Sentado con un humeante café negro, José Pastor Fernández Beita, el espigado y aún hoy atlético exdelantero costarricense, me dice con gran respeto pero con firmeza: “Yo te iba a sugerir que bueno, lógicamente vamos a hablar de lo de la clasificación a Italia 90 pero también... digo, ya esa historia se ha contado muchas veces y la contaré todas las veces que sea, pero a mis 58 años mi vida ha evolucionado, no sé qué tan interesante será (risas), pero podemos hablar de lo que querás, no solo del famoso gol contra El Salvador”.
Justo cuando yo ingresé a la sección de Deportes de La Nación, Pastor Fernández recién se retiraba a sus tempranísimos 28 años (ya llegaremos a lo que motivó esa decisión y lo que piensa hoy, exactamente 30 años después al —quizá— haberse precipitado), de manera que nunca coincidimos en las canchas y para mí, escuchar el minuto a minuto de aquella increíble gesta de boca del protagonista era un imperativo imponderable.
Sí, tiene razón Pastor. En las últimas tres décadas la prensa —es inevitable— lo ha buscado para rememorar la gesta. Pero, en esta ocasión, hubo una coyuntura que hizo a Pastor revivir aquellos momentos con tenor realmente emotivo: su padre, don Ezequías Fernández, había fallecido apenas una semana antes de esta entrevista.
El señor, un verdadero roble quien murió a sus 103 años tras una prolífica y saludable vida, había sido uno de los principales bastiones de apoyo cuando el cuarto de ocho hijos —una mujer y siete varones—, criados en el hermoso pueblo General Viejo, en Pérez Zeledón, les planteó a sus padres, don Ezequiel y doña Aricelda, que tenía que elegir entre un puesto administrativo en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y su oportunidad como futbolista en Primera División con Cartaginés.
Como era habitual en la mayoría de los chiquillos de antaño, Pastor se había enganchado al fútbol desde muy pequeño, solo que curiosamente lo que le llamaba la atención era la portería.
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Dueño de un gran sentido del humor —pese a lo serio que salió en la mayoría de fotos—, cuenta que amaba el puesto de arquero pero tenía un problema: “Yo era muy chiquitillo ¡aunque no lo creás! Yo me fui estirando como a los 16 años, pero justo por eso no pegué en la portería, porque me hacían todos los goles por alto”.
Dicen que la historia de cada quien ya está escrita y, en el caso de Pastor, posiblemente vino al mundo con la fecha del 16 de julio de 1989 marcada en la hoja de su futuro y claro, no como arquero, sino como flamante delantero.
De vuelta al momento del consejo de sus papás sobre la oportunidad laboral, la señora se inclinó por recomendarle un trabajo estable a sus tempranos 23 años, pero el papá conversó con él un poco más reposado y le dio su visto bueno a lo que Pastor eligiera. “Los dos me apoyaron, pero mi mamá, a como son las mamás, quiso que yo conociera la estabilidad y la oportunidad de ir ascendiendo nada menos que en el ICE. Al final la decisión quedó en mí y entonces elegí dedicarme al fútbol, en ese momento con el Cartaginés, equipo que me dio a conocer en la Primera categoría, proveniente de la A. D. Pérez Zeledón en la Segunda”, rememora Pastor.
Eso sí, en medio de la decisión él les prometió a sus papás que les iba a devolver la confianza haciéndolos sentir muy orgullosos de lo que él podía llegar a ser. Por eso, cuando se sumaron una serie de circunstancias que terminaron alineando a Pastor en aquel juego contra El Salvador, el 16 de julio de 1989 que a la postre se decantaría en el golazo que puso a Costa Rica en su primer mundial, Italia 90, Pastor se enloqueció y enloqueció al país, pero en su fuero interno no veía el momento de llegar a su tierra natal para encontrarse con sus papás.
Ellos lo esperaban, al lado de miles de generaleños y gente de todo el país que se había integrado a la multitudinaria caravana que celebró la gesta de Pastor Fernández desde San José hasta Pérez Zeledón como si no hubiera un mañana.
