Se vacunó e hizo todo lo posible para que no “lo agarrara el bicho” de la covid-19 y tuvo éxito durante año y medio, hasta que dio positivo.
“Hecho leña salí, eso sí ¡pero salí!”, dice no bien empezamos a conversar, a ratitos, esta semana, pues no puede esforzar mucho la respiración a la hora de hablar.
“Fueron 10 días en la UCI luchando con ‘esa mierda’ (la covid) y otros 17 haciendo, como dicen, control de daños, porque uno queda jodido por todo lado. 27 días en total hospitalizado y hoy día con día voy avanzando con las terapias a todas horas ¡solo de masa muscular en las piernas perdí 20 kilos!”, cuenta el actor Álvaro Marenco, vía telefónica.
Conociendo a Álvaro, casi podría asegurar que ni siquiera el día en que le toque cruzar hacia el otro lado del arcoíris sentiremos de su parte un “ay de mí”, pues su maravillosa y contagiosa esencia tiene que ver con la monumental sencillez y naturalidad con que ha acopiado todos los procesos de su vida.
Yo lo conocí, ya a profundidad, en una entrevista que se convirtió en un convivio como de ocho horas, en su casa en Sabanilla, en julio del 2017.
Ahora, visto lo visto, una de las frases macro de aquella entrevista sellada en sepia para él, para mí y para muchos lectores que nos acompañaron en esa aventura, podría considerarse una suerte de premonición. Jaladilla del pelo, pero premonición al fin.
16 de julio del 2007: “A sus 74 años, Álvaro Marenco es, quizá, el actor más prolífico –y atrevido– del país. Parece haber tenido 10 vidas en una pero, a la vez, recomienza todos los días con el ímpetu de un quinceañero. Es un optimista incurable, cada día se cabrea menos, es una tromba de entusiasmo contagioso, un calendario de anécdotas para escribir y de frases para enmarcar. Y aunque parece un ser inmortal de esos que nunca se van a ir, sí le ha puesto mente –casi con ilusión-- a las risas y las lloradas que se pegará mucha gente en su funeral”.
“No joda, hay que agarrarse duro en el hospital. De pronto éramos seis, y en la mañana amanecíamos cuatro. Y todo el tiempo así. No sabíamos si era que les habían dado la salida o los habían transferido a otro salón, pero hubo casos en los que sabíamos que simplemente, la cama vacía era la de alguien que había fallecido por la noche... y que cualquiera de nosotros podía ser el siguiente”
— Álvaro Marenco, actor
En estos días en los que ambos hemos recapitulado su reciente lucha por la vida, fue imposible no volver sobre aquella imagen hipotética sobre las risas y lloradas que habría en su eventual funeral y sí, algún día lo habrá (como en el de todos) pero he de decir que estar hablando con Alvarito sobre su casi-muerte y sobre su casi-vuelta a la vida normal con un tren de terapias que requieren un ímpetu marca Marenco, pues a mí me ha sacado las lágrimas al escribir un párrafo sí, y otro también.
Y es que es un espectáculo escuchar los decires sin drama de un dramaturgo extraordinario, dentro y fuera de Costa Rica, quien parece ungido al hablar tanto del bien y el mal: odia al “bicho”, recuerda pasajes “horribles” que le jugaba la mente durante sus días más críticos, en una cama de hospital, y a los cinco segundos está todo feliz diciendo que “qué loco”, que el jueves había podido caminar poco más de 10 pasitos en su terapia muscular, y que cree que el fuerzón se lo confirió Mayela López, la fotoperiodista que realizaría esta sesión de fotos de una hora con Marenco y terminó pasando cinco horas con él.
“Yurita, ese hombre es adictivo ¡qué señor!”, me dijo Maye.
Y bueno, como ya lo dije, TODOS nos vamos a morir. Pero cabe una aclaración: en mi reportaje del 2017 dije que Álvaro Marenco parecía tener 10 vidas en una, hoy añado que ya acopió su vida #11, tras pasar por donde asustan porque sí, claro que se asustó... o al menos se concientizó de que en cualquier momento la parca llegaría por él, cada noche en la UCI, en que al igual que varios “colegas” de salón que anochecían pero no amanecían, cualquiera de esas noches podría haber sido, perfectamente, la última de su vida.
Hoy Marenco sigue atento a que la covid-19 no lo revuelque de nuevo pero, principalmente, en que las muchas secuelas que le dejó la enfermedad se vayan revirtiendo paralelamente al entusiasmo con el que él asume sus terapias diarias en tres grandes ámbitos: la movilización física y muscular, la capacidad respiratoria y los embates de una diabetes galopante, herencia del “bicho”.
Es que una cosa es verla venir y otra bailar con ella: por su condición de adulto mayor, Álvaro Marenco tomaba diariamente una dosis de pastillas habituales para las condiciones normales de su edad pero, después de la revolcada que le pego el coronavirus, pasó de tomar ocho a 19 pastillas diarias.
