Hay quienes afirman que no es una realidad nueva. Sin embargo, en el anuncio del compromiso entre el príncipe Enrique de Inglaterra y la actriz estadounidense Meghan Markle se siente la brisa de cambio que sopla en las casas reales europeas: la “sangre azul” de la realeza se diluye cada vez más.
Enrique y Meghan contraerán matrimonio el 19 de mayo y el mediático enlace supone la llegada a la monarquía británica de una princesa “absorbida” de la sociedad civil, de donde también provienen la reina de España, Letizia Ortiz; Mette Marit, princesa de Noruega; María Isabel, princesa de Dinamarca; Charlene, princesa de Mónaco; Sofía, princesa de Suecia; Máxima, reina de Holanda, y Catalina, princesa de Inglaterra (duquesa de Cambridge).
LEA MÁS: El príncipe Enrique se casará con Meghan Markle el 19 de mayo en el castillo de Windsor
Ellas son parte de las princesas del siglo XXI, quienes, según los expertos, están acabando –para bien– con los últimos privilegios que concede la “noble cuna” en Europa. Estas princesas y reinas independientes, con carrera y “de sangre roja” desplazaron a las princesas tradicionales, acercando más a las monarquías con sus pueblos.
“Las monarquías tienen que adaptarse a los tiempos cambiantes para seguir siendo relevantes, y permitir a los príncipes que se casen con plebeyos es uno de esos cambios.
”Pero igual de importante, incluso más, ha sido enviar a los príncipes a las escuelas normales y no educarlos en el Palacio, como hacían las generaciones anteriores”, dijo al diario español El Mundo Hans JM Jacobs, periodista en la casa real holandesa y editor del portal holandés Royal blog.
El especialista considera que las coronas se modernizan así mismas y que las relaciones amorosas de sus miembros con personas de origen plebeyo es el resultado de esa modernización, no un modo de modernizarlas. “Por supuesto que esos casamientos fortalecen la adaptación y la modernización”, añade el comunicador.
Como enlace
Andrew Morton asegura en su libro Ladies of Spain (dedicado a las reinas Sofía y Letizia, a la princesa Leonor y a la infanta Sofía) que la nueva generación de cónyuges sin sangre azul ha salvado a las casas reales de Europa, pues ha contribuido a enlazar al pueblo con sus respectivas monarquías. “Esas casas reales, antiguamente percibidas como distantes y austeras, hoy en día parecen modernas y adaptables”, refiere Morton.
El también periodista opina que al final esos integrantes “frescos” y nuevos de la realeza se vuelven muy populares y queridos, haciendo más dulce y restando rigidez a la imagen de la joven aristocracia, que peca por conservadora y por su apego a las normas oficiales.
“El acercamiento de los líderes al pueblo es una máxima para obtener su beneplácito. Y la realeza, aunque sin poder efectivo, se adapta a las nuevas tendencias de la modernidad para ganarse a los súbditos. El rey Felipe (de España) hizo caso omiso de las recomendaciones borbónicas y, pese al peligro de perder el trono, eligió entre sus pretendientes a Letizia, una mujer independiente, con carrera y divorciada; una auténtica mujer del siglo XXI”, se lee en un artículo publicado por la agencia alemana Deutsche Welle.
LEA MÁS: Los desplantes de la reina Letizia con la familia real española
Mar van der Linden, quien dirige la revista Royalty, sostiene que ese tipo de relaciones amorosas no son nuevas. “Realmente no es algo de los últimos años. Beatriz de Holanda (quien abdicó al reinado en el 2013) se casó con un plebeyo; la princesa Margarita de Inglaterra (fallecida en el 2002) se casó con un plebeyo, y el rey de Suecia Carlos Gustavo se casó con una plebeya, así que no es algo nuevo”, afirma.
Van der Linden comenta que la regularidad de estos sucesos en la aristocracia fue impulsada por las constituciones políticas de los países, que han separado la política del palacio, imponiendo así al corazón por encima del deber.
“No se puede pronosticar si estos matrimonios funcionarán. Pero son notablemente distintos a todo lo que ocurrió en el pasado”, comenta Harold Brooks-Baker, director editorial de Burkes Peerage de Londres, una de las biblias de los linajes de sangre real.
