Además de la añoranza en la que vivimos cientos de miles de integrantes de varias generaciones en el continente y hasta en el resto del mundo por los programas creados por Roberto Gómez Bolaños – El Chavo del 8, El Chapulín Colorado y Chespirito-, hay varios grandes detalles que exacerban esa nostalgia mancomunada.
Uno de ellos es que al tratarse de un espacio que se empezó a transmitir a finales de los años 70, cuando la televisión aún estaba en una época relativamente rudimentaria, no hubo nunca un “detrás de cámaras” y eso nos ha permitido volver una y otra vez sobre los mismos capítulos, embelesados con la ilusión inconsciente, creo yo, de devolvernos en el tiempo y encontrarnos con los añorados personajes y sus historias de siempre sin que nos hayan mostrado nunca cómo eran en realidad, ya una vez que se cortaba la acción.
El otro factor es que nos mimetizamos con la realidad de aquellos personajes y los actores que los encarnaban y los hemos acompañado, a lo largo de las décadas, tal cual ocurre con nuestras familias, amigos y como ocurrirá con todos nosotros en algún momento: todos fueron envejeciendo y poco a poco, han ido falleciendo.
Al día de hoy sobreviven Florinda Meza, Carlos Villagrán y, por supuesto, quien me motivó a escribir este artículo y el único que se mantiene activo, a sus 73 años, con sus presentaciones por temporadas en distintos países del continente, entre los que se encuentra Costa Rica: Édgar Vivar.
En medio de todo este contexto, como decía al principio me ofrecí a realizar la entrevista con Vivar este jueves 10 de marzo en las instalaciones de la Estética Hello, en La Sabana, donde se acondicionó un aposento trasero colindante con el hermoso patio y el frondoso árbol que cobija el lugar.
Mientras saludaba efusivamente a los colegas a los que hace meses o par de años, no veía, y conforme cada quien iba saliendo del recinto y se aproximaba mi ratito con Vivar –por temas de agenda suya el tiempo era bastante limitado– empecé a sentir una ebullición interna, como quien está a punto de reencontrarse con un pariente queridísimo a quien tiene añales de no ver.
Él estaba sentado al fondo y, desde fuera, no se divisaba; mejor para mí porque no quería verlo hasta que llegara mi turno, momento en que los encargados de prensa me hicieron una seña. La mía era la última entrevista y mientras caminaba hacia la puerta, con la cortísima lista de temas en vista del poco tiempo asignado, no tuve chance de pensar cómo lo iba a saludar.
Ingresé, me abrí paso entre los presentes y cuando lo tuve enfrente, los dos nos sorprendimos mutuamente en cuestión de segundos: se pone de pie, miro sus facciones y me cruzan en ráfaga las imágenes de aquellas centenares de tardes inmaculadas en las que junto a mis hermanos disfrutábamos a rabiar y con la inocencia de chiquillos, todas las tarugadas de Chespirito y sus secuaces.
Nos cruzamos las miradas y solo atiné a decirle: “¡Gracias! Gracias, gracias ¡de todo corazón gracias!”, ya yo con los ojos aguados y, simultánea y sorpresivamente me entrega la famosa paleta de Quico y más me emociono, se emociona él y nos descontrolamos en un abrazo gigante, sostenido por segundos pero que yo desde ya enmarco en mi memoria y en mi corazón todo el simbolismo de aquel encuentro espontáneo.
Pasaron par de minutos y nos sentamos como si fuéramos cuates de toda la vida. Nos relajamos, espontáneamente tuve un par de salidas chistosas de esas que se atrapan en el aire y don Édgar Vivar, sí, el mismo que desde que tengo memoria ha sido cómplice del “programa # 1 de la televisión” –como anunciaban el espacio con toda pompa– simplemente no podía contener las risotadas mientras expresaba: “Uy, qué es este encanto, mi mesita de noche ¡me la llevo para México ya, ya!”.
¡Chapó! Había provocado las carcajadas de uno de mis héroes de pequeña y luego de por vida. Fue como devolverle un poquitito de todo lo que me ha dado y lo seguirá haciendo.
Con una vitalidad envidiable, un verbo brillante y la transparencia, experiencia y humildad que dan los años, el ‘Señor Barriga’ ofreció entrevistas personalizadas con los diversos medios y, al igual que a mí, a todos nos recibió con la colorida paleta igualita a aquellas con las que Quico le hacía la boca agua al Chavo y de las que la intrépida Chilindrina le quitaba al cachetón con artimañas. ¡Ah tiempos!
Aunque tras cuatro décadas podría pensarse que ya todo se ha dicho sobre este fenómeno mediático que sigue vigente, Édgar Vivar demuestra que siempre habrá algo más que reflexionar, algo más que narrar y algo más que analizar sobre un fenómeno que pareciera no tener fecha de caducidad.