¿Se queja? No. ¿Se enoja? Tampoco. ¿Se agüeva? Un toquecillo. Pero cómo él mismo dice, incluso haciendo alarde y abusando de más minutos de esa sabrosa retórica que ahora tiene que dosificar por recomendaciones de sus terapeutas y enfocarse en el fortalecimiento y entrenamiento en vías respiratorias; en las capacidades motoras y en la ingesta alimentaria por todas las razones, empezando por los niveles de azúcar que se le pueden disparar en cualquier momento.
–Me tienen como un rey, mis hijos. Entre los tres (Danny, Valentina e Ítalo) se han repartido las obligaciones según sus posibilidades: uno me hace las compras del súper, el otro me contrata la terapeuta para uno u otro asunto; el otro para lo otro ¡me tienen cuatro asistentes en la casa que se turnan día y noche! Yo les digo que tranquilos, que yo en la noche puedo pasar solo, tranquilo, pero por el tema de la diabetes les da miedo que me vaya a pasar algún imprevisto y como te digo, me tienen cuidado y vigilado las 24 horas.
¿Quién es el ‘tal’ Marenco?
Álvaro Marenco Marocchi es posiblemente el más prolífico –y atrevido– actor del país. “Es un optimista incurable, cada día se cabrea menos, es una tromba de entusiasmo contagioso, un calendario de anécdotas para escribir y de frases para enmarcar”, escribí en julio del 2017.
“De lejos, parece tener todos los años pero, a la vez, emana un aire de atemporalidad casi mágico. Claro, cualquier percepción o suposición sobre Alvaro Marenco Marrochi desaparece en un tris en el momento en que su mirada azul se cruza con la tuya y simplemente te traspasa con una hecatombe de energía que uno apenas logra procesar” insistí, en un ejercicio que fue totalmente repetitivo ahora que conversamos sobre su trance de vida o muerte por causa de la covid-19.
“Qué difícil describirlo. Iba a hablar de un ‘señorón’, pero lo cierto, es que Álvaro parece más bien un postadolescente recién graduado del cole y dispuesto a comerse la vida cruda y al mundo entero”.
Me parafraseo a mí misma porque hoy, en la situación ya comentada, uno ve a Varo (Varo, jamás Varito, a él no se le puede aplicar ningún diminutivo), decía que uno ve a Varo con aquel estirpe de señorón, “hecho mierda” como se autocalifica él sin un ápice de autocompasión, pulseándola y, al menos en sus ya famosos posts en redes, sin resentimientos pero ni siquiera contra la covid.
El caso es que, siendo él quien es, más allá de sus casi 50 décadas como actor, el hecho de que a sus casi 80 se contagiara de covid, –nadie está exento, hasta quienes se cuidaron prolijamente como él– vuelve los ojos del país sobre su caso. Primero porque Marenco fue uno de los primeros adultos mayores que se vacunaron, no bien ingresó el principio de inoculación masiva al país (abril del 2021), sino que apenas le correspondió se puso la segunda dosis.
Igual siguió, como lo hizo en los meses previos y posteriores a la vacuna, guardando protocolos y moviéndose en aforos pequeños, como dice él: familia, el cine Magaly, Barrio Escalante y “mi choza”.
Exactamente al año de cumplido el fallecimiento de su exesposa, quien fuera gran amiga y madre de sus tres hijos, la actriz Roxana Campos, el 8 de noviembre pasado la familia hizo un petite comité en el cementerio, luego almorzaron en un aforo limitado en una marisquería y, para no hacer largo el cuento, al día siguiente, tras padecer una fuerte diarrea, Marenco se realizó los exámenes pertinentes.
“A mí no se me fue el olfato ni el gusto, nada de fiebre, pero sí tenía un fuerte mal de estómago y en general, no me sentía bien”, rememora el actor.
De inmediato intervino su familia y el 10 de noviembre, tras varios exámenes, incluidos los del Calderón Guardia, le dijeron que efectivamente había salido positivo con la covid-19.
Como se dijo antes, Álvaro Marenco fue súper prolijo en todo el tema de prevención: el cubrebocas más adecuado a todas horas; el lavamanos y alcohol en gel siempre en la mochila, y el distanciamiento.
“Mirá, yo por meses me moví con todos los protocolos habidos y por haber. Al día de hoy no tengo idea de cómo me contagié”, cuenta Marenco.
Sus decires están harto comprobados cuando el año pasado apareció en sus redes todo feliz, tanto en la primera como en la segunda dosis de la vacuna, las cuales que, conste, no lo ubicaron en una zona de confort, pero ni por asomo. Es decir, según afirma, ya vacunado nunca bajó la guardia con las restricciones sanitarias.
Y siempre, desde abril del 2021, Álvaro Marenco se convirtió en un adalid del buen vivir, convencido de que, amén de las vacunas, había que incursionar en una vida más saludable, sin convertirse tampoco en un eje de temor metido en la casa. Él trató de compensar sus salidas cuidadosas con sus amplios goces de bienestar inmerso en su casa, la cual recién remodeló a su gusto.