Brooks-Baker opina que algunas de las elecciones de novias de los herederos al trono eran extrañas. “La mayoría de esa gente no pertenece a la clase aristocrática, o ni siquiera a las familias de clase media alta. Algunas tienen antecedentes muy oscuros y otras pasados controversiales”, refirió en el 2004, pocos meses antes de que Felipe se casara con Letizia (España) y Frederik con Mary Donaldson (Dinamarca).
¿Mal visto?
Harold Brooks-Baker comenta que en principio, la crema aristocrática veía con desdén esas nuevas incorporaciones a la realeza, pero pronto entendieron que lograrían abrir las ventanas de los viejos palacios reales sofocantes, a pesar de las realidades que arrastraban las consortes.
Máxima de Holanda, la ex Máxima Zorreguieta de Argentina fue una de las que suscitó ese entusiasmo público desacostumbrado por la Casa de Orange, desde que se casó en el 2002 con Guillermo Alejandro.
La exbanquera de inversiones internacionales conquistó el corazón de su nuevo pueblo al distanciarse de su padre, Jorge Zorreguieta, quien integró el gabinete de Argentina durante la guerra sucia, cuando el régimen militar mató o secuestró a miles de supuestos guerrilleros.
Mette-Marit Tjessem Hoiby, era una madre soltera cuando se casó con el príncipe heredero de Noruega, Haakon en el 2001.
Por su parte, Letizia, actual reina de España, se casó con Felipe siendo divorciada, en un país católico donde el divorcio fue ilegal hasta 1981. Su madre es enfermera y representante sindical, también divorciada.
Carlos Felipe de Suecia, eligió como esposa a una modelo y exdesnudista, Sofía Hellqvist, quien debió subir sus escotes y cambiar sus sexis trajes de baño por elegantes vestidos de cóctel, reduciendo así su imagen de chica mala.
LEA MÁS: Por fin se casó el príncipe solterón
En Gran Bretaña, la corona mantuvo su linaje hasta el 2011. Siempre consciente de las clases, el príncipe Carlos se acercó más a una unión dentro de su propio círculo real cuando se casó con Diana Spencer, hija de un conde, descendiente de reyes, en 1981.
Sin embargo, los hijos de la pareja, Guillermo y Enrique, rompieron con esa idea. El primero se casó el 29 de abril del 2011 con Catalina, la primera plebeya en 350 años que llegaba a la monarquía británica con la posibilidad de ser reina.
Siete años después del pomposo enlace, otra boda similar toca las puertas del Palacio de Buckingham: la del príncipe Enrique con su prometida Meghan Markle.
El matrimonio mantiene expectante a Inglaterra. Primero porque la pareja asumirá roles menos formales en comparación con Guillermo y Catalina: Enrique y Meghan tienen muy pocas posibilidades de reinar pues por delante de la línea de sucesión están el padre del príncipe, Carlos, su hermano Guillermo y los tres hijos de este último.
Y segundo, por la llegada a la monarquía de Meghan, una actriz de 36 años de edad, divorciada y mestiza que, según su biógrafo Andrew Morton, transformará la monarquía británica.
“Meghan y Enrique serán una pareja con poder. Juntos pueden cambiar más cosas. Vamos a verlos más como activistas que a cualquier pareja anterior de la Casa Real”, estima Morton en el libro Meghan: A Hollywood Princess.
Morton pronostica que mientras Guillermo y Catalina serán el rostro de la corona en el Reino Unido, Enrique y Meghan pasarán más tiempo representando a la monarquía en la Commowealth. “Los cuatro serán impulsores de un cambio radical de la monarquía”, se atreve a decir el escritor.
LEA MÁS: Carlos Felipe de Suecia se casará el sábado con la exdesnudista que conquistó su corazón
Los expertos en temas de la realeza consideran que la reina Isabel II y los otras monarquías europeas, entendieron con los años que el deber y el amor son compatibles y que no hace falta ser princesa para casarse con un príncipe, o viceversa.
Si las coronas hubiesen entendido eso antes, Margarita, hermana de Isabel II, habría sido más feliz y, Carlos, hijo de la monarca británica, no habría tenido que casarse con Diana y mantener en la clandestinidad su relación con Camila.