Departir con ese cantantazo nacional que es Ricardo Padilla es un verdadero atentado... un atentado contra el bendito tiempo, que todos escatimamos por las múltiples obligaciones pero con Ricardo las horas de tertulia se pasan volando: si es una sabrosera escucharlo cantar, conversar por horas con él se convierte en un safari lleno de reflexiones, filosofadas, entusiasmo, humor, carcajadas y proyectos a futuro que ya echó a andar.
Muy visible durante los últimos meses por su participación como juez en la reciente emisión de Nace una estrella, de Teletica Formatos, lo cierto es que a sus 74 años --cumplidos en marzo pasado-- no es para menos que tras más de medio siglo de carrera artística, Padilla permanezca en la retina pública o bien, en la memoria colectiva de varias generaciones en el país.
Y eso que durante esta entrevista sorprendió con una faceta quizá poco conocida en él pero que, en su fuero interno, ha sido la catarsis más maravillosa para equilibrar su vida artística, la personal y, lo más importante, su realización en la intimidad, él con él y su otra veta artística: la pintura. Ya llegaremos a esa parte: más de 500 obras, muchas de las cuales han sido muy bien valoradas por curadores expertos y vendidas como tal.
De vuelta a su vocación primaria, la música, hay que decir que la globalización de las comunicaciones en los últimos lustros ha horizontalizado lo que antes de la era de Internet se conocía como “fama”, y este josefino de cepa fue uno de los primeros costarricenses en catapultarse en la meca del espectáculo latinoamericano, México, cuando tuvo el coraje de ir a buscar su estrella apenas cumplida su mayoría de edad.
Eran los años 70, atrás habían quedado sus corredurías de niño en el Barrio Amón de antes, en la casa en la que una partera lo trajo al mundo y en la que, a la postre, se criaría al alero de sus abuelos paternos, cuya guía e influencia marcó indefectiblemente el destino de Ricardo.
Desde su casa en Pozos de Santa Ana, recibe mi llamada con entusiasmo y, ante la dificultad logística de cruzar de Tibás hasta su casa, concertamos una entrevista virtual con brindis incluido, él con un tequilita y yo con un vino tinto.
Anécdota con tono amarillento pero supremamente valiosa: yo estaba en la escuela pero ya me devoraba todo tipo de lecturas, incluidas las revistas rosa que venían de México y de España, mayoritariamente.
Había un género que hoy posiblemente ni siquiera existe en la memoria de treintones o cuarentones: el de la fotonovela. Se trataba de una especie de revistas --como las de historietas-- pero con novelas dramáticas esquematizadas en una secuencia de fotos con diálogos incluidos en cada gráfica.
La televisión continental daba sus primeros pasos pero ya la meca artística en México iba varios kilómetros adelante, y las editoriales descubrieron en ellas una cantera que se volvió adictiva para miles de latinos en el continente. Yo estaba aún muy chiquilla pero ya levitaba con aquellos culebrones de amores y desamores.
Y resulta que ahí, entre los galanes más cotizados y ya habiendo empezado a escalar peldaños con su espectacular talento para cantar, Ricardo Padilla fue reclutado como protagonista de fotonovelas que, de pronto, tenían una magia diferente con lo que ya se convertirían en telenovelas televisivas, desde principios de los 80.
Pasaron las décadas y por alguna razón, ni siendo ya periodista de La Nación llegué a entrevistar a Ricardo Padilla.
Nuestro primer encuentro social, no periodístico, ocurrió ya en San José cuando él decidió que era hora de regresar al terruño, tras casi 30 años de trayectoria artística en su México adorado hasta el día de hoy... huelga decir que el día que lo conocí, en una tarde bohemia con un grupo de músicos nacionales en la casa de la conocida promotora artística Viviam Quesada, lo miraba embelesada mientras entornaba Garra de León y otros de sus tremendos éxitos solo para nosotros, 12 o 14 almas presentes.
Sin embargo, ya veinteañera y todo, en esos momentos mi mente viajaba a mi época escolar en la que el famoso artista costarricense protagonizaba dramas y bueno, también besos y otras escenas candentes, con tremendas actrices de la época.
