Ver a Carlos Sequeira Cléves mimetizado con su bajo, totalmente en trance mientras ejecuta los éxitos ajenos de los que se han ido apropiando con gran suceso él y sus compañeros de Las Tortugas, es enajenante.
Su corpulenta figura y su cara de pocos amigos podría ser intimidante para quien no lo conoce, pero ahí donde lo ven no recuerda haber participado jamás en una pelea. Él es de muchos conocidos y pocos pero íntimos amigos, hombre de familia hasta el tuétano, circunspecto pero de sonrisa bonachona cuando la tertulia lo provoca y un libro abierto cuando de descorrer el devenir de su vida se trata.
A pesar de que lo suyo es el bajo perfil, el integrar desde hace 32 años el ya legendario grupo Las Tortugas –super simpático el origen del nombre, ya llegaremos a eso– y de ser uno de los socios fundadores de Jazz Café San Pedro en 1999, y su homólogo en Escazú desde el 2009, Sequeira es una figura conocida en el ámbito musical y espectaculero del país.
Con su sempiterno saludo, “¡Quibo!” me recibe en Jazz Café Escazú en plena tarde. Sentado en una de las mesas del centro del popular bar temático, la única luz que sobresale entre la penumbra le cae directo y, a pesar de tantos años de conocerlo y de disfrutar las presentaciones de su grupo, auscultar la vida de este hombrón fue un ejercicio fascinante.
Y es que es del tipo de gente que se no anda con rodeos ni cálculos al contar, por ejemplo, que ahí sigue siempre con su batalla contra el sobrepeso, que nunca le ha sido infiel a su esposa porque aunque es “gordo, feo y hecho mierda” siempre hay güilas que se dejan llevar por el “efecto tarima”, que durante la pandemia estuvo “hecho mierda, no deprimido pero sí apagado”, que a estas alturas el grupo se ha vuelto egoísta porque “tocan para ellos” y que a sus 64 años está viviendo una etapa tranquila en todos los aspectos porque hace un tiempo decidió no estresarse por nada.
También habló, para mi sorpresa, de que Jazz Café San Pedro no cerró a raíz de la pandemia, sino que más bien él y sus socios debieron haberlo clausurado dos años antes y explicó las razones y, aunque parezca increíble, durante toda su época de colegial se vinculó con la Sinfónica Juvenil y para él no existía más que la música clásica. De hecho, cuenta que no disfrutaba para nada los otros géneros. Inimaginable ese pasaje y el vuelco que darían sus gustos musicales ya siendo un estudiante universitario.
La mujer de su vida
Carlos arranca la historia de su vida por una de las decisiones que marcarían su vida para bien, pues a los 26 años se casó con su hasta hoy esposa, compañera y mejor amiga, Paula Quesada, cuando ella tenía apenas 22.
“Nadie daba un cinco por nosotros, ella era bastante cuadradilla y bien tradicional, en cambio yo super bohemio, me gustaba mucho tomar tragos, bueno como cualquier muchachillo, y ve por donde vamos. No te digo que alguna vez no haya habido uno que otro desacuerdo pero yo sí he sido muy bien portado hasta la fecha y no voy a arriesgar mi matrimonio con Paula por una torta de un ratillo”, reflexiona Sequeira.
Ellos son padres de cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, ya todos adultos. Criado en Los Yoses, cuenta que sus papás hicieron grandes esfuerzos para proporcionarles educación privada a él y a sus hermanos, de manera que pudieron graduarse de primaria en la Escuela Angloamericana y en el Colegio Metodista, en la secundaria.
“Mi tata trabajaba en ALCOA y vivía de un sueldillo y digamos, no era que nos moríamos de hambre pero no coincidía nuestra condición con mis amigos del barrio, entonces diay, de repente iban pa’l estadio o pa’l cine y nosotros para rendir la platilla nos veníamos a pie desde el Estadio Nacional hasta San Pedro”, dice entre risas y nadando en nostalgia por lo que evoca como tiempos maravillosos.
Luego, literalmente en un golpe de suerte, su papá -junto con un grupo de compañeros- se pegó el gordo navideño y eso le permitió construir una casa más confortable. Más adelante, además, logró un trabajo mejor remunerado y así la adolescencia de Carlos y sus hermanos fue un poco más deshaogada económicamente.