Pero uno pone y Dios dispone: si bien Álvaro está disfrutando su intensa convalescencia en medio de las mejoras que le hizo a su casita el año pasado, no se queja para nada, todo lo contrario: inconscientemente parece haber diseñado su nuevo hogar para lo que está siendo hoy su nueva vida, nada menos que su segunda vida: así de “hueison” –dicho por él– la pasó entre noviembre y diciembre, al punto de que muchas veces pensó en que no se comería el tamal.
Vía Crucis
“Estuve en el Calderón, en la carpa que tienen para sospechosos o recién diagnosticados. Me mandaron para la casa a guardar cuarentena y no habíamos transitado ni dos kilómetros cuando otra doctora ordenó que me localizaran y me internaran, ya ahí empezaron a hacerme todo tipo de exámenes. La cosa se fue complicando pero ahí estaba el cuerpo médico para ir atacando todo lo que se me iba decantando, sí te digo que fueron momentos horribles. Me hicieron diferentes tipos de exámenes, por ejemplo, para medir la capacidad respiratoria a mí no me llegaron a intubar como llaman la parte más intensa, pero sí se trata de procedimientos necesarios pero molestos, incómodos... y uno sin saber si iba a sobrevivir y también a menudo pensaba cómo y dónde me había contagiado, pues llevaba año y medio de cuidarme y hasta entonces, no me había pasado”, rememora Marenco.
Entre lo más desconcertante, por no llamarlo de otra forma, Álvaro recuerda que las noches en el hospital se volvieron terroríficas para él. “Nos dormíamos seis, cada quien en su camilla, y yo me despertaba y en lugar de los seis que habíamos anochecido, amanecíamos cuatro. Nadie nos daba explicaciones, pero para uno era fácil sacar deducciones. Un día llegó una señora bastante mal, alcanzó a contarnos que no se había vacunado... al día siguiente no amaneció. Otro día llegó un muchacho nicaragüense de 37 años, también sin vacunar y bastante afectado. Aunque no nos daban cuentas de lo que pasaba con estos tipos de pacientes, que no amanecían, pues para los que quedábamos siempre estaba no solo esa duda, si no la otra ¿será mi cama la que mañana amanezca vacía?”.
A punta de su ya consabido fuerzón y optimismo, más los médicos que estuvieron pendientes de él en todo momento, Marenco (o lo que queda de él, como dice bromeando) pudo pasar una Navidad desprolija de celebraciones ruidosas, pero sí acompañado de sus seres más queridos.
Hoy, insiste, dar 10 pasos seguidos sin sentirse ahogado; mantener conversaciones de 20 minutos sin que le falte la respiración; cuidar estrictamente los horarios de sus muchas medicaciones, por ejemplo las de la glucosa, una amenaza letal si no se controla y otros problemas de salud derivados de la covid 19, lo tienen en franca lucha por su vida.
Las anécdotas sobran pero el tiempo –y el oxígeno– escasean... por ahora. Así, de poquito en poquito Álvaro Marenco nos ratificó lo que viene haciendo en redes sociales prácticamente desde que salió del hospital: conminándonos a compartir con él, entusiasmándolo y entusiasmándonos en esa batalla post-covid que le ha cambiado la vida por ahora pero que, con fe y afán, pretende recuperar en cuestión de meses, siempre asido a su estricto plan de terapeutas, incluidas las cuatro señoras del servicio doméstico y del cuido nocturno.
Entre sus hijos y allegados se las han ingeniado para que a Álvaro no le falte nada y le sobre todo, entiéndase todo como el mejor apoyo en calidad de vida que poco a poco, le vaya devolviendo la salud.
Y él lo agradece con grandilocuencia, pues cada día avanza un pasito por acá y otro por allá pero, además, se ha convertido en un paciente estrella, considerado no solo con su vida, sino también con quienes se han esmerado en conservarle la calidad de esta. Por eso, en nuestras conversaciones entrecortadas porque a ratillo nos agitamos –él por su condición, yo por el asma y ambos por las risas– ahí está a la mira doña Mary, quien nos pone coto porque hoy por hoy, lo primero es lo primero: la recuperación de la salud de Álvaro Marenco.
Mensaje final, antes de que nos vuelvan a regañar porque ya nos toca la siguiente pausa, entre conversa y conversa: “Por favor, yo les pido como víctima y sobreviviente del covid-19... yo me siento con muchas secuelas de esta enfermedad, si yo no hubiera estado vacunado, no estuviera contando el cuento. Vacúnense, cuídense, cumplan los requisitos, llevamos dos años muy complicados, seamos optimistas, podemos salir adelante pero tenemos que ayudarnos y ayudar, estoy en una recuperación lenta pero lo voy logrando y estoy vivo, pero de verdad que sin vacunarme este llamado no existiría porque yo ya no estuviera en este mundo”.