Antes de desmenuzar el minuto a minuto de la historia de su incorporación de último momento en el equipo titular de la Sele, cuando ni siquiera estaba convocado entre los cinco de cambio, Pastor atraviesa ese momento épico cuando se encuentra con sus padres, los tres a lágrima viva y les espeta: “¡Se los dije, se los prometí, esto es de ustedes, esto es por ustedes!”, rememora Pastor... y frena en seco la anécdota.
Trata de contener las lágrimas que más bien se convirtieron en lagrimones, igual que los míos. Por unos minutos, guardamos silencio porque igual no podíamos hablar. Cuando logró recuperar un poco la compostura, musitó, siempre con la mandíbula apretada: “Por eso es que ahora que murió Papá... lo reviví todo. Yo me he equivocado varias veces en la vida, como todo el mundo, pero solo por haberles dado a ellos esa felicidad gigante... la gente y la prensa me nombraron héroe y así lo viví yo pero, más importante para mí, así lo vivieron ellos”, dice con voz queda.
Un sello en la historia
Si bien la vida completa de alguien no puede estar definida por una hazaña emblemática y espectacular, sí es un hecho que quedará escrito en piedra el que Pastor Fernández nos pusiera en Italia 90, pero no solo por el golazo —de lujo— del triunfo sobre El Salvador, si no por toda la conjunción de astros que se alinearon para que el delantero generaleño entrara como titular, pues apenas tres horas antes del arranque, su nombre no solo no estaba en la lista de los once principales, sino que ni siquiera aparecía entre los suplentes.
En medio de la solemnidad de la anécdota, Pastor relató algunos “tras bastidores” que nos aguaron los ojos otra vez, pero en esta ocasión, de la risa.
“Eran otros tiempos, el equipo titular y los de la banca se entrenaban aparte, mientras que los demás eran llamados ‘la pellejera’, que por ese tiempo integraba yo. Igual asistíamos a los juegos aunque no estuviéramos convocados a ingresar a la cancha, por aquello de una contingencia... pero jamás, ni yo ni nadie imaginó lo que iba a pasar ese domingo”, narra Pastor como si estuviera a punto de contar la trama de un filme.
El equipo tricolor estaba hospedado en el Costa Rica Tennis Club; la mañana de aquel domingo parecía rutinaria: titulares, suplentes y “la pellejera” desayunaron temprano y tipo 8 a.m. se dispusieron a prepararse para la charla técnica y posterior traslado al Estadio Nacional, a pocos minutos del Tennis.
“Fueron pasando los minutos y nada de la charla, igual estábamos tranquilos, hablando entre nosotros y en eso vimos a Marvin (Rodríguez, entrenador de la Tricolor en aquel momento) hablando por allá con (el doctor) Longino Soto. Ahí fue pasando el tiempo y vimos que la conversación de ellos se extendía, y bueno cuando ya vinieron hacia el grupo estaban muy serios y fue cuando nos dijeron que Evaristo Coronado, que era el delantero titularísimo, había sufrido una lesión y que no podría jugar”, rememora Fernández con emoción trepidante, como si fuera la primera vez que narraba la forma en que se fraguó su hazaña.
“Todos nos quedamos extrañados y desconcertados porque Evaristo, diay... ¡era Evaristo!. Yo ni siquiera pensé en mí, no la vi venir jamás, era lógico que ya iban a decir quien era el sustituto, faltaba poco para el partido, ya teníamos que irnos al estadio. A mí ni por la mente me pasó otra posibilidad que no fuera Carlos Mario Hidalgo , y en eso Marvin Rodríguez dijo una frase que no se me olvidará jamás: ‘Recuerden que el fútbol es de hombres, no de nombres. El que entra en lugar de Evaristo es Pastor Fernández’”.