Justo entrando a secundaria, por ahí del 71 o 72, ingresó a la Sinfónica Juvenil y se enamoró perdidamente al punto de que mientras sus amigos preferían irse de fiesta o a jugar fútbol, él se escapaba de clases para ir a ver los ensayos de la Sinfónica o en las noches se iba para el teatro a ver las presentaciones.
Estuvo siete u ocho años en la Sinfónica como violonchelista y ante las insistencias de su familia para que cursara una carrera universitaria, ingresó a ingeniería industrial en la Universidad de Costa Rica, donde duró dos años, luego se pasó a arquitectura pero esta carrera tampoco le hizo click.
Pero su futuro empezó a demarcarse cuando combinó la universidad con el trabajo de locutor en Radio Para Ti, una de las más emblemáticas de aquel tiempo, que luego se llamó RPT y finalmente se convirtió en Universal.
“Para entonces el programador era Nelson Hoffman, pero después se empezó a dedicar mucho a Hola Juventud y otros proyectos, abandonó la programación y nosotros decidimos hacerla roquera. Entonces quedó como programador Luis Vargas que era uno de los dueños (los Vargas MacCallum, también propietarios de Canal 4), él en realidad fue el ideólogo y quien formó Las Tortugas tiempo después”, explica el músico y empresario.
–¿Cómo fue el viraje, o sea, en qué momento te hizo click el rock?
– Yo no era roquero y no escuchaba géneros que no fueran música clásica, ya cuando empecé a trabajar en el turno de la pura noche, de 9 a 12 medianoche, me fui empatinando con el el rock, sobre todo el progresivo. De chiquillo me encantaban The Beatles y The Creedence, pero ya de adolescente pasé solo a la clásica, pero en Para Ti empezó el rock. Trabajé en radio como unos 10 años y terminé en Radio Universal haciendo el programa Universal 20, con las 20 canciones más populares de la semana.
Por entonces, un amigo le ofreció trabajo en el departamento de mercadeo de Seagrams de Costa Rica, donde fue ascendiendo en puestos sin tener que dejar la radio. Su hoja de vida se iba demarcando, pues a Carlos (Charlie, para los amigos) le correspondía andar en la calle supervisando actividades y así empezó a conocer a dueños de bares y restaurantes como Leonardo’s o La Galera. A los tres años se le presentó una oportunidad en la otrora famosa agencia de publicidad Modernoble, donde trabajó durante 22 años: empezó como ejecutivo de cuentas junior y terminó como director de cuentas.
A esas alturas ya todo se estaba concatenando: ya en 1999 él y sus socios habían abierto Jazz Café San Pedro. En el 2004, además, decidió dedicarse a su negocio propio y paralelamente a Las Tortugas, grupo que había visto la luz a mediados de 1990, de nuevo, con Luis Vargas y sus hermanos como propiciadores.
“Yo estaba totalmente desvinculado de la música, en eso un día me llama Luis, ya éramos muy amigos de tomar tragos y así, habitualmente nos veíamos en la noche, pero ese día me pidió que llegara un sábado a las 2 de la tarde, me dijo que iban a venir Fulano y Mengano y que si podía traerme algún instrumento. Yo tenía una guitarrilla aunque no tocaba nada y ahí llegamos, entonces nos dice Luis ‘les tengo una sorpresa y una propuesta’”, cuenta con un dejo de ilusión al revivir el momento.
“Resulta que el maje había construido un segundo piso en su casa y cuando subimos tenía totalmente armados los chunches. Había un bajo para mí y hasta una guitarra pa’l maje que había invitado para tocar la guitarra. Entonces nos pregunta: ‘Majes ¿se apuntan a hacer un grupo?’. Y nos volvimos a ver todos y dijimos ‘Diay sí, ¡yo me apunto!’ Y bueno, así empezamos, literalmente siendo una banda de garaje”, rememora Charlie.
Entonces, como dice él, se tiraron sin paracaídas y duraron en ese plan como seis meses, ensayando todos los sábados. Practicaban con la complicidad de los hermanos Vargas, tanto Luis como Bernardo y Norman, que fueron parte del grupo original, y Esteban Soler, amigo del barrio de toda la vida, y Carlos Redondo, quien murió hace unos años.
