Es costumbre que en el floreado mundo del flamenco, las más destacadas figuras transformen su nombre en algo relacionado con sus raíces.
La cantaora Carmen Linares, por ejemplo, adoptó su apellido por su pueblo español; Paco de Lucía tomó el nombre de su madre para acompañar su título de pila; Diego El Cigala acogió su título por su delgadez…
Muchas son las historias que se han parido entre los mundos paralelos de la cotidianidad y la danza, pero ninguno se iguala al de Paulina Peralta, la flamante mujer que ha iluminado todas las tablas de madera con zapateos, floreos y rasgueos.
Paulina Peralta es Paulina Peralta. Su nombre no necesita acompañarse de ninguna otra referencia más que de ella misma: su pasión, su intensidad y su eterna vigilia por la tradición española han cavado una ciudad imaginaria en la que hasta el menos interesado en la danza no logra resistirse. Esta vida, que se ha manifestado explosivamente durante 76 años, es una mecha larga que se sostiene con calor español.
“La intensa”.
Ver a doña Paulina bailar resulta tan sencillo como dejar bombear al corazón. Ella no necesita una larga cabellera ni una alta estatura para llamar la atención.
Quien la mira girar no podría creer que su mundo artístico no comenzó con la semilla por la que ahora la conocen: “la gran maestra del flamenco en Costa Rica”.
Doña Paulina, cuando apenas tenía 6 años y todos la llamaban por “Pau”, tuvo su primer acercamiento a las artes, pero no desde el mundo de las rosas y las faldas, sino desde las teclas y las puntas.
En medio de clases de piano y ballet, “Pau” se tomó el lujo de convertir al Teatro Nacional en su segunda casa, un hogar que se encontraba a tan solo unos metros de su residencia.
“En mi familia existía una tradición por el arte. De los dos lados de mi familia había músicos, cantantes… de todo. Siempre visitábamos el teatro, veíamos las obras y, aunque yo siempre quise cantar, me di cuenta de que no canto ni los pollitos así que empecé en clases de ballet que poco a poco me abrieron el panorama de lo que se podía hacer bailando”, rememora.
Los viajes a la Escuela García Flamenco para las clases de baile son material duro de arrancar de su memoria. Unas cuantas adolescentes, engominadas y talladas con la moda de finales de los años 50, fueron el ambiente que parió a la gran artista.
Tan arrollador fue el frenesí que, para 1960, ella creó la Escuela de Danza Paulina Peralta. Con clases de ballet, baile popular y folclórico, la escuela abrió las puertas sin saber que estaba resolviendo una necesidad que experimentaba Costa Rica.
“Yo bailaba mañana, tarde y noche y, sin darme cuenta, había muchas otras personas que bailaban mañana, tarde y noche. Cuando abrimos la academia, llegaba gente de todas las provincias. Por dicha ahora hay escuelas en todo el país, pero en ese momento se necesitaba un lugar que abrazara a todos los bailarines”, asegura doña Paulina.
Sin embargo, faltaba mucho tiempo para que el flamenco llegara a sus oídos. Según su testimonio, se impartían clases de folclor español, pero faltaban unos 20 años para que se mirase al flamenco con los mismos ojos de hoy.
Amor eterno.
Para finales de los 80, el flamenco explotó en los oídos de doña Paulina. Si en el 2018 no se cansa de repetir a Camarón de la Isla y Miguel Póveda, en 1990 escuchar a estos músicos era como tener el póster de un cantante que una adolescente pegaría en el techo de su cuarto.
Doña Paulina continuaba dirigiendo la academia con los mismos géneros que comenzó, hasta que su cuerpo le dio otro mandato. Aunque ella y el flamenco no se lo decían muy a menudo, ambos habían pensado que sus caminos tarde o temprano se fundirían.
En 1994, la academia cambió el nombre a Escuela de Flamenco Paulina Peralta y ya no había nada que esconder: la diva de la danza quería una carrera entre castañuelas y sevillanos, con todas las razones para el atrevimiento.
“Yo soy muy apasionada, muy intensa para todo lo que hago. Si no hago las cosas de manera excelente; no lo hago. Esa pasión es la que tiene el flamenco; es algo que si usted ve un baile de flamenco, usted vibra, oye el canto, siente la poesía… usted se transforma en algo que toca hasta a quienes no pueden practicarlo, porque va hasta lo profundo”, asegura.
La esperanza de doña Paulina estaba fundamentada. Tan solo habían pasado un par de años del cambio de nombre en la academia para que cada bailarín flamenco comenzara a visibilizarse.
El colectivo de su academia comenzó a aparecer en programas televisivos como Las estrellas se reúnen, Teleclub, Chungalandia y Gigantes. Después de ser un género lejano, los rasgueos del flamenco se convirtieron en un sonido conocido para la mayoría de costarricenses.
“Poder llevar lo que hacíamos a la tele provocó un impulso muy grande para el arte: hizo que el flamenco tocara a la niñez con gran fuerza. Casi todos esos programas desaparecieron, pero fueron vitales para entender este baile como hoy lo hacemos”, confiesa doña Paulina. “Todos esos matices me confirmaron que iba por el camino correcto”, agrega.
Flamenco de largo aliento.
Doña Paulina respira con fuerza antes de hablar de Niña Pastori, una de sus cantaoras favoritas. “Es increíble escucharla porque, cuanto más edad tiene, con más autoridad, con más vivencia, con lo que ha sufrido y vivido, puede interpretar mejor”, dice sobre la española sin darse cuenta que también está hablando de ella misma.
En tan solo unos días regresará a los escenarios con 76 años de vida sobre sus piernas. Con menos de ocho horas diarias de sueño, ensayos de flamenco de lunes a sábado y enseñanza del lenguaje de señas costarricense los domingos en la mañana, doña Paulina confiesa sentirse plena y sin cansancio.
“Si por mí fuera, bailaría siempre, pero es muy cansado alistar un espectáculo, ensayar, dirigir, coordinar detalles de planificación, hacer todo lo que hay que hacer y además bailar, pero para la próxima obra me convencieron de ser parte”, dice.
La bailaora ha confeccionado junto con su academia el espectáculo Madre Tierra, una crítica a la desidia por el ambiente y el valor de las relaciones humanas.
Según su opinión, hablar sobre este problema es una obligación que no la exime por ser una adulta mayor.
“Aquí se acostumbra que una mujer cumple 50 años y ahí se murió todo. Se pensiona y listo. Yo encuentro que estoy comenzando a vivir. Me siento demasiado joven en mi interior y superenergética. Por eso me llevo regañadas con la familia, porque me dicen que debo parar, y que no me he dado cuenta de la edad que tengo”, comenta entre risas.
El retiro no es opción para doña Paulina. La intensidad con la que deja latir a su corazón no le basta para sentir el flamenco solo con sus oídos, sino desde sus brazos, cadera y tobillos.
“Yo pienso seguir dándole hasta que Dios me llame. Yo no paro en todo el día, no me gusta descansar y eso se lo inculco a mis estudiantes. Yo en el ataúd voy a estar con una gran sonrisa el día que muera porque he vivido intensamente cada segundo”, finaliza.
El espectáculo Madre Tierra se es parte de Teatro al Mediodía, sección especial del Teatro Nacional. La obra se presentará a las 12:10 p. m. Las entradas se pueden conseguir en la boletería del teatro y en el sitio teatronacional.go.cr.
La entrada general tiene un precio de ¢3.000 y ¢1.500 para estudiantes y ciudadanos de oro (este descuento solo aplica en la boletería del teatro).