El de Fonseca y sus fans ticos fue un dulce, inédito y enternecedor encuentro.
Ayer, en el Anfiteatro Coca-Cola del Parque Viva no hubo baile, ni vallenato, ni griticos rumberos con sabor a Colombia. Mas sí romance, sí flores y sí olas gigantescas de sentimiento puro.
En sublime mimetismo con la Orquesta Filarmónica de Costa Rica, –gracias al encanto de los violines, el piano y una ensoñadora arpa–, el bogotano de Arroyito presentó en el país su experimento sinfónico, un gustado atrevimiento que lo ha llevado a volar por nuevas galaxias musicales.
En esta extraña constelación –alejada de la algarabía y el sabor que lo caracterizan– Fonseca canta calmado, sobrio y hasta reflexivo un lote de propias y ajenas composiciones. Es el mismo cantante, pero seductoramente distinto.
"Cantar con orquesta es una nota muy diferente, pero tengo que decir que lo me lo gozo igual", expresó Fonseca minutos antes del esperado concierto. Una frase, con tintes de premonición, que se reflejó en su rostro apenas pisó el escenario.
Como un niño sonriente, posando en la foto de su primera comunión, Fonseca se presentó reluciente y vivaz. Saco, corbata y bien peinado –como un muñequito–, así el colombiano se dejó empapar por la primera lluvia de ovaciones.
La Filarmónica, dirigida por el siempre carismático Marvin Araya, hizo su parte en aras de aderezar su glamorosa entrada: una Obertura de tonos místicos, inspirada en el amplio repertorio del artista, tendieron la alfombra roja a la estrella.
Luego llegó él, para enamorar. El tema Corazón, sacado del álbum de su mismo nombre, fue el elegido para comenzar la velada.
Luego del buenas noches y pedir un aplauso de agradecimiento para la Filarmónica, Fonseca disparó una oración con la que comenzó a ganarse al público.
"Me habían dicho que este lugar era mágico, pero esto sobrepasa todas las expectativas. Gracias Costa Rica por siempre abrir las puertas, no solo a mí, sino a todos los colombianos. Gracias por eso", dijo Fonseca entre aplausos.
Enrédame fue la segunda pieza del repertorio. Tal y como lo había prometido antes del recital, se iba a tomar el tiempo para hablar un poco de las canciones que traía en cartera y con está comenzó: dijo que era una pieza que "quería mucho" y que esperaba que todos la cantaran con él.
Fue complacido.
"Eso me encanta de este formato, poder hablar de las historias detrás de las canciones. No lo puedo hacer regularmente", dijo el cantante tras bambalinas.
Pero ya sabemos que Fonseca no es solo voz. Como si no bastara con la batería de instrumentos que le flanqueaban en escena, el cafetero tomó su guitarra, y cuerdas en mano ejecutó Ay amor y Beautiful Sunshine.
Angel Eyes, inspirada en una versión de Sting, puso a Fonseca a caminar inquieto por el escenario. La pieza, estilo jazz, hicieron imaginar al colombiano cantando en un escenario de Las Vegas. A la gente le encantó la propuesta y se lo reconoció al final
El recital fue transcurriendo entre un subibaja de emociones. En eso ires y venires la melancolía se hizo presente con Estar lejos, una pieza que Fonseca escribió en una larga gira musical. En ese entonces estuvo distante del terruño por varios días y, tal como lo proclama el tema y sus tristes acordes: "le hizo daño".
Fonseca tomó su guitarra para interpretar algunas de sus piezas más conocidas. [side_to_side]
Hasta entonces el coro del Parque Viva no se había hecho sentir, pero el popular tema Arroyito lo activó como en automático. Celulares en mano, nadie se quedó sin su recuerdo en video ni con las ganas de acompañar al artista con su voz.
"Qué lindo cantan. Este sí que es un público afinado. Se mandan a cantar y me gusta", expresó el cafetero ante el arrojo de su audiencia.
Variedad sonora. Con un poco más de ritmo, pero sin dejar de lado la sobriedad del caso, la Filarmónica y Fonseca siguieron el show con Sabré olvidar, una pieza que inspiró los primeros piropos de la noche.
"¡Te quiero!", le gritó una dama a viva voz.
"Yo también...y eso que hoy está presente por aquí mi esposa", contestó entre risas.
Más tarde, ahora con guitarra eléctrica, Fonseca presentó el tema Paraíso, una canción que el artista compuso para la película colombiana Paraiso Travel (2008), de Simón Brand. La Filarmónica, especialista en elevar a la máxima potencia la música compuesta para cine, se lució con ella.
Sobre todo un segmento del tema, intenso y dramático, se escuchó como en la mejor sala sonido Dolby. El juego de luces, valga el reconocimiento, sumó al efecto fílmico.
Luciendo su inglés y evocando una Nueva York en Navidad, Fonseca serenateó al Parque Viva con What a Wonderful World.
"Cantemos a este mundo, tan herido, esta canción", invitó el artista, mientras se regocijaba con una neblina natural que envolvió, en ese preciso instante, al Anfiteatro Coca-Cola.
"Esta neblina es parte de los regalos que nos da Costa Rica cuando venimos", agregó emocionado.
Y cuando el ambiente era más que propicio llegó la pieza más esperada de la noche: Te mando flores.
Entre luces de celular, imágenes de rosas en pantalla y gritos emocionados en las butacas, el romance tuvo uno de sus picos más altos.
Fonseca prosiguió con Melancolía del ayer, otra sentida y conmovedora pieza de su repertorio, pero ninguna pudo emocionar más que Puede ser, una canción dedicada al sueño de paz en Colombia.
"Así como ustedes no tienen ejército, yo quisiera ver una Colombia así. Yo creo que se puede", exclamó antes de interpretarla.
Final. Eres mi sueño, dedicada a Paz, su hija, fue la siguiente pieza en ser ovacionada, sentida, abrazada. El enfoque familiar de la composición es un golpe sentimental fuerte.
Un gustazo se quiso dar Fonseca cuando le propusieron la idea de ponerse sinfónico. El capricho fue el de cantar My Valentine, de Paul McCartney, y se lo dio en banquete. Se le vio realizado, interpretando música del ex-Beatle.
Finalizando, al estilo ranchero, el colombiano hizo vibrar al Parque Viva con Prometo. Mariachis se hicieron presentes para tocarla con todas las de la ley.
Tonos alegres se hicieron presentes para cerrar una jornada intensa, la cual iba a tener un zarpe encantador: Vine a buscarte, fue el adiós.
A pesar del grito de ¡otra! no hubo más. Fonseca, en dos horas de espectáculo, había logrado su cometido: encantar a los suyos y, junto a él, hacerlos volar a su galaxia sinfónica.