Otra pausa. Qué hermosura preguntarle ahí, en esa tarde lluviosa de miércoles, en la icónica taberna tibaseña La Migueleña, qué diantres puede sentir un jugador que ni siquiera había entrenado con los titulares de la Sele una sola vez, cuando le pasan la estafeta prácticamente a dos horas del crucial partido.
“De momento, una gran impresión, lógico una gran presión pero a la vez una tremenda ilusión. Mis compañeros se alegraron y recuerdo que el primero que se me acercó y me dijo ‘¡Felicidades man, vas a ver que te va a ir súper bien!’ fue Enrique Díaz. Luego, los demás. En medio de todo yo tenía que alistarme para cruzar hacia el estadio, ya uniformado ¡no te digo que no iba ni de suplente! Todo fue frenético pero recuerdo como hoy la impotencia de no poder avisarles a mis papás lo que estaba pasando, lógico no había celulares ni nada, ellos, como todo el mundo, se llevaron la gran sorpresa cuando sintonizaron el partido y se dieron cuenta de que entraba yo en lugar de Evaristo”.
Cortis: Pastor dice que la historia ya la ha contado muchas veces, pero quienes ya la escuchamos o leímos en el pasado, no recordamos una reseña tan al detalle, y ni para qué las generaciones posteriores que no vivieron la increíble fiesta-país que provocaría, ese 16 de julio de 1989, el corajudo y espigado delantero oriundo de Pérez Zeledón.
Y es que de pronto algunos entretelones se han quedado perdidos por ahí, como un ligero descontrol que sintió Pastor en los primeros minutos del primer tiempo, con aquel Estadio Nacional repleto a reventar, hasta que recibió una tarjeta amarilla que, a la larga, le fue muy beneficiosa.
“Esa tarjeta, a nivel psicológico, fue como una advertencia. Y no iba a desperdiciar semejante oportunidad, entonces como que a nivel subconsciente me ayudó y empecé a sentirme más cómodo conforme avanzó el partido”, rememora.
10 minutos: todo o nada
El juego se fue a ceros en el primer tiempo. El triunfo prácticamente colocaba a Costa Rica en su primer Mundial, la Copa del Mundo Italia 90, pero un empate nos dejaba agonizando y una pérdida, prácticamente nos sacaba. El repaso táctico-técnico del descanso no dejó ninguna duda: Marvin Rodríguez les pegó “su pasada” y sentenció que no solo irían el todo por el todo sino que, si en los primeros 10 minutos de la complementaria no se percibía un vuelco visible en la ofensiva tica, empezarían a darse las permutas.
Yo a menudo en esta sección comparo las gestas de mis entrevistados con un guion de película. Espero que no se vuelva un cliché pero una vez más, en la historia heroica de Pastor Fernández aquel inolvidable día, todo se decantó como en espectacular dominó de talento inesperado y de felicidad total.
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Y es que, amén de sus potestades en el fútbol, Pastor —como la gran mayoría de futbolistas de antaño y también algunos de la actualidad en el país— era un muchacho sencillo, aguerrido y trabajador desde chiquillo, como tantos otros, en faenas agrícolas.
Esa fue la casta que sacó al regresar a la complementaria, a aquellos 45 minutos de esperanza y agonía por igual.
Pastor ingresó ensimismado, concentrado, pero obviamente no pudo evitar mirar hacia las proximidades del banquillo y ver a Carlos Mario Hidalgo en pleno calentamiento. Lejos de alburearse, se concentró y puso su mente y capacidad física al 100. “Piensa, piensa, piensa”, tal cual lo había hecho un año antes a nivel mundial John McClane (Bruce Willis), en una de las mejores películas de acción de todos los tiempos, Duro de matar.
Esta analogía con el filme es mía, no de Pastor, pero estoy segura de que a él le ocurrió algo similar e ingresó a la complementaria con una actitud “el todo por el todo”, como lo había sentenciado el técnico Rodríguez durante el descanso.
Cuando se vino la falta a favor de los ticos, Pastor --quien insisto, no había entrenado con el equipo mayor ni un día-- le pidió a Leoni Flores que le sirviera el balón al primer palo, no al segundo, como se hacía habitualmente en las prácticas del cuadro titular.