“Esa fue una emboscada grandiosa, la que nos hizo Luis, si él nos hubiera propuesto la idea sin tener todos los chunches ahí, nos hubiéramos vuelto paja pero en cambio, no teníamos excusa. Al principio éramos seis y estuvimos como seis meses tocando la misma hijueputa pieza, se llamaba La Carta, de Los Box Tops. Entonces ahí fue donde salió la vara de Las Tortugas, porque nos reuníamos todos los sábados e iban las esposas, y un día mientras se tomaban unos tragos y nos oían, nos dijeron ‘¿Diay? ¡De ahí no pasan ustedes, parecen tortugas!’ y bueno, así nació el nombre del grupo y ya luego le encaramamos la joda del rock geriátrico y enfatizamos en que lo nuestro serían covers, nada de música original”.
Por entonces Ana Cecilia Ortiz, de canal 13, organizó un concierto grande con todas las bandas clásicas, con la excusa del aniversario del Bar Rockolas en Los Yoses, ella era muy amiga de Bernardo Vargas, entonces nos inscribieron a nosotros y cuando le preguntaron cómo nos llamábamos lo que se le ocurrió decir fue Las Tortugas, fue una especie de bautizo. Para ese momento ya teníamos siete canciones y ese fue nuestro repertorio, La carta –por supuesto– Johnny B. Good, Get off of My Cloud, de Rolling Stones, creo que Gloria, me acuerdo de esas cinco, hubo un par más”.
El grupo se ha mantenido activo desde entonces, ha habido cambios entre los integrantes pero durante los últimos lustros se mantiene un grupo base: Carlos Sequeira, Abraham Valenzuela, William Vega, Marco Chinchilla y Carlos Ramírez. Todos se desempeñan en otros trabajos pero Las Tortugas es, para todos, una ilusión permanente, casi una religión.
De vuelta a sus orígenes, con el gran apoyo de Radio Universal y Canal 4, el grupo se visibilizó y empezó a realizar giras exitosísimas por todo el país. Y acorde con el efecto dominó que les había ido acomodando el nacimiento y ascenso del grupo, un día el cantante de la banda no llegó a un concierto grande, en Tica Linda: ninguno cantaba, pero en la emergencia se reunieron brevemente, se repartieron los temas a como mejor pudieron, salieron avantes y desde entonces decidieron no depender nunca más de una “estrellita” que fuera solo cantante.
Entonces empezó lo que Charlie llama “la etapa PRO” del grupo. Los integrantes se empezaron a tomar en serio el aprendizaje, los ensayos, la puntualidad y pronto el grupo empezó a sonar “distinto” más o menos a partir de 1993.
“Ese fue el despegue oficial, nos empezaron a contratar empresas como Cervecería Costa Rica o Republic Tobacco, era una época lindísima donde había un circuito de bares chivísima para tocar, estaba Tequila Willis, si me vengo para abajo estaban Baleares, Río, Catástrofe, El Tablado, llegando a La California estaba El Cuartel, Akelarre, Casa Matute... en Paseo Colón estaba Rock Café y otro lugar que ya era distinto, en Tibás, Classic Rock’n Roll... andábamos alternando un montón de grupos y eran unos llenazos. Luego el fenómeno se extendió a zonas rurales, ¡hasta en zonas bananeras tocamos! Fue una época tremenda”, reflexiona.
“Con el tiempo le tomamos más cariño, nos hemos profesionalizado, somos un tremendo ensamble y no quiero que esto se malinterprete, pero a estas alturas nosotros tocamos para nosotros mismos, es tal el disfrute que el público lo percibe y se contagia. Ganamos todos”, afirma Sequeira.
“Esa fue una emboscada grandiosa, la que nos hizo Luis Vargas, si él nos hubiera propuesto la idea sin tener todos los chunches ahí, nos hubiéramos vuelto paja pero en cambio, no teníamos excusa. Al principio éramos seis y estuvimos como seis meses tocando la misma hijueputa pieza, se llamaba La Carta, de Los Box Tops”
— Carlos Sequeira
Nace Jazz Café
Ya imbuidos en el ambiente y con la marca de Las Tortugas como respaldo, fue sumar dos más dos para concebir un bar conceptual que vería la luz con gran pompa en 1999, Jazz Café San Pedro, que 10 años después tendría su homólogo en Escazú. Este continúa con gran éxito a pesar de la pandemia, mientras que el de San Pedro cerró justo con la llegada de la covid-19.
