Nueva York. El legendario cantante Tony Bennet, el último de los crooners, murió a los 96 años este viernes 21 de julio. Su legado en la música, sin duda, perdurará por siempre.
Bennett falleció a los 96 años en su natal Nueva York. Las causas del deceso todavía no se conocen, pero desde el 2016 libraba una dura batalla contra el Alzheimer. Bennett es uno de los últimos exponentes de los cantantes de salón de mediados del siglo XX.
El artista lanzó unos 70 álbumes, lo que le valió 19 premios Grammy.
Algunos de sus éxitos recordados son Blue Velvet y I Left My Heart In San Francisco. En su repertorio también hay clásicos de la música popular estadounidense, como baladas y piezas de jazz.
Bennett fue dueño de una impresionante voz y su mentor fue Frank Sinatra, ambos de los llamados crooners, es decir, aquellos cantantes masculinos solistas con una voz suave y, a la vez, fuerte. Su música es de las que han perdurado con el paso de los años en Estados Unidos y en el mundo.
El cantante del siglo
Para muchos Bennett fue el cantante del siglo. Para legitimar con creces esa distinción hubiese alcanzado con hacer notar el extraordinario logro de haber protagonizado, sin pausa, una incansable sucesión de giras, recitales, homenajes y grabaciones, siempre a sala llena y en la plenitud de sus condiciones físicas y vocales, después de iniciada su novena década de vida.
Había llegado a la mitad de sus lúcidos 94 años con mensajes optimistas, reflexiones vitales, miradas, curiosidades y hasta alguna despedida. Lo hacía a través de mensajes que dejaba cada día, sin falta, en sus activas redes sociales.
Todo se detuvo el primer día de febrero de 2021, cuando reveló por la misma vía un crudo diagnóstico. “La vida es un regalo, inclusive con Alzheimer. Gracias a Susan y a mi familia por todo el apoyo”, escribió en su cuenta de Twitter. La mujer a la que mencionaba allí era su tercera esposa, con la que se casó en 2007. En el mismo momento, la familia del artista revelaba por primera vez que la enfermedad le fue diagnosticada en 2016.
Hasta ese momento, había logrado disimular en sus actuaciones y grabaciones cualquiera de las inevitables complicaciones derivadas de una edad tan avanzada. Cada una de esas eventuales complicaciones se transformaba en una muestra de admirable vitalidad. “Mientras mi voz no tambalee y la gente me siga queriendo, voy a cantar hasta que me muera”, había dicho en una conversación pública con su hijo Danny, el gran responsable de la resurrección artística de Bennett en las últimas décadas.
Más sobre Tony Bennett
El tramo final de una carrera magnífica resultó, en su conjunto, la mejor manera de reconocer a Bennett como la voz más lúcida y perdurable del gran álbum de la canción popular estadounidense, que también se hizo universal en los últimos años gracias a la multiplicidad de encuentros con cantantes de toda clase de geografías, orígenes, edades y géneros en infinidad de duetos.
Su vida
Perdurará la discusión acerca de si fue o no el mejor, aunque Frank Sinatra, tal vez la mayor autoridad en la materia, se apuró a saldarla muy temprano, en 1965, cuando dictaminó textualmente que Bennett, en este negocio, era el mejor de todos. Casi al mismo tiempo, nada menos que Bing Crosby, había definido a Bennett como “el más grande cantante que jamás haya escuchado”.
Al gran compinche de Crosby, Bob Hope, le debemos buena parte de la identidad original de este artista impar, que era apenas un muchacho que recorría la escena nocturna de Nueva York cuando el cómico lo escuchó en el Greenwich Village neoyorquino, una noche de 1949. “Chico, vas a venir conmigo a Paramount y allí vamos a cantar juntos”, le dijo Hope antes de preguntarle cuál era su nombre.
“Me llamo Anthony Dominick Benedetto”, le respondió.
Rapidísimo, Hope dijo: “Desde hoy vas a ser Tony Bennett”. Allí cambió para siempre la vida del joven descendiente de emigrantes italianos, nacido en Astoria, Queens, el 3 de agosto de 1926.
Cuando tenía 10 años falleció su padre, vendedor de un pequeño comercio de alimentos. Su madre debió hacerse cargo del hogar, con tres hijos, trabajando de costurera. “Nosotros éramos muy pobres, pero hasta la gente pobre siempre trata de vestirse bien”, dijo muchos años después, cuando alguien quiso saber la razón de su exquisita y natural elegancia.
Aquel muchacho que empezó como camarero cantante en Astoria, el barrio neoyorquino que lo vio nacer, jamás imaginó ese destino. Su camino en la música se aceleró después de aquel providencial encuentro con Bob Hope, en 1949. Dos años después llegó su primera grabación de éxito con Because of You, el tema de Hammerstein y Wilkinson. Continuó durante la siguiente década en esa línea, ganando espacio y popularidad como crooner y grabando hits, uno tras otro, hasta culminar en el tema que probablemente más lo identificó en toda su historia: I Left My Heart in San Francisco, que registró por primera vez en 1962.
Bennett supo llevar a la palabra escrita buena parte de su prodigalidad como cantante y, en uno de sus cinco libros, la autobiografía The Good Life, decidió revelar sin tapujos su pasado menos conocido y más cruel. Allí contó que, en 1979, cuando las drogas eran el único remedio para mitigar una suma de adversidades que lo desbordaban (la muerte de su madre, el miedo a un fracaso matrimonial, las dudas artísticas, la fuerte deuda impositiva que lo enfrentaba con el implacable fisco estadounidense) enfrentó el peor momento de su vida.
Atrapado por un cuadro depresivo, casi sin pensarlo, se metió en su bañera dispuesto a quitarse la vida. Sin embargo, en el último instante, su esposa de entonces logró rescatarlo. Después de estos capítulos de su vida, el artista buscó apoyo en su hijo Danny, quien lo ayudó a renovar su carrera.
En 1986 puso en marcha The Art of Excellence, la etapa definitiva de su carrera, marcada a fuego por una serie de magníficos álbumes conceptuales a través de los cuales rindió tributo a sus ídolos, desplegó sus influencias y le puso su impronta de todas las maneras posibles al gran songbook de la música estadounidense.
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