embargo, a pesar de que llevaban tanto tiempo juntos, Charlie no conocía a los hijos de doña María, pues ella pensaba que luego era “un extranjero que venía a hacerle daño a los niños y yo no iba a aceptar una situación así”.
Entonces, cuando él le pedía conocerlos se hacía la desentendida, hasta que un día llegó al apartamento en el que ella vivía con los niños, con un catre desarmable y les dijo: “yo me acomodo acá”.
“Me decía: ‘vaya trabaje y yo cocino y me quedo con ellos’. Y me acuerdo que él siempre salía pero nadie sabía dónde iba y un día de diciembre de aquel año nos dijo: ‘vamos a San José'. Todos estábamos en pijama y nosotros decíamos que no, pero él insistió y nos fuimos.
“Pasamos por el centro de San José y cogió carretera a Rohrmoser y nosotros no sabíamos adonde íbamos hasta que paró al frente de una casa que estaba terminando su construcción, entonces cogió una botella de champán y nos dijo: ‘adelante, esta es su casa, ¡Feliz Navidad!’. Inmediatamente mis hijos me dijeron: ‘mami ¿qué espera? si él está haciendo esta demostración, es porque la quiere... no lo pienses más’”, explica.
Al final, sus hijos fueron los padrinos de boda.
Tras unos cinco años de vivir en su casita, hace más de tres décadas hicieron maletas y se fueron todos juntos a vivir a Estados Unidos, país donde viven hasta la fecha... Hace aproximadamente tres años Charlie falleció.
“Él estuvo tres años en el hospital de veteranos; le dio la enfermedad de Parkinson, de Alzheimer, entonces entre Sandra y yo lo cuidamos”, relata doña María, quien afirma que “fui feliz con él, nadie es perfecto, pero él fue un gran hombre”.
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Ahora ella vive junto a Sandra, quien la cuida y la acompaña a donde quiera que vaya, siempre que pueda.
A sus 83 años, doña María vive agradecida por todas las experiencias que le han tocado pasar a lo largo del camino. Y es que sus nietos también le repiten que ella es un ejemplo para ellos.
Su respuesta a esos nietos orgullosos y a sus hijos siempre ha sido la misma: sean humildes.
“Entre más conocimiento tengan y más inteligencia vayan obteniendo, más humildes deben de ser, porque la humildad es llave de la sabiduría”, finaliza doña María, quien disfrutó de un tamal y se propuso saludar “como la reina Isabel II” a todo el público en el Festival de la Luz.