Era exactamente el minuto 55... se vencía el “período de gracia” que les había dado el entrenador para irse arriba en pos de la ansiada anotación. Leoni acogió el pedido de Fernández, quien saltó y con un cabezazo impresionante, anotó una joya en el arco defendido por el arquero salvadoreño Carlos Rivera.
Un año después, en setiembre de 1990, en Limón nacía Waylon Francis, quien 24 años después, en el Mundial de Brasil 2014, inmortalizó aquella frase que le dijo a José Miguel Cubero en medio de la euforia por la clasificación de la Sele a cuartos de final y que bien habría encajado para Pastor en medio de la locura que se desató en el Estadio Nacional y en todo el país aquel día de julio de 1989: “¡Aquí lloramos los dos, venga, llore conmigo papi!”.
Después de un gustazo...
De dominio público fue que, tras su protagonismo en la clasificación para Italia 90, Pastor Fernández no integró la lista de mundialistas convocados por Bora Milutinovic, lo cual en su momento fue de gran contrariedad para él, aunque igual ocurrió con otros figurones de la época, como el mismo Evaristo Coronado o Enrique Díaz, por citar solo dos ejemplos.
Hoy, Pastor ha dejado atrás todo resentimiento. Más bien se arrepiente un poco de haberse retirado tan temprano del fútbol y reconoce que su juventud quizá le jugó una mala pasada.
“Claro que a mí me afectó no ir al Mundial y me afectó en todo sentido. Estuve unos años bastante descontrolado, incluso por lo mismo me retiré con apenas 28 años y creo yo que hasta repercutió en el hecho de que terminé divorciándome hace 17 años. Pero bueno, ya lo dice el dicho: ‘Para ser viejo y sabio hay que ser primero joven y estúpido’”, explica con una sonrisa.
Sin embargo, hoy acopia madurez y procura llevar una vida tranquila, sin sobresaltos, de la mano del inmenso amor por sus hijos Gabriela (31), Fiorella (24) y Mario (20) y claro, del rol de abuelo que estrenó hace 7 meses con la llegada de Paz Elena, hija de Fiorella y que tiene enamorado a su abuelo.
“Mirá, no es que uno sea un santo, jamás, pero ya con los años al menos trato de tomar las decisiones correctas. Cuido mi salud, no toco una bola hace siete años —salvo por una mejenga hace un par de meses— pero sí me esfuerzo a diario con mi acondicionamiento físico, no me he vuelto a casar y, en general, trato de tener un buen vivir”, resume Pastor, quien trabaja como conductor de plataforma digital.
Y aquí nos sirve la última pregunta en bandeja:
—¿Qué hace la gente cuando pide un servicio y se encuentra con que el chofer es Pastor Fernández?
—¡Ah, vieras el vacilón! Es que como solo sale el nombre, Pastor, uno ve cuando el cliente o clientes esperan intrigados a ver si soy yo. A veces son parejas de novios y tal vez ella no me conoce o no me recuerda y el muchacho le cuenta toda la historia del gol contra El Salvador, otros me piden fotos para mandárselas a los papás o al abuelo. Es muy, muy bonito, no le digo, yo me siento bendecido, no arrastro resentimientos ni arrepentimientos, ni mala vida me doy, así esté en una presa de una hora ¿usted cree que yo me ofusco? ¡Para nada! Hoy por hoy trato de no complicarme y disfruto todo lo que tengo... en especial a mi bebé... por cierto ¿puedo pedirte un favor, sin que suene a abuso? ¿Podemos adornar el reportaje con una foto de Paz, la chiquita? (y termina la frase con una carcajada) ¡Vea que Alonso, el fotógrafo me lo prometió!
Y yo, desde el fondo de mi corazón, con el agradecimiento que le tendré siempre por aquel legendario gol, le digo, con los ojos otra vez un poquitín aguados... “Faltaba más, CAMPEÓN. Faltaba más”.
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