Ninguna se despertaba por menos de $10 mil. Citar sus nombres era como pasar lista en el paraíso. Odiosas, engreídas, egoístas, malcriadas, juerguistas, infumables…pero endiabladamente bellas.
Esos súcubos de la moda, que apenas despuntaban a la adolescencia, fueron creados por un Pigmalión que conocía todos los vericuetos de las fantasías humanas: John Casablancas.
En 1972 fundó Elite Model Management, la punta de diamante de un imperio de curvas y redondeces femeninas que le generaron ganancias por $100 millones anuales, obtenidos de un negocio que el mismo definió así en The Telegraph : “lo que estamos vendiendo es el sexo, así que vamos a vender sexo”.
Casablancas murió el 20 de julio pasado en Río de Janeiro, a los 70 años, carcomido por un cáncer. Cuando era un veinteañero, su padre lo lanzó al mundo de los negocios en Brasil, al frente del departamento de “marketing” de Coca-Cola donde sin duda aprendió todos los trucos para fabricar quimeras.
Cansado de vender agua negra dejó todo y se fue a París con su primera esposa Marie-Christine, a la cual dejaría por Jeanette Christjansen, quien con 19 años fue Miss Dinamarca.
Acicateado por ella unió fuerzas con Alain Kittler, un viejo condiscípulo colegial, y fundó Elite en el No 21 Avenue Georges V de París, con la idea de reunir bajo una misma sombrilla solo a las mujeres más bellas, ¡la crème de la crème!, “la última chupada del mango” –en lenguaje vernáculo–.
Desde ahí afiló su florete y la emprendió a mandobles contra las todopoderosas agencias de modelaje neoyorquinas, que gobernaban el mundillo de las maniquíes a golpes de fusta.
En los años 70 las pasarelas estaban dominadas por Ford Models y Wilhelmina Models. La primera fue fundada en 1946 por Eileen y Jerry Ford; la segunda por Wilhelmina Behmenburg, en 1967; esta era una holandesa que hizo carrera con los Ford pero decidió hacer casa aparte y competir contra sus mentores.
Ambas establecieron el canon de la belleza femenina de esos tiempos: rubias ojiazules, blancas, altas, delgadas, glamorosas, elegantes y solo para ser vistas y deseadas.
Casablancas la emprendió como un miura contra ese prototipo de beldades e inventó el concepto de supermodelo, si bien Janice Dickinson reclamó la paternidad del nombre. Esta Janice, modelo y empresaria, aseguró en el programa de Howard Stern que tuvo relaciones sexuales con mil hombres…¡Uno más, uno menos!
De pronto, la granja de Casablancas comenzó a empollar unas ninfas fogosas que transpiraban sensualidad y llevaban una vida salvaje bañada en champaña.
Su estrategia de mercadeo la definió así, en una entrevista con Janelle Okwodu: “Yo sabía que era un extraño y elegí presentar el estilo libre de vida europeo, con encanto y sensualidad, contrario al enfoque austero, puritano, formal y correcto de Eileen Ford”.
Fanfarrón y conquistador, de su chistera mágica salieron “mujerómetros” que hacían babear: Cindy Crawford, Naomi Campbell, Linda Evangelista, Claudia Schiffer, Adriana Lima, Heidi Klum o Gisele Bündchen. Todas cobraban sumas estratosféricas por lucir sus cuerpos en revistas, fotografías, pasarelas, fiestas y crearon su propio Parnaso.
Traficante de cuerpos
John Casablancas era un “niño bien”, que dio su primer berrido en Nueva York, el 12 de diciembre de 1942, en el hogar de dos emigrantes catalanes quienes huyeron de la guerra civil española.
Su padre, Ferran, era un empresario textil y su madre fue modelo de Balenciaga. De niño vivió en varios países y recibió una esmerada educación, entre ellos el Instituto Le Rosey, en Suiza.
Deambuló de universidad en universidad y nunca se graduó de nada; probó como relacionista público y encalló en Brasil, adonde llegó con su juvenil esposa Marie-Christine.
Casablancas nunca ocultó su gusto por las adolescentes. Con Marie y su hija Cecile – la futura diseñadora de joyas– regresó a París. En la ciudad luz se enrolló con la modelo danesa Jeanette Christjansen.
Jeanette fue su segunda esposa y madre de Julián, actual cantante del grupo rock Strokes y para variar metido en problemas de alcoholismo. Fue ella quien lo impulsó a establecer una agencia de modelaje llamada Elysées 3, con el propósito de exportar a Estados Unidos a las bellas escandinavas, que por aquellos años eran muy cotizadas.
