Un niño daba vueltas con una pandereta en su mano por todo el salón Europa del Hotel Radisson. Solo se detuvo cuando chocó contra el mesero que le llevaba un fresco a Kattia Alvarado, prima política de la Miss Costa Rica, Karina Ramos.
Aunque quizás no andaban corriendo, las 30 personas que se reunieron ayer en este hotel estaban igual de ansiosas que aquel pequeño: todos deseaban ver el momento (fallido) en el que Karina se convertiría en la Miss Universo.
Para enviarle buenas vibras, la familia paterna se mandó a hacer un uniforme: una camisa roja con un triángulo azul invertido en el que había una gran K en el centro. “#CostaRicaquierecorona”, se leía en la parte posterior de la prenda.
Desde las 6 p. m., primos, tíos y abuelos llegaron al salón, que tenía al fondo una pantalla en la que aún se transmitía el partido entre Saprissa y Limón.
Las sillas blancas se iban llenando poco a poco y conforme alguien nuevo llegaba, se saludaban, abrazaban y comentaban las altas posibilidades que, según el país, tenía Karina de ganar este certamen de belleza.
Una hora después, el más esperado de la reunión, Juan Carlos Ramos, papá de la tica, llegó. Faltaban cinco minutos para las 7 p. m. y, desde que entró, advirtió lo nervioso que estaba. “Vamos a ver qué pasa”, dijo.
Lo llegaron a saludar y también a tranquilizarlo. En el momento en el que el árbitro Walter Quesada pitó el final de aquel partido de fútbol, todos los ojos se posicionaron en el televisor: ya comenzaría la transmisión del concurso.
Pequeñas banderas de Costa Rica comenzaron a ondearse y los gritos no se hicieron esperar. “¡Vamos, Kary, vamos!”, y “Viene, viene”, fueron las porras protagonistas del momento.
Uno de los puntos más importantes de la noche fue cuando Karina Ramos se presentó. Fue tanta la bulla que hicieron los presentes que ni se escuchó la voz de la tica. Eso no importó, lo bello era verla en pantalla.
En un abrir y cerrar de ojos comenzaron a dar las primeras 15 finalistas. Juan Carlos se quedó quieto en el centro del salón. La mirada fija hacia el televisor y brazos cruzados. Su hija conocería su destino en el certamen más importante de belleza.
“Colombia”, anunció Walter Campos, traductor del certamen transmitido por canal 7. “No, no, no. Ahorita la llaman”, aseguró una señora.
Cuando llamaron a la representante de India, el mismo niño que corría temprano con la pandereta celebró la escogencia. “No, a ella no hay que aplaudirle, ella no es Karina”, le explicó un joven al pequeño. El menor solo le sonrió de vuelta; para él, eso era solo un juego.
Faltaba un espacio más. Juan Carlos tragaba grueso, fruncía el ceño. El silencio entre los presentes era sepulcral; lo único que se escuchaba era a Walter Campos. “El último cupo es de Australia”, sentenció Campos.
Un awww colectivo inundó el salón. La posibilidad de que Karina fuera Miss Universo se esfumó. “Ella no es tan bonita, era mejor Kary. Eso no es justo”, valoró una señora, mientras que el papá de la tica seguía callado.
Dos segundos después reaccionó y se dejó abrazar por unos cuantos. Seguía tragando grueso y salió de salón.
Unos 20 minutos después regresó y se percató de lo obvio: todos estaban tristes, callados y hasta ignorando el certamen que un principio los reunió.
“No los oigo, ¿qué pasa? Están muy callados, esto no me gusta”, gritó en la entrada del salón. Inmediatamente llegó al frente del lugar y comenzó a bailar para animar a su familia.
“Es triste, claro, pero, para nosotros, Costa Rica se dejó la corona”, le dijo Ramos, en voz baja, a un par de señores.
No es la Miss Universo, pero para todos los que estuvieron ayer en el Hotel Radisson, Karina Ramos es su reina de belleza.