Nadie baila como una limonense en el carnaval. Ella, cualquiera entre miles que abarrotaron las calles de Limón ayer, se lanza en medio de la comparsa, rápidamente se deja invadir por el ritmo, y estalla. La gente grita desde los balcones, sonríe, celebra; Limón en carnaval es el centro, es donde todo pasa.
Un recorrido por las calles desde temprano indicaba la magnitud de la fiesta que vendría. Sillas plásticas alineadas a lo largo de las aceras, hieleras que eran sillas, sombrillas que eran toldos y cajones que eran asadores transformaban, poco a poco, la ciudad en un enorme salón de baile sin paredes.
Como esto es el Caribe, todo empezó tarde y sin pitazo de salida. A la una de la tarde, hora oficial de inicio, apenas tres comparsas parecían listas. La Perla del Caribe fue la primera. “Citamos a los chicos a las siete, así que salimos a las nueve y llegamos acá a las diez y media”, explica uno de los integrantes de esta comparsa de Puerto Viejo.
Es un cortejo real, pues en su carroza viaja la Reina de Puerto Viejo, posada sobre la concha abierta y reluciente de oro y plata. Pero acá quien gobierna es Dawn Linvingston. Coronada de negro y rojo, es la más animada de las bailarinas y la deslumbrante líder de una agrupación que reúne a Sixaola, Puerto Viejo, Cocles y otros pueblos sureños.
En total, estaban invitadas trece comparsas, siete carrozas y tres bandas. A muchas les faltaron miembros, “por falta de plata”, como repitieron varios miembros de estas coloridas agrupaciones. La energía que pudo haberles hecho falta la extrajeron del calor y la expectativa de la gente.
A la Reina de Puerto Viejo la precedió una tarima móvil donde cuatro muchachos de ajustados pantalones blancos exhibían sus músculos y complacían al público con sensuales movimientos. No a todos: “¡Ay, qué chiquillos más tiesos!”, lamenta una señora cuando aparecen por primera vez. De pronto, suena samba. “¡’Ora sí!”, grita la misma mujer. Uno de los chicos se baja peligrosamente el pantalón y sacude la cintura lentamente. Las mujeres revientan en gritos.
La bailarina principal, Livingston, sube a la tarima con los hombres y los seduce con sensuales pasos que la llevan del suelo a las caderas de los descamisados. Cuando ella baja al suelo, otros hombres intentarán copiar el sensual baile, pero no todos tienen el don del ritmo.
Las calles son tan estrechas que, cuando se aproxima la tromba de tambores y liras, uno queda envuelto y se mezcla con todos los cuerpos. El pelo se enreda con confeti, escarcha, agua de pipa regada, sudor propio y sudor ajeno. Cada vez que la bailarina de la comparsa se acerca a la acera, un atrevido se acerca y trata de copiar su sacudida de piernas y pechos. Si falla, ella le exige más; si lo hace bien, ambos se dejan llevar y celebran, juntos, el puro movimiento.
A Limón arribaron bandas de Cartago, del Valle de la Estrella, los Cumbancheros de San Rafael de Alajuela, los Espectaculares de Limoncito, los Caciques de Cañas... En las filas de espectadores se completan las provincias del país.
Se acerca la banda Xtreme Millennnium, de San Ramón y Palmares, ataviada su gente de un morado empapado de sudor y cantando al unísono. Se alimentan de aplausos: entre más grita la gente, más dejan ir las caderas, chicos y chicas, y golpean con más fuerzas los tambores, las liras y los güiros.
Mujeres de poderosas y bien torneadas piernas se unen a los brincos y contoneos de los bailarines. Presumen con trenzas delicadamente adornadas, abalorios ominpresentes y sonrisas centelleantes. Se respira lo mismo que todo el mundo. Si uno no quisiera bailar, no podría hacerlo: en el carnaval, uno es parte de la gran masa que baila como si no sintiera el sol en la frente ni el cansancio en los pies.
Los Brasileiros acompañan su espectáculo con muchachos de torso desnudo, cubiertos de talco y escarcha dorada: una visión del Brasil de los carnavales mezclada con el Limón auténtico. Las calles, tan estrechas, apenas dan abasto. No se nota quién pertenece a una comparsa y quién se unió de pronto.
Los carnavales solo llegan una vez al año, pero para tener tal fuerza, se nota que se vive pensando en ellos durante todo el año.