Sin embargo, Carlos aclara que por puro sentimentalismo ellos demoraron el cierre, que debió darse en el 2018 y no en el 2020. “No tuvo nada que ver con la pandemia, cuando lo abrimos era un lugar super tuanis para ir, pero poco a poco el mercado de la zona cambió muchísimo, el tipo de oferta musical cambió radicalmente, ya el lugar no se prestaba. Creo que nosotros mismos lo descuidamos un poco por poner atención a Escazú, cuando tratamos de revivirlo bien complicado, había problemas de parqueo, la Municipalidad empezó a cerrar las calles, de repente empezó a llegar el tránsito a bajar placas, todo eso se conjugó para que el lugar cerrara y la pandemia fue el último empujón”.
En cambio, hoy Jazz Café Escazú goza de excelente salud. Las pérdidas en que estaban incurriendo para sostener el bar de San Pedro estaban drenando el de Escazú, que estuvo cerrado desde que empezó la pandemia hasta diciembre del 2020, cuando abrieron con un aforo de 30 personas y todas las reglas estipuladas por el Ministerio de Salud.
“Nosotros cerramos, los empleados se fueron bajo las reglas de ley y cada quien resolvió por su cuenta. Cuando abrimos regresaron todos, excepto uno que se quedó en otro trabajo. Nuestros colaboradores tienen años de trabajar con nosotros, hay uno que empezó en 1999, en San Pedro, y aquí está con nosotros”, narra Carlos con orgullo del bueno.
“Diay aquí tuvimos que bajar el switch, literalmente. Estos maes se fueron pa’ la choza, sacamos todo de los congeladores, mi esposa Paula se quedó sin trabajo porque ella es asistente de adultos mayores y por todas las precauciones la cesaron. Yo sí estuve agüevadísimo, aunque no me eché a morir, pasaba sentado frente a la computadora viendo Facebook, tonteando”, cuenta con toda naturalidad.
Pero bueno, en eso les entró un dinero de un negocio pendiente y se dedicaron a los bienes raíces.
Hoy, con Jazz Café Escazú brillando como antes, Carlos se muestra agradecido y feliz. Tienen grupos musicales locales prácticamente toda la semana.
El va poco al lugar, pero en triunvirato con sus dos socios, Theo Peeters e Iván Rodríguez, llevan ya muchos años y se entienden a la perfección, con la confianza total entre ellos como estandarte.
“Yo decidí vivir cero estrés, mi vida es descomplicada, tengo cuatro meses de estar yendo a natación en Furati Wellness, nado mil metros por día cuatro veces a la semana, me encaramo mis audífonos oyendo musiquita, me sale desde Los Ángeles Azules hasta Beethoven, Metallica... lo único que no tengo ahí es reguetón, no me lo bajo, ni me bajo a Arjona (se acuerda de un detalle y, como el niño grandote que es a veces, trata de arreglar la torta:) “¡Ay! Perdón, yo sé que vos sos una gran fan, a mí nada más no me gusta, pero no es cualquier hijueputa que viene aquí y llena dos estadios o no sé cuantos Luna Park en Argentina, yo no soy como algunos músicos dizque intelectuales que dicen que es una porquería, a mí no me gusta su música pero no podés decir que es una mierda”, dijo todo acongojado sin estar seguro de si había arreglado la torta o la empeoró.
Se lo digo y nos morimos de risa. Más cuando insiste en que está más gordo ahora que hace seis meses, pero que está más flaco que hace cinco años. El asunto es que ahí va, poco a poco, de momento fascinado con la natación y con dedicarse el resto del día al papeleo de la empresa, a hacer mandados con su adorada Paula, a quien le atribuye sus éxitos como empresario, artista esposo y padre, porque siempre lo ha apoyado y orientado.
Ah bueno, y claro, preparándose para celebrar su cumpleaños número 64 este martes 7 de junio y para dos chivos que están a la vuelta de la esquina: Las Tortugas se presentarán el 16 de junio en el bar Yellow Submarine, en Moravia, y el 18 de junio, por supuesto, en Jazz Café Escazú.
Y lo dice con la ilusión de quien habla de su primer chivo. Porque, quienes hemos visto a Las Tortugas en acción, sabemos que suben al escenario como si fuera su primer día y también como si no hubiera un mañana.