Con el deceso de Isabel II, este 8 de setiembre, buena parte del séquito de la monarquía fantasea con que la reina se encontrará con Felipe de Edimburgo, en el más allá.
Su historia de amor estuvo llena de subibajas, complejidades y telones de fondo que son dignos de una película, los cuales saltan a la luz de su muerte.
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Flechazo absoluto
Isabel solo tenía 13 años cuando se enamoró de quien sería el hombre de su vida, durante más de 70 años. Fue en 1939, durante una visita familiar a la escuela naval de Darmouth, que cruzarían sus primeras miradas.
La historia es graciosa pues, en ese entonces, hubo un brote de sarampión y el rey Jorge VI decidió que sus hijas se quedaran al aire libre y que algún cadete las acompañara. Allí apareció Felipe, con quien jugó tenis y se enamoró rápidamente.
Bisnieto de la reina Victoria, primo de toda la aristocracia europea, pero siempre considerado como un príncipe alemán de segundo rango, Felipe conquistó a la futura reina. Aunque se hablaba desde entonces que tenía actitudes engreídas, su belleza parecía perdonarle cualquier pecado.
No eran los mejores tiempos para enamorarse, eso sí. La Segunda Guerra Mundial estaba al borde de estallar.
Felipe, de hecho, participaba de la contienda militar en la Guardia Real. Durante ese tiempo, Isabel y Felipe se comunicaban con cartas que dieron paso a la intimidad. Si bien, nunca se develó lo que se escribió en las epístolas, los biógrafos reales aseguran que fue en esas cartas las que afianzaron la relación.
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Después de sortear un sinnúmero de resistencias de parte de su padre, el compromiso ocurrió después de superar la guerra.
El matrimonio de la princesa heredera con el teniente ocurrió el 10 de julio de 1947, una vez concluido un largo viaje de la familia real a Sudáfrica. La boda se llevó a cabo en la abadía de Westminster, el 20 de noviembre del mismo año.
Pocos días antes, Felipe fue elevado a la dignidad de duque del Reino Unido con los títulos de barón de Greenwich, conde de Merioneth y duque de Edimburgo, recibiendo las insignias de caballero en la muy noble orden de la Jarretière. Para la boda, Isabel llevaba un traje de satén color marfil bordado con perlas y una cola con motivos de estrellas de 4,60 metros, realizada por su modista fetiche, Norman Hartnell.
Como dato curioso, fue la primera boda real transmitida globalmente y los registros indican que más de 200 millones de personas de todos los continentes escucharon la transmisión radial.
Deberes y más deberes
Sin ninguna duda, los dos primeros años de matrimonio de Isabel y Felipe quedarían grabados en sus memorias como el periodo más feliz de sus vidas.
Tres meses después de la ceremonia, la princesa heredera esperaba su primer hijo, el príncipe Carlos Felipe Arturo Jorge, que nació el 14 de noviembre de 1948. Dos años después llegó la segunda hija, la princesa Ana Isabel Alicia Luisa.
El reinado de Isabel comenzó el 6 de febrero de 1952 y a lo interno de la familia todo cambió.
Isabel II era la reina y todo el mundo se inclinaba ante ella. Sin embargo, en privado, el jefe de la familia era el príncipe Felipe, duque de Edimburgo.
Para aplacar las quejas de su marido, indignado por ser solo “una miserable ameba” (según cuentan biógrafos reales), la soberana aceptó el cambio de patronímico de sus hijos, que adoptaron el nombre de Mountbatten-Windsor.
Apenas había nacido el príncipe Carlos, en 1948, y después la princesa Ana, en 1950, la monarca Isabel se dedicó enteramente a sus funciones, sacrificando gran parte de su vida familiar.
Ocupada a tiempo completo por su reinado, la monarca delegó en su esposo la educación de sus hijos. Con los mismos métodos casi brutales que había conocido en su propia infancia y convencido de que el rigor forja a los hombres, Felipe los envió a escuelas conocidas por ser muy estrictas.
Carlos padeció ese tratamiento en la institución escocesa de Gordonstown, y su benjamín, Eduardo, el más artístico de los cuatro, intentó sin éxito escapar a los comandos de la Marina. Hasta su muerte, el 9 de abril de 2021, y a pesar de supuestas versiones de infidelidad de su parte, Felipe fue recordado como el pegamento unificador de la familia y el consejero fiel de la soberana.