Por ahí empezó nuestra corta pero suculenta conversación.
–Édgar, de camino venía pensando en las tantas razones por las cuales ustedes siguen siendo un fenómeno continental, y creo que en gran parte eso se debe a que todas sus historias se quedaron incólumes en nuestras memorias, pues nunca hubo un detrás de cámaras, todo lo contrario a lo que pasa hoy, donde en casi todas las series y películas importantes suele haber un tras bastidores que se emite casi simultáneamente con la ficción. Ese detalle, al menos a mí, me mata la magia, por eso ahora casi solo veo documentales. En cambio ustedes y sus historias quedaron incólumes en el tiempo, entonces los seguimos disfrutando como si el tiempo no hubiera pasado...
–Es muy buena tu observación de entrada, segundo, no sé ni por dónde empezar. Hay un apartado en el show que yo hago que es de preguntas y respuestas, y eso me retroalimenta a mí, mi cabeza... así entre paréntesis, debo decir que mi cabeza es un archivo de cosas inútiles, yo le tengo mucho miedo al alzheimer, entonces me paso ejercitando mi cerebro y tratando de aprender cosas, es una manera también de conservarse joven aún, con proyectos, con poner a trabajar tus neuronas que para eso están. Entonces me precio de tener muy buena memoria, entonces sí comparto, hay una retroalimentación muy hermosa de vivencias de cuando hacíamos el programa...
–¿Vivencias inéditas?
–Sí, es una selección de imágenes tras bastidores que yo filmé con mi propia cámara, una super ocho. En ese entonces no había videos, solo caseros, entonces tengo escenas de mis compañeros, algunos de los que ya no están, en situaciones ajenas al programa.
– ¿Cómo era eso que nadie ha visto nunca?
– (Se ríe y evoca la anécdota como si la estuviera viviendo): Por ejemplo, cuando fuimos a Acapulco yo me llevé la cámara también y estuvimos grabando cosas y escenas alternas: -¿Qué cosas por ejemplo?, a la hora en que brinca la Bruja para salvar a don Ramón, en realidad la que salta es Florinda Meza en una toma de espaldas, porque Angelines Fernández no sabía nadar y Florida era una gran nadadora. Pero lo cómico es que se ve cómo se quedan los zapatos en la orilla a la hora de brincar, porque Angelines tenía el pie más grande que Florinda, entonces al lanzarse dejó los zapatos... son momentos que a la gente a la que le gusta el programa le causan mucha alegría, y ese es el motivo primordial del show y también el motivo por el cual estoy yo ahorita aquí.
– Pregunta posiblemente repetitiva, pero que nunca he tenido la oportunidad de preguntarle directamente a alguien del grupo ¿Cómo hacían para aguantarse la risa, no sé, con las salidas de Quico, por ejemplo?
–Quico es carismático totalmente y hay algunos programas (se carcajea al recordar), sobre todo un par de programas más al principio, en los que se le olvidaba inflar los cachetes cuando salía. Entonces se daba cuenta y lo disimulaba muy bien, solo que ahí quedaba registrado en el video (...) Mira, todo era a base de ensayos, como decía Roberto, todo estaba fríamente calculado.
“Te puedo decir, así cuantas veces tú mencionabas, que me han aventado de todo, que me he caído un montón de veces (se refiere a repetir ese tipo de tomas). Roberto Gómez Bolaños era un individuo sumamente perfeccionista, él como director no se sentaba detrás de cámaras a ver la acción, se sentaba al frente del monitor, entonces tenía que ver cómo iba a salir la escena. Si en el monitor no se veía bien se repetía la escena. Si yo te contara las veces que tuve yo que repetir escena... ¡no te imaginas las escenas de caídas!”.
–¿Y en los momentos de frustración, cuando las escenas no salían y no salían y alguno posiblemente se enojaba? Pienso que debe ser particularmente difícil hacer humor y repetir escenas cuando están cansados y frustrados...
–Uh sí, muchas veces... pero éramos como una familia. ¿Tú tienes familia? Nos llevábamos todos muy bien y teníamos problemas igual que en una familia, pero no cuesta llevarse bien, no hay diferencia que la buena voluntad y sobre todo la inteligencia no pueda sanar.
−Entre todo el elenco, entiendo que usted se llevaba muy bien con don Ramón...
−Mira, me llevé muy bien con todos. Como te digo, éramos una gran familia.
–¿Qué siente Édgar Vivar al portar este estandarte de semejante leyenda de programa, en el otoño de tu vida, mantenerla viva ante miles de personas de todos los estratos sociales a lo largo de tantos países? Además, te percibo tan ubicado...
