Con tan solo 14 años tomó junto a sus papás una de las decisiones más difíciles de su vida, pero tenía que hacerlo, era la única forma de empezar a construir su gran sueño: ser bailarina.
Tras una destacada participación en una competencia de baile a la que fue en Estados Unidos, recibió una oferta de una beca para estudiar ballet en ese país, lo cual se convirtió en una oportunidad única que no podía desaprovechar.
Victoria Arrea puso a sus padres en una situación complicada, ya que ella era su pequeña, apenas una adolescente, una estudiante de colegio, pero, a su corta edad, tenía claro a lo que quería dedicarse y estaba decidida a hacer todos los sacrificios necesarios para lograrlo.
Y con una maleta llena de sueños llegó a Nueva York, Estados Unidos, una ciudad que le abrió las puertas y la que se convirtió en su nuevo hogar.
Han pasado ya siete años desde que aquel 2012 salió de su casa para prepararse y convertirse en una ballerina profesional. Hoy cumple ese sueño al formar parte de la prestigiosa compañía The Washington Ballet.
“Sin ellos, no hubiera podido llegar hasta donde llegué, mis papás han sido los que me han impulsado a llegar tan lejos”, afirma la joven de 21 años.
Con pasión
Para Victoria, el baile ha sido una parte fundamental en su vida ya que lo practica desde que tenía ocho años, cuando comenzó a prepararse en la academia de baile tica Dancers, junto a su entonces profesora, María Laura Pardo.
Para ese entonces, el ballet ni siquiera estaba contemplado en sus planes y, por el contrario, ella se especializaba en baile contemporáneo como hip-hop y jazz, géneros que la llevaron a participar frecuentemente en competencias tanto en Costa Rica como fuera del país. Muchas de estas eran en Estados Unidos, país que le cambió la vida.
Pero todo comenzó en una de las tantas competencias a las que iba a Nueva York, allí la joven conoció a la reconocida bailarina Molly Molloy, quien al verla sobre el escenario no pudo evitar acercarse a ella e invitarla a prepararse en esa ciudad como bailarina de ballet.
“Ella me vio bailar y vio un potencial en ballet que no había visto hace rato y ella me empezó a llevar a varias clases y desde ahí empezó toda mi historia”, recuerda.
Los más difícil fue tomar la decisión, pues eso representaba dejar su país, su familia, sus amigos y hasta su colegio, pero era un riesgo que debía tomar y por ello se propuso convencer a sus papás que le permitieran mudarse a la Gran Manzana.
“Molly Molloy poco a poco los fue convenciendo, porque para ellos era un susto muy grande dejarme ir a Nueva York sola, pero ella me llevó a un montón de clases con profesores que ella conocía y que les hablaban a mis papás sobre mi trabajo. Y después de la competencia hicimos que mi papá volara a Nueva York para que viera lo que le estábamos contando porque sí era supergrande la decisión y ellos vieron el talento y fueron un gran soporte a la hora de tomar la decisión de mudarme”, explica.
Estando en suelo norteamericano ingresó con una beca en la escuela Manhattan Youth Ballet en la que estuvo por aproximadamente cuatro meses; después tuvo la oportunidad de audicionar en la prestigiosa escuela del American Ballet Theatre Jacqueline Kennedy Onassis, siempre en Nueva York, en la que estudió por cinco años, hasta que se graduó, a los 19 años.
Esos estudios los combinó con las clases que recibía en la Professional Children School, donde finalizó la secundaria.
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Pero su gran oportunidad llegó en el año 2016 cuando conoció a una de las bailarinas que más admira, Julie Kent; ella la invitó a formar parte de The Washington Ballet Studio Company como aprendiz. Y desde hace un año tiene contrato como bailarina con la reconocida y prestigiosa compañía profesional The Washington Ballet.
“Julie Kent es una de mis artistas favoritas y tenerla a ella como directora ha sido un sueño hecho realidad porque es tanta la inspiración y la vemos todos los días y ella es muy atenta con todos sus bailarines y nos trata como si fuera nuestra mamá. Y en el mundo del ballet eso es muy especial, porque no se ve mucho”, asegura.
Independiente
El ballet es una de las carreras más cortas para los bailarines pues la mayoría se tiene que retirar a los 35 o 40 años, por ello, quienes se dedican a esta profesión empiezan su carrera muy jóvenes.
En el caso de Victoria, la oportunidad llegó a los 14 años y con ello vinieron también una gran cantidad de retos y responsabilidades que tuvo que aprender a enfrentar sola y lejos de casa.