El negocio quebró apenas en el arranque y Casablancas replanteó su estrategia comercial y se convirtió –según sus propias palabras– en “un agente competitivo, agresivo y a veces despiadado”, que enfiló baterías hacia Nueva York y atacó el corazón de sus rivales: Ford y Wilhelmina.
En 1977 atracó en la ciudad de los rascacielos y desató “la guerra de las modelos”, apropiándose de las estrellas de sus rivales y violando todas las reglas de la sana competencia.
John captó los nuevos tiempos de la cultura pop y la aplicó a sus amazonas, para convertirlas en luminarias estruendosas como los roqueros; escogió a las mejores y les pagó honorarios exorbitantes. Las hizo visibles en los escenarios públicos; acaparó portadas de revistas, videos musicales, pasarelas y cada una fue –por primera vez– una marca en sí misma.
Su primer producto fue Christie Brinkley, quien estaba en las filas de Ford. A su amparo ella triplicó sus ganancias en un año y salió en la carátula de Sports Illustrated durante tres años seguidos. Gracias a la fama adquirida logró un contrato leonino con CoverGirl y fue la mujer del cantante Billy Joel. En la actualidad su patrimonio se estima en $80 millones.
Tras Brinkley siguió Cindy Crawford, a la que convenció para que saliera desnuda en Playboy en julio de 1988; repitió diez años después pero sin el éxito de la anterior versión. Crawford fue un rostro habitual en más de 600 revistas durante su larga carrera y en 1995 ganó $6.5 millones.
Las mujeres de Casablancas hicieron fortuna. En 1990 vendió Elite y fundó una Academia de modelaje, donde atrajo a miles de jovencitas cegadas por la ilusión de lucir sus curvas y ser un oscuro objeto del deseo.
Un negocio feo
Casablancas montó una incubadora de modelos; la mayoría apenas habían dejado las muñecas cuando comenzaron a lucir sus figuras en las pasarelas. Pronto se labró una buena fama de conquistador y seductor, que años después le acarrearía muchos problemas.
El periodista norteamericano Michael Gross’s en su libro Model: the ugly business of beatiful women , reveló el lado sórdido de ese negocio. En la obra se detallan las aventuras de alcoba de Casablancas con las aspirantes a modelo, según citó The Telegraph .
Un anuncio para promocionar su escuela de modelos decía: “¡John Casablancas te quiere!”, y en muchas ocasiones la declaración era literal.
Ian Halperin, un periodista canadiense, describió en Shut up and smile: Supermodels, the dark side , las historias alrededor de Casablancas y sus “chicas¨, y como estas vivían en un mundo de drogas, alcohol y sexo.
Casablancas salió al paso de los rumores y comentó que eso eran fantasías de los hombres. Agregó que tuvo una relación muy amistosa y profesional con sus estrellas; “esa fue la razón por la cual se quedaron con nosotros durante la mayor parte de su carrera y aún mantengo contacto con ellas, sus maridos y sus padres”.
Algo tiene el agua porque la bendicen. El matrimonio de John con Christjansen acabó en 1983 debido al escandaloso romance de él con Stephanie Seymour, una bisoña de 16 años. En 1993 Casablancas volvió a las andadas; a los 51 años se casó con Aline Wermelinger, de 17 años, a quien conoció en un concurso de Elite en Río de Janeiro, cuando Aline era solo una colegiala.
John vendió Elite en 1990 pero siguió con su cacería mundial de aspirantes en su John Casablancas Modeling and Carrer Center. En el año 2000 un documental de la BBC, a cargo de Donald MacYntire, reveló que Gerald Marie, Presidente de la agencia, gestionaba encuentros sexuales con las participantes en los certámenes organizados para descubrir talentos; Casablancas decidió alejarse de Elite y concentrarse en su “universidad”.
El negocio del modelaje empezó a decaer, según John, porque las agencias se multiplicaron, las modelos bajaron sus precios y dejaron de ser celebridades y fueron suplantadas por las estrellas musicales, deportivas y del cine.
Al final de sus días la emprendió contra sus musas. Naomi Campbell era “odiosa”; Heidi Klum “una salchicha alemana”; Gisele Bündchen era “cruel y avariciosa” y Linda Evangelista “nunca me dio las gracias por haber llegado tan alto”.
Si bien muchos lo consideraban un sátiro, para otros su muerte fue un día triste y con él partió un amigo, un amor y un padre, que en el paraíso sería un ángel más.