Y ahora, en este agosto del 2021, con el planeta vuelto un chicle por la pandemia y más, degustamos la tertulia y me maravilla pensar que estoy entrevistando a Ricardo Padilla, a aquel Ricardo Padilla, al de mi infancia y al de hoy.
Se lo comento en medio de la conversa y explota en aquellas fenomenales carcajadas que parecen remarcarle los camanances que tanto dieron de qué hablar en su época de apogeo como cantante y galán televisivo (y de fotonovelas, claro está).
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Nacen varias estrellas...
Aunque Ricardo se mantiene muy activo desde que regresó al país, ya sea en el prestigioso estudio de grabación que estableció, con lo último en tecnología, o bien en el tema de bienes raíces, en el que invirtió buena parte de sus ganancias como artista en México, su participación en Nace una estrella lo emocionó y lo conmovió hasta el tuétano.
Y lo motivó a propiciar, en todo lo que esté en sus manos, el ofrecer oportunidades a muchachos e incluso chiquillos (como Sarita y Ariel, finalistas del concurso) para colaborar en que consoliden sus carreras como artistas.
“Para mí fue increíble, hermosísimo en el caso de los chiquitos, ver el apoyo de los papás y cómo se involucraban con gran seriedad en el devenir de sus hijos en el concurso... eso a mí me llegó al alma porque a lo largo de esta carrera siempre hemos escuchado los casos de papás o familia que desestimulan a los muchachos que traen esa vena artística en la sangre, porque les dicen que se van a morir de hambre”, reflexiona Padilla, casado con Julieta Jiménez y padre de Beatriz, y Ricardo, de 26 y 23 años, respectivamente.
“Yo sí coincido en que paralelamente hay que tener una carrera profesional, más en estos tiempos, que obtengan su título académico pero si la música es lo suyo, la vida les acomodará el camino... honestamente me inspiraron esos padres y por eso desde ya estoy coordinando la colaboración que pueda ofrecerles a través de mi estudio de grabación, quedé impresionado con el semillero de talento que estamos viendo en Costa Rica”, analiza Ricardo, y adiciona una anécdota que me eriza la piel.
Porque Sandro fue, es y será Sandro.
Imparable: Ricardo Padilla se encuentra terminando de grabar un ‘medley’ con temas del legendario cantante de country Kenny Rogers. Vimos una muestra, aún sin masterizar, y su interpretación eriza la piel.
El disputable 9 a Zorán
En medio del anecdotario reciente, hay historias intrínsecas que posiblemente casi nadie conoce. En una de las galas le correspondió a Zorán, ganador absoluto de Nace una estrella, interpretar al legendario argentino Sandro con el tema Porque yo te amo, de 1968.
“En medio de todo ese maravilloso apogeo de nuestra época de muchachos, Sandro incluso llegó a venir a Costa Rica, lo trajo Álvaro Esquivel y bueno, siempre ha sido un referente mundial... en esa ocasión compartí con él en hotel elegido para la presentación y quedé realmente impresionado cuando en el repertorio incluyó justamente esa canción... Sandro era de otro mundo, entonces el día que a Zorán le correspondió interpretarlo, yo de seguro hice la comparación y me pareció que un 9 era lo lógico y que los demás jueces iban a calificarlo como un 8 o así. ¡¿Cuál fue mi sorpresa cuando vi que los demás le dieron un 10?!″, rememora Ricardo entre risas, pues aunque sin drama confiesa que se sintió un poco acongojado en aquel momento.
Pero bueno, en un zarpazo al pasado, como debe ser, aquí es donde las historias de vida de Ricardo Padilla se entrecruzan con el presente.
El veterano cantante no se jacta de haber sido particularmente audaz, pero quizá sí de aplicar su “garra de león” en el momento oportuno.
Así, mientras centenares hacían fila para aplicar a un casting en aquellos tiempos en los que figurones como Raúl Velasco eran clave para dar oportunidades a los nuevos talentos, Ricardo, con su cadencioso acento tico, hacía gala de alguna que otra destreza y terminaba cara a cara con Velasco y otros examinadores de talento.