“Irme de mi país para entrenarme en una de las escuelas más importantes del mundo, dejar a mi familia y a mis amigas acá, fueron los sacrificios más grandes. He tenido que crecer muy rápido porque la carrera de bailarina no es la más larga y ahorita es el tiempo para estar bailando lo más posible porque ya después de un rato cuando mi cuerpo no quiera más, no se va a poder bailar”, señala.
Actualmente reside en Washington, estado en el que está la compañía, sin embargo, la mayor parte de su adolescencia estuvo en Nueva York, ahí vivió por un año con una amiga de sus padres, quien la acogió cuando inició este recorrido.
Posteriormente se mudó con una familia neoyorquina, quien le abrió las puertas de su hogar y la trataba como una hija más.
Se ha sentido sola, ha necesitado de sus padres, ha aprendido a valerse por sí misma, pero al recordar cada experiencia la joven sonríe, pues en este viaje todo ha valido la pena.
“Si tienen un sueño y lo aman lo suficiente, con la dedicación y la disciplina todo se logra, pero lo tienen que amar muchísimo. Eso sí, tienen que enfrentar muchos retos, pero con cada uno se aprende y se hace uno más fuerte”, afirma.
De hecho, uno de los mayores retos que tuvo que enfrentar llegó mientras estudiaba en la escuela del American Ballet Theatre Jacqueline Kennedy Onassis, allí sufrió una lesión en la espalda que la dejó fuera por varios meses.
“La lesión fue uno de los retos más grandes, porque me tomó mucho tiempo en recuperarme y casi tuve que empezar desde cero de nuevo, pero yo creo que las lesiones son una piedra en el camino que lo hacen a uno más fuerte y que le permiten seguir creyendo en uno, porque cuando volví de la lesión, volví más fuerte y enfocada en cosas que cuando uno no está lesionado, no piensa”, señala.
Y si de sacrificios se trata, al igual que todos los bailarines de ballet clásico, debe cuidarse físicamente al 100%, pues es su herramienta de trabajo.
Por ejemplo, en esta carrera es fundamental realizar ejercicios de acondicionamiento todos los días, como natación, clases de pilates, correr o ir al gimnasio. Esa rutina debe ir acompañada de una alimentación sumamente saludable.
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“Comemos bastante sano, pero en cantidad, porque con todas las horas de ejercicio que hacemos sí se necesita y no se puede hacer sin comida. Yo llego a la casa y lo primero que hago es buscar comida, porque siempre estoy hambrienta. Más cuando son presentaciones como El Cascanueces, que incluye como 38 shows en un mes, ahí se necesita incrementar la cantidad de comida porque sino el cuerpo no responde igual”, asegura.
Y si de los ensayos se trata, la joven comenta que su jornada arranca a las 9 a. m. con una hora y media de clase de técnica; posteriormente vienen tres horas de ensayo. Tiene una hora de almuerzo y en la tarde hay que hacer otras tres horas de ensayo, para finalmente salir a las 6 p. m.
“Es superdemandante pero nosotros por dicha tenemos terapistas físicos que están ahí en la compañía con nosotros, porque si a alguien le está doliendo algo o si brincaste en la clase y te dolió un poco el tobillo, podes ir donde ellos y ellos te ayudan y te tratan”, resalta.
Soñadora
Este es su momento, estar en The Washington Ballet es un sueño cumplido y de aquí en adelante lo que venga será ganancia, aprendizaje y crecimiento para su carrera.
Ya se ha presentado en importantes escenarios de Estados Unidos como el Metropolitan Opera House; en el Cort Theatre y el Museo Guggenheim. Además, con la Compañía Ballet Nacional Costa Rica, protagonizó el Lago de los Cisnes en el 2018 y recientemente estrenó un número en el I Festival Internacional de Ballet que se realiza en el país.
“Yo ahorita estoy empezando mi carrera en la compañía y he tenido la oportunidad de bailar ballet, algo que nunca había imaginado que iba a bailar a esta edad. De hecho, acabo de hacer un rol importante en La bella durmiente, que es un paso adelante en mi carrera; también tuve la oportunidad de hacer un ballet que técnicamente es de los más demandantes y fuertes. Entonces ahorita estando en la compañía eso me ha hecho crecer muchísimo y mi meta es seguir haciendo en este tipo de roles”, detalla.
Victoria también sueña con presentarse en escenarios de Londres, Italia, Rusia, Canadá y España.
Por otro lado, sueña con ingresar en la universidad, algo que por lo demandante de su trabajo no ha podido hacer. Pero no tiene prisa, pues sabe que todo llega en su momento y ahorita su mayor anhelo es convertirse en bailarina principal.