Aunque su contrato –de un millón de dólares– solo incluye ocho fotos promocionales y un comercial por campaña, el rostro de Kate Moss ya se vuelve más común en Chile y en Latinoamérica.
La modelo, por tercer año consecutivo, es rostro de la marca Basement de Falabella, con presencia en cuatro países.
Con una hora de retraso, un Mercedes Benz con vidrios polarizados, último modelo, se acerca. Calvin Morris, el
Totalmente primaveral, de pantalones cortos grises, chaqueta del mismo tono, polera blanca, zapatos bajos en tono rosa, una cartera roja y anteojos negros, Moss se baja sola del vehículo y saluda amablemente al
Rápidamente se acerca su “amigo casi hermano”– como él mismo se define–, James Brown, su peluquero desde que comenzó a trabajar como modelo a los 15 años.
“Ella es muy profesional y muy divertida”, dice más tarde el estilista. “Moss es un ícono, porque trasciende las tendencias, es muy inspiradora y siempre está a la moda”, agrega quien es padrino de la hija de ocho años de Moss, Lila Grace.
El entorno de la maniquí, que actualmente también es rostro publicitario de un lápiz labial de Dior y de la marca de ropa Mango, lo conforman su estilista y gran amiga, Katy England (esposa del vocalista de Primal Scream, Bobby Gillespie), la asistente de ella, su maquilladora y manicurista personal, además de los respectivos apoyos de ambos, y su costurera.
Todo ese equipo sigue atentamente cada paso de la modelo y se fijan en cada toma. Si hay una que no les parece, se acercan al director, Hernan Kesselman, para hacérselo saber.
En dos estudios, 100 personas se encargaron de montar los
En sus diez horas de trabajo, Moss se destaca por su profesionalismo, su excelente manejo con las cámaras y buena relación con el equipo que la acompaña.
En sus momentos de descanso, ella tiene claro qué hacer: irse a su camerino que tiene sillones de cuero blanco, lee algunos periódicos, come lo mismo que las 140 personas que circulan alrededor de ella y, por supuesto, fumar, un vicio que admite no querer dejar.