A Ricardo –así, a secas, pues a estas alturas lo veo como un compa y un cómplice de mis últimos 35 años en los que me ha acompañado con su música– se le atravesó la pandemia justo cuando estaba por publicar su libro Blanco y Negro, el que finalmente vio la luz hace tres semanas y en el que se incluyen también los CDs Blanco y Negro, con canciones que fue componiendo y estrenando mes a mes, en los tiempos más críticos de la covid-19.
Sobra decir que este texto surge a partir de todo mi historial como Arjo-hólica y como gran conocedora de causa coincido con Ricardo Arjona Moscoso en que Blanco y Negro, que por cierto es un proyecto musical pionero –trasladado físicamente a su público en el formato de un libro–, es quizá el mejor disco de su vida, como lo asevera él.
Pensándolo bien, elegir entre algunos de los himnos suyos con los que me enamoré y me desenamoré una y 100 veces es como escoger al mejor entre los hijos, intuyo que lo que quiere decir es que quizá, en la madurez de sus 58 años y con toda la trayectoria de más de cuatro décadas, cuando empezó su aventura con una sencilla guitarra a cuestas, hoy tiende más a guarecer su yo interior en la simpleza de la vida.
Ya lo dijo en el prólogo de Blanco y Negro, un compilado de más de 200 páginas con fotografías extraordinarias, textos autobiográficos y reflexiones íntimas, como aquella en la que afirma: “Los colores de mis antepasados y el de mi propia vida, tienden a complicar el abanico de lo que hoy quiero ver. Las cosas se me han puesto básicas y prefiero un buen atardecer a un auto deportivo. Las cosas simples adquirieron el monumental de lo indispensable. ¿Música? Ya lo intenté todo, pero antes de aburrirme ¿por qué no volver a la radiola donde me paraba haciéndole play back a Los Beatles?”.
En fin, ni siquiera yo, que lo he seguido a todos sus conciertos desde el día 1 que se presentó en Costa Rica; que lo he entrevistado por teléfono un par de veces en sus comienzos y que me camuflé como aplaudidora por seis horas durante la grabación de los videos de Circo Soledad en Costa Rica, en enero del 2018, me esperaba estos retazos de su vida completamente a corazón abierto.
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Es como escucharlo cantar, pero igual se siente como tenerlo de contertulio en la sala de la casa, con un par de mojitos en la mesa escuchándolo mientras recorre pasajes de sus ancestros, de su infancia, adolescencia, cómo se convirtió en uno de los intérpretes más famosos y queridos dentro y fuera del continente –hablo de los arjonianos, que somos legión; sus detractores simplemente pueden ‘seguir la filita’ y chau–, y cómo es la mayor parte de su vida, cuando no están los reflectores sobre él.
“Ricardo Arjona es ese tipo de 1.94 de estatura, solemne en las entrevistas y muy divertido entre los amigos. Pocos lo conocen, porque quiere que lo conozcan pocos”, se anuncia en la apertura del capítulo del libro titulado El Seco, mote con el que “le conocen los de su sangre y sus amigos más cercanos”.
“Quiere subir al Everest y seguramente lo hará. Ya nadó con tiburones blancos en Sudáfrica, se tiró del bungee más alto del mundo en Macao, saltó en paracaídas y maneja una Harley gris cada vez que puede. Usted lo puede encontrar en cafés del SoHo neoyorkino leyendo el periódico del día o comiendo solo en un restaurante de Londres, siempre que esté seguro de que pasará absolutamente desapercibido. De igual manera, recorrerá el mundo con sus hijos y su compañera. Será más fácil encontrarlo así que en una entrega de premios o en una fiesta de farándula donde, según sus propias palabras, no asistiría ni obligado”, se lee en parte de la introducción al mundo privado de Ricardo Arjona.
Así, partiendo de su niñez, su adolescencia, los momentos que lo llevaron a la música, a la composición, se van conformando y entrelazando con su testimonio de cómo se hizo Blanco y Negro, complementado por una impresionante galería de fotos que muestran todas sus etapas, incluidos los meses que vivió en Londres para la realización de uno de los proyectos más grandes de su vida.
“Básico, como el blanco y negro de las cosas, fue grabar en el legendario estudio Abbey Road donde tantas obras maestras vieron luz, contar a 1, 2, 3 y 4 y grabar como en los viejos tiempos 24 canciones nuevas, dispuestas de buena manera a hacerse viejas en las manos de quien las haga suyas. Afuera no sé bien qué es lo que pasa, no sé bien qué es lo que suena, pero sé perfectamente que me importa un carajo. Blanco y Negro es el mejor disco de mi vida y sin duda el mejor trabajo de los Arjona desde aquel 1855, cuando nací”, escribe en alusión a su vínculo con sus ancestros.
Recientemente, cuando por fin pudo lograr el lanzamiento del libro, comentó en sus comunicados de prensa: “El libro Blanco y Negro se añejó en pandemia, (entonces) no hubo muchas personas que creyeron en él. Nuestra insistencia fue porque creemos que aún hay gente que quiere vivir el viaje completo y escuchar la historia desde que empieza hasta que termina. La música también viene en libros. El tipo del video está feliz, fue su regalo de cumpleaños, aunque tarde, valió la pena. 25 de febrero, para todos”.
