Washington
Imagínense ese trabajo de ensueño: recorrer Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste para degustar cervezas. Agréguenle una dosis de historia y una pincelada de feminismo. A eso se dedica Theresa McCulla, por encargo reciente de un museo de Washington.
Esta discreta mujer de 34 años de cabellos castaños salió del anonimato a principios de enero, cuando fue contratada por el Museo Nacional de Historia Americana como historiadora de la cerveza. El "empleo con más onda del mundo", tituló entonces la prensa estadounidense.
Theresa McCulla, exfuncionaria de la CIA, dice que haber sido catapultada a un medio ultramasculino, cuyo peso equivale a unos $100.000 millones, implica estar siempre bajo observación.
"Es absolutamente un trabajo con onda", admite, sentada en su mesa de trabajo en el museo. Pero "tengo que convencer a la gente de que es (un trabajo) serio", asegura a la AFP.
"Las personas piensan que es apenas un empleo divertido. Es divertido, pero también supone mucho trabajo", insiste esta "orgullosa feminista", que pretende resaltar la contribución de las mujeres al auge de esta industria.
Su pasión proviene de una infancia de clase media rural en Richmond, Virginia, con un padre que producía su propia cerveza en el Estados Unidos de los años 1980, en el que proliferaron las microcervecerías independientes.
En aquel entonces era difícil darse un baño: la bañera familiar estaba siempre "llena de cerveza fermentándose", que luego había que acopiar. Al final de la cadena, con su hermano y su hermana llenaban las botellas, que no siempre resistían la presión. "Era una producción increíble y muchos olores embriagadores para una niña de 7 u 8 años", recuerda.
La familia es originaria de Milwaukee, al sur del lago Michigan, capital oficiosa de la cerveza norteamericana desde la ola de inmigración alemana del siglo XIX.
Fue en el campus vecino de Madison, siempre en Wisconsin, que la cerveza realmente cautivó, pero en ese año 2000 había llegado el momento de irse a estudiar a Harvard. Allí aprobó una maestría de lenguas, entre ellas el francés, que domina a la perfección.
Luego vino el giro. En 2004 se integró en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como analista de medios europeos. "Mientras estuve allí, me interesé cada vez en la alimentación y quería hacer algo más creativo. Quería salir de un ambiente en el que te meten en compartimentos", afirma esta historiadora.
Después de tres años, Theresa McCulla deja los servicios de inteligencia estadounidenses para dedicarse a su pasión en la universidad: termina obteniendo un doctorado en Harvard sobre la tradición alimentaria en Nueva Orleans.
La famosa oferta de trabajo del museo se publica en julio de 2016. Y parecía diseñada para ella: su teléfono suena cada cinco minutos y su entorno está seguro de que el cargo está hecho a su medida.
Un trimestre después de asumir sus funciones comienza finalmente a recorrer Estados Unidos con el propósito de reunir una colección de objetos y, sobre todo, de crear una base de datos.
Esta mujer subraya que el objetivo de su trabajo no es realizar exposiciones: están previstas solo dos presentaciones de objetos por año. Se trata antes que nada de construir un archivo de la historia de la cerveza.
Por el momento es el Oeste la región que la atrae. Antes de ir a Colorado a principios de mayo, bebió algunas jarras en California en el encuentro de "Fundadores de cervecerías artesanales".
Theresa McCulla ve en California al nuevo Eldorado de la cerveza, sobre el modelo de lo que la Napa Valley representa para el vino.
Queda por darle a esta bebida "carta de nobleza", opina McCulla: "La cerveza merece tener su lugar en las colecciones de los museos".
Está tan instalada en la cotidianidad de Estados Unidos que "permite evocar todos los aspectos de la historia y plantear interrogantes sobre la inmigración, el trabajo, el consumo, la publicidad", sostiene.
En Estados Unidos la tendencia es claramente hacia las microcervecerías y las producciones locales, que ella pretende poner de relieve. Sin embargo, unas y otras son absolutamente minoritarias en el gigantesco mercado de la cerveza estadounidense.
Dado el número de cervecerías que abren en todos los rincones del país, la pregunta es "¿quién perderá clientes?, ¿las grandes o las pequeñas", resume. Theresa McCulla es consciente de que antes de que termine su misión, dentro de tres años, el mercado habrá cambiado radicalmente.
"¡Dios mío!", dice pensando en el plazo que le queda. "Podría pasarme la vida" en esto, agrega.