“Por alguna razón les caía bien a la primera, yo muy formal y educado, eso sí, entonces por ejemplo, ya por estar ahí Raúl Velasco me decía que cantara tantito para valorar mi talento y yo no tenía el menor reparo... y así empezó mi escalada”, cuenta con sana memoria pero sin nostalgia desbocada a quien conoció de primera mano a estrellas continentales como María Félix, por citar el ejemplo de la diva de divas.
Pero entre lo más hermoso que recuerda Padilla está su devenir cotidiano con la gente sencilla del gigante pero amigable D.F., de sus lugarcitos favoritos para almorzar o cenar en Chapultepec, por ejemplo, y de la esencia del mexicano que tanto adora, que no añora, pues por igual valora a Costa Rica y los costarricenses.
“Tuve una infancia humilde, pero maravillosa. Nuestra casa en Barrio Amón era quizá la más viejita, pero hasta eso contribuyó a suplirme de recuerdos que realmente atesoro ¿quién más crece escuchando los rugidos del león del Parque Bolívar como si lo tuvieras al otro lado de la pared? ¡La casa se estremecía! Ese rugido me ha acompañado siempre”
— Ricardo Padilla
La edad, a nuestras edades, importa. Le pregunto cómo se cuida y caemos inevitablemente y entre risas, en cómo antes se impuso el bronceado como una máxima y muchos usábamos aceite de coco con yodo, para estar a tono con la moda.
Muertos de risa acotamos una de las frases más recordadas en la Redacción de La Nación, por parte de nuestro icónico editorialista, don Julio Rodríguez, cuando nos decía a las muchachas que recién llegábamos a mostrar el tono bronce. “Muchachas, broncearse es el deporte más tonto del mundo”.
Y así, entre anécdota y anécdota, se nos fueron las horas pero igual a Ricardo lo confesamos en el video que acompaña esta entrevista en nuestra versión web.
Su historia, obviamente, daría para un libro. Pero por lo pronto rescato aquella maravillosa infancia en la que Ricardo escuchaba atento las lecturas de su abuelo paterno, un señorón que fue jefe de Correos de Costa Rica y tuvo otros puestos públicos, pero quien con todo y todo sacaba el tiempo para mostrarle, a su primogénito nieto, lo habido y por haber.
Entre estos temas está la afición del señor por las aves, de manera que al día de hoy Ricardo cuenta que es capaz de emular el sonido de casi cualquier ave, de hecho lo hace mientras lo cuenta y, de nuevo, se trata de otros tiempos, ni mejores ni peores, solamente de otros tiempos.
Un evento imposible de dejar por fuera, es el increíble accidente ocurrido en marzo del 2020, cuando un gigantesco árbol se precipitó hacia la carretera y literalmente, despedazó el vehículo en el que viajaba el artista.
Ya mucho se habló sobre el tema pero bueno, ya pasó y aunque él implora porque se resuelva esa situación de los árboles que pueden caer en la vía, por lo pronto está agradecido y, con su habitual humor para narrar sus vivencias, recuerda que en medio de la atención médica, ya cuando había seguridad de que él estaba bien, más de una persona de la clínica, enfermeras, asistentes o así, al verlo bien, le pedían “¿Don Ricardo... me puede cantar un pedacito de Garra de León?”
Casado con Julieta Jiménez y padre de Beatriz (26) y Ricardo (23), se confiesa un hombre de familia muy feliz y en pie de lucha para tratar de dejarles un futuro económico estable pero, más aún, las herramientas para que se conviertan en adultos responsables con las finanzas, algo que se propuso él desde que empezó a cosechar éxitos durante toda su carrera artística.
Por lo demás, aprecia por sobre todo las enseñanzas y experiencias que le han ido dejando del paso de los años. “Yo recibo cada día como una bendición más. Sigo entusiasta, trato de cuidar mi salud física al máximo, no soy vanidoso de ponerme cremas en la cara ni nada así, pero también cultivo mi yo interior y parte de eso incluye elegir bien a mis amigos, a mi gente. Soy muy amistoso pero amigos del corazón, como hermanos, son pocos. Eso es de seguro porque ya viejillo uno se vuelve más exclusivo”, culmina, para no variar, entre carcajadas.