El sonido metálico del cierre del arnés eleva las pulsaciones, acelera la respiración. Pareciera que no importa cuántas veces se haya hecho canopy antes, la adrenalina siempre recorre las venas con la misma intensidad.
Dentro de pocos minutos, los pies se despegarán de la tierra para sobrevolar, a través de largos cables, las copas de los árboles de Ponderosa Adventure Park, en El Salto de Liberia.
Sí, es el mismo parque que antes cautivaba la atención con el exotismo de especies africanas como cebras, jirafas, emus, avestruces o dromedarios. Solo que ahora recorrer las sabanas en un carro de Safari ya no es la única atracción.
“El producto estrella para el mercado extranjero es el canopy, los kayaks, las cataratas y los cuadraciclos. Pero con el turista nacional ocurre un fenómeno interesante: la gente todavía nos recuerda como África Mía (nombre que tenía cuando era propiedad de la familia Sotela), entonces llega con la expectativa de ver los animales y se encuentra con las actividades de aventura”, explica Mario Rojas, director ejecutivo del parque.
Así, a media mañana de un viernes, el equipo de este diario se encontraba con una familia neoyorquina en la primera plataforma del canopy.
Con los cascos puestos, nos aventurábamos a lanzarnos por el primero de los nueve cables del recorrido, una especie de “probadita” de baja intensidad para quien nunca antes se hubiera atrevido a desafiar la física.
La velocidad, el aire en el rostro y el sonido de la polea deslizándose a través del cable lograban aumentar el ritmo cardíaco y arrancaban unas expresiones jocosas en algunos de los miembros del grupo: del miedo al asombro; del asombro al pánico de frenar de la manera correcta, en el momento justo; y de ahí a las risas, la agitación, la emoción.
Llegábamos apenas a la segunda plataforma cuando Michael, el mayor de los hijos de la familia Reynolds, pidió que lo colgaran de cabeza. Y así, sin más, se fue de espaldas hasta la tercera rampa.
Luego su hermano menor, Peter, se animó también, pero su gesto posterior no revelaba que aquella se hubiese tratado de una experiencia placentera.
“¿Quiere intentarlo de cabeza?”, me preguntó enseguida una de las guías del tour. ¡Por supuesto que no! ¿Cómo atreverse luego de que aquel adolescente dijera a sus padres que no lo haría de nuevo?
Sin embargo, cuando la adrenalina se apodera del cuerpo, el raciocinio se disipa. Cuatro cables después, yo misma colgaba boca abajo, con los brazos extendidos, y entrelazaba mis piernas con las de la guía para probar el superman.
El espíritu aventurero no pudo contenerse a sí mismo y, contra todo pronóstico, me despedí de la octava y última plataforma de cabeza, mientras veía alejarse las copas de los árboles y atravesaba una gran poza, con la catarata La Perla en el fondo.
A nuestro regreso, debíamos desafiar de nuevo las alturas para atravesar una serie de puentes colgantes capaces de sacar a relucir el niño interior de cualquiera.
“Nos gustó, disfrutamos muchísimo”, dijo Michael, el padre de los Reynolds. “Hicimos el safari y estuvo bien ver los animales, pero nos gusta más la aventura, como el canopy y los cuadraciclos. Hubiéramos hecho también el tour de kayaks , pero el agua estaba muy fría y no trajimos ropa extra”.
En todo caso, para los muchachos Michel y Peter, no hubo actividad mejor que el recorrido en cuadraciclos, algo que nunca habían intentado antes.
Luego de almorzar, sería el turno de encender los motores para el equipo de Viva.
Tras atravesar bosques, quebradas, cuestas y caminos empedrados, llegamos a la catarata La Vieja. Nos estacionamos ahí para no perder ocasión de descender a tomar algunas fotografías y llevarnos un chapuzón en el puente que pasa por en medio de la cascada y que conduce a una cueva desde la que se puede ver el agua caer desde atrás.
El día estaba por agotarse, pero el furor de Ponderosa Adventure Park no descansa; tan solo reposa en espera de nuevos turistas a la mañana siguiente, durante los 365 días del año.