Lorenzo Lencho Salazar, el conocido folclorista costarricense, pasa sus días en calma, cuenta su esposa, doña Ana Solano. En diciembre se cumplirán ocho años desde que, luego de un quebranto de salud, Lenchito –como le dice su pareja de cariño– permanece bajo sus cuidados.
Doña Ana, de 66 años, celebra que su “papito” esté en condición estable, pues años atrás la salud del emblema del folclor costarricense se deterioró después de que se le reventó una úlcera.
Ahora, los días en la casa de los Salazar Solano se van adaptando a las necesidades de él, quien a veces duerme por el día y pasa despierto en las noches.
Su esposa trata de darle calidad de vida. Los médicos le comentaron que por la edad es difícil que su esposo presente alguna mejoría. Salazar ya no camina, tiene demencia y perdió su visión hace varios años.
A veces el apetito se le ausenta, por ello ella busca prepararle alimentos que sean de su agrado, como el arroz con caldo.
En su casa no faltan los tamales porque es muy usual que, por las noches o madrugadas, don Lorenzo pida café con tamal. Su compañera se los hace con pollo o gallina para evitar la grasa del cerdo, dice.
“Es difícil que él vaya a tener un cambio grandísimo. Tiene pocos, a veces no quiere comer, a veces un poquito más. Ya gracias a Dios ahora acepta más alimento. No come muchísimo, pero le gusta el arroz con caldo de pollo y las verduritas en puré”, cuenta doña Ana.
Asegura que hay días en los que Lenchito, de 91 años, amanece “claritico”, con ello se refiere a la lucidez que le permite incluso reconocer a sus hijos, quienes pasan a visitarlo.
“En sus exámenes sale sano. No tiene ningún tipo de enfermedad grave”, agrega.
La adulta mayor también ha enfrentado sus propias complicaciones. Hace 10 meses, doña Ana contó en entrevista con La Nación que en mayo del 2022 tuvo una caída y se fracturó tres huesitos del rostro. Más de un año después mencionó que a veces tiene dolor e, incluso, “se le estuvo hundiendo la cara”.
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“Tengo esos problemitas, pero voy tratando de sostenerlos. Si me agacho mucho se me inflama la cara y me molesta bastante, a veces también me molesta el ojo izquierdo. Tenía sustillo porque se me estaba desfigurando la cara, pero el médico dijo que eso iba a dejar de pasar”, explica.
Con su optimismo usual, Solano comenta que ninguna de esas dolencias repentinas la detienen. Ella disfruta arreglando su jardín, sembrando nuevas plantas o haciendo manualidades: estas actividades no las deja por nada del mundo. Destaca, eso sí, que su prioridad es cuidar a Lenchito.
En sus palabras nunca hay ni un asomo de queja o cansancio. Ella afirma sentirse complacida de poder cuidar a su esposo. Incluso, confía que con esto cumple la promesa que le hizo hace más de 10 años.
“Para mí ha sido un privilegio cuidarlo porque él ha sido una persona muy linda, muy especial. Se da a querer. Es lo más lindo que me ha sucedido a mí”, afirma.
Una promesa
La historia de Lorenzo y Ana empezó hace más de 10 años. Se conocieron en Atenas, mientras él permanecía en un albergue. Una prima de ella que estaba allí le contó que Lencho Salazar vivía en el lugar, pues sabía que Anita siempre lo había admirado.
La señora menciona que cuando lo vio en ese lugar sintió tristeza de pensar que cómo alguien que le había aportado tanto al país no estaba viviendo en su casa. Empezaron a conversar y se forjó una amistad.
Le dijo que si él quería ella estaba dispuesta a ser su cuidadora. Él le contestó que tenía una vivienda en La Garita de Alajuela.
“Yo se lo prometí a él. Cuando me lo encontré triste (en el albergue) le dije: ‘Lenchito, si usted es tan valiente, se va a su casita, me llama y yo vengo a cuidarlo’. Él me dijo: ‘¿Usted haría eso por mí?’. Le dije que sí, que hasta más”, rememora.
Tras seguir en contacto, una tarde Lencho la llamó y le dijo que ya estaba en su casa. Doña Ana dejó su casa en San Carlos y acudió a cumplir con su palabra de cuidar a Salazar. Así pasaron más de dos años, hasta que en agosto del 2015, la pareja se casó.
Solo cuatro meses después del “sí, acepto”, Lencho Salazar tuvo complicaciones con la úlcera, la dinámica en el hogar cambió y él requirió ser completamente atendido por su esposa. Para ella, no había problema, pues dice que en el altar le prometió cuidarlo “hasta que la muerte los separe”.
Doña Ana ha tenido sueños en los que su esposo se despide de ella. Dice que en el sueño se siente tranquila y es porque cumplirá con su misión hasta el último día que estén juntos. Asevera que aunque dicen que la vida siempre sigue, para ella sería muy difícil la ausencia de su “papito”.
“Ha sido una experiencia muy bonita esto de cuidarlo. Le doy gracias al Señor porque me permitió llegar en la hora precisa a la vida de él para darle un poquito más en estos añitos. Se ha estabilizado bastante. Soy feliz de servirle a él porque así se lo juré: le dije que nunca lo iba a abandonar”.
Doña Ana termina la llamada porque se dispone a ver cómo está su esposo.