–No te creas, hago un paréntesis ahí. Al principio de la carrera sí me despegué del suelo... la fama es algo accesorio pero no debe ser la finalidad de tu vida, sin embargo llega un momento en que sí te llega a marear. Gracias a Dios que tengo un círculo de amigos y sobre todo una familia que me aterrizó, entendí que mi trabajo es circunstancial nada más, no soy ni mejor ni peor que nadie, lo demás es producto del trabajo, por eso hice un compromiso que adquirí en vista de la expectativa que provocas en la gente, gente que te asocia con cosas bonitas en su vida y eso es maravilloso, eso es un... no sabría cómo definirlo, me faltan palabras es una alegría del corazón, saber que la gente te quiere, por tu trabajo, gente que no conoces y son miles, millones como dices tú. Esas personas te requieren todavía provocando una petición y una reacción como la tuya... eso para mí es impagable y agradezco a ti, al universo, que tenga todavía pues esto... uno es instrumento, nada más.
Un hombre brillante
Los siete minutos asignados que se convirtieron en 20, muy a nuestro pesar, se terminaron como todo lo mejor que nos pasa en la vida: el tiempo se fue volando. De verdad que cuando se trata de encarar a un personaje que ha formado parte de nuestra feliz época de la infancia; luego como paliativo para los altibajos de la adolescencia y así con todas las épocas de la adultez, cuesta muchísimo disociar al uno del otro.
Mucho menos imaginárselo en la primaria, como un niño con sobrepeso que era objeto de bullying, lo cual lo hizo refugiarse en la lectura que, a la postre, le generaría tremendos réditos. Sin embargo, ya en la secundaria tenía la intención de matricular fotografía en una materia opcional de arte, pero el cupo se había llenado y solo quedaba el teatro.
Entonces la suerte estaba echada. Sin embargo, su pasión por la actuación no fue obstáculo para que Vivar siguiera el camino profesional que se había trazado desde pequeño y, tras graduarse de la secundaria, ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se recibió como médico.
Paralelamente, seguía vinculado al teatro y fue cuando, según diversas biografías, un cazatalentos lo descubrió y lo invitó a participar en un comercial y ahí, sin imaginárselo, se fraguaría el gran vuelco que darían su carrera y su vida. Por solo un anuncio le pagaron 2.000 pesos, mucho más de lo que obtenía en su internado, así que se arriesgó a ser “un mal actor de tiempo completo” que un mal médico.
Según una semblanza publicada por el portal argentino Infobae, con motivo del cumpleaños número 73 del actor, el año anterior, a partir de ahí se entreteje la historia sobre cómo conoció a Chespirito. Resulta que mientras desempeñaba su trabajo publicitario conoció a Nacho Brambila, director de comerciales que era muy amigo de Roberto Gómez Bolaños.
En la época que despuntaba ya la carrera de Chespirito, requería sumar gente a su equipo, e invitó a Brambila, pero este declinó la oferta y recomendó a Vivar.
Fue así como, un buen día, el futuro señor Barriga contestó el teléfono en su casa, y del otro lado de la línea escuchó: “Quiero hablar con Édgar Vivar, habla Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. Nacho Brambila te recomendó muy bien”.
Vivar tenía idea de quién era por los programas de los comediantes Viruta y Capulina, pues Gómez Bolaños era el guionista, pero más allá de eso le resultó intrigante el motivo de su llamada.
Chespirito le preguntó si conocía el canal 8 de Telesistema Mexicano y, muy seguro, Vivar le dijo que sí, aunque no tenía ni idea de lo que hablaba.
“Fui a verlo y me dijo: ‘Te vi en los comerciales, aquí vamos a hacer un programa de tv (Sábados de la fortuna)’”, rememoró Vivar, quien además señaló que al presenciar las grabaciones y ante la gracia de las escenas, se rió a todo pulmón en el foro, lo que provocó que tuvieran que cortar.
Gómez Bolaños se acercó a un apenado Vivar y comenzaron a conversar. Entonces, Chespirito le advirtió que en esa producción no usaban apuntador electrónico y Édgar le preguntó qué era eso. “Estás contratado”, le respondió el comediante.
Así, sin más, se originó la relación laboral que culminaría en los entrañables personajes ya archiconocidos, como ese arrendador que nos hizo llorar cuando echaba a don Ramón pero igual o más lagrimones nos sacaba de chiquillos, cuando emergía su enorme corazón y terminaba por perdonarle los 14 meses de renta a su sempiterno pero también adorable inquilino.
Más allá de su relación laboral, entre Vivar y Chespirito se forjó una amistad de la que él siempre ha estado orgulloso. “Agradezco que haya tenido esa confianza de aceptarme y, lo mejor de todo, que me distinguió con su amistad, que es lo más valioso”, ha dicho Édgar Vivar a lo largo de todos estos años.
La gran diferencia es que, en esta ocasión, esa confesión sobre Chespirito el propio Édgar Vivar me la dijo a mí, mientras nos apretábamos las manos en un gesto de despedida con un tenor de esperanza, como si fuera un ‘hasta luego’, nunca un adiós.
Así sea.