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El proyecto, apostillan los comunicados, es la apuesta más atrevida del artista defendiendo dos de los mejores discos de su carrera, grabados en los emblemáticos estudios Abbey Road en Londres, y el libro que es el broche de oro de esta obra de arte.
Desde octubre del año pasado, el cantautor sistematizó los lanzamientos de los temas de Negro todos los viernes hasta que completó el álbum, el viernes 3 de diciembre. Con seis temas de estreno se completaron las 14 canciones del disco y el cierre del ciclo que compone el álbum doble Blanco y Negro.
Así, con Negro, Arjona completó el metódico y ambicioso proyecto de 28 canciones divididas en dos volúmenes, cuya primera tanda de temas llevó por título Blanco y que el público fue conociendo, una a una.
Negro, uno a uno
El cantante y compositor, de 58 años, publicó el 8 de octubre el single Yo me vi (Autorretrato), con el que inició el lanzamiento del álbum Negro. Los títulos que le siguieron fueron El Bobo, No cambia nada, De la ilusión al miedo, El flechazo y la secuela, Penthouse, Ella sabe y Fluye. Todas las nuevas canciones fueron estrenadas en plataformas y con sus respectivos videos.
“Con Ricardo Arjona la historia pareciera no terminar nunca. Esta vez extrae de su disco Negro la canción De la ilusión al miedo y se embarca en un viaje que coloca a la música contemporánea en un lugar pocas veces visitado” reza el comunicado, y lo asiste la razón. Escuchar para creer.
“En tiempos de ruido y baile escoge el camino opuesto y pone todo en una canción etérea y se une al extraordinario talento de la apneista, bailarina y cineasta francesa Julie Gautier para realizar un video de inmensa magnitud artística. El viaje se desata al iniciar la música de la canción y los movimientos de Julie que, sin oxígeno, en apnea, realiza una danza a 12 metros de profundidad que hará volar a cualquiera que escuche y vea este videoclip. Julie hizo un cortometraje y del mismo se rescata este video que sin duda pasará a la historia como uno de los atrevimientos más artísticos que se hayan visto”, continúa el parte de prensa, y agrega: “La sencillez, la fluidez y la comunión que se dan entre la canción y las imágenes hacen de estos casi 4 minutos un respiro”.
Doña Mimi, la mamá de el ‘Seco’ (como apodan a Arjona sus amigos cercanos) no era precisamente amante de la idea de que su hijo anduviera con la guitarra todo el tiempo, estuvo a punto de quemarla porque consideraba que era una actividad peligrosa y de vagos. Tiempo después su papá le regaló un requinto y nunca se supo que fue de esa otra guitarra. El destino se encargaría de reencausarlo de donde nunca salió: la música.
Y, en consecuencia con las confesiones de Arjona a lo largo de su libro, se recopila esta reflexión con tenor a Ricardo por todos los costados: “Se agradecen hoy los los intentos valientes de rescatar la música y emoción, y demostrar que no todo debe de ser rápido y fugaz, que aún siguen existiendo canciones que pueden quedarse a vivir entre nosotros sin que sea necesario acudir a los hit parades o a las gastadas entregas de premios donde se reparten golosinas a una industria hambrienta de flashes y alejada de su materia prima: la música”.
De hecho, asegura que De la ilusión al miedo es un grito en el vacío de las historias sin contenido “y un llamado callado pero poderoso a intentar hacer las cosas por emoción y no por la rutina triste de seguir el camino que siguen todos”.
Y bueno, así, distendida y profunda continúa su historia, la no conocida hasta ahora porque la quiso contar solo cuando él la quiso contar, sin intermediarios.
Ricardo Arjona “es capitán marino y navega su propio bote 25 horas adentro del Caribe, tira anclas en islas sin nombre para perderse y encontrarse, como él mismo dice. Está estudiando para conseguir su licencia de avión a escondidas de los suyos, que le tienen prohibido hacerlo. Jugó al básquetbol y consiguió todos los récords”, se lee en uno de sus tractos biográficos.
La introducción a todo lo demás que se decanta en Blanco y Negro culmina con algunos detalles hasta hoy desconocidos: “Trabajó como mecanógrafo, telegrafista, profesor de escuela, cargador de cajas de frutas y hoy podría ser el mayor convocador de gente en sus giras. Es ese tipo de artistas que logra cosas de las que nadie se entera. En su primer concierto convocó a tres personas en un pueblo de su Guatemala, hoy convoca a casi dos millones de personas por gira”.
El cantautor, que ha vendido millones de discos y tiene varios premios Grammy, entre otros galardones, es considerado una de las máximas figuras de la música latina actual y por estos días se enfoca en continuar su ambicioso tour Blanco y Negro que arrancó en Europa y seguirá próximamente por Estados Unidos y Latinoamérica.
Como diría Ricardo Arjona, y nunca mejor dicho: “Esta historia continuará”...