“Muchacha, usted tuvo un aborto”. Esta frase podría generar la peor angustia para casi cualquier mujer, pero para Hanna Gabriels fue un alivio.
“Recuerdo sentirme muy feliz, no por perder a mi bebé. Tenía 18 años y estaba en una relación en la cual a mí me iban a pegar hasta el día en que yo pariera y mi bebé iba a vivir esa basura por el resto de su vida. Posiblemente, se hubiera convertido en un hombre como él”.
Apenas cumplió la mayoría de edad, Hanna se marchó a trabajar a Estados Unidos, donde conoció a un hombre que le cambió la vida para siempre.
La tortura comenzó cuando le ofrecieron hacer un casting para una agencia norteamericana de modelos. Ella se define como una mujer muy independiente, adversaria de pedir permiso a una pareja para poder salir a la calle. Así que, sin pensarlo, asistió a la sesión.
Su entonces novio, la vio bajarse de un carro en una calle cercana al apartamento donde vivían.
“Desde ese día fueron maltratos, me ofendió muchísimo. Gracias a Dios, nunca hubo una agresión física”. El recuerdo sigue fresco, aunque han pasado ya 12 años.
“Yo pienso que cualquier agresión es muy dura y la psicológica es tal vez peor, porque es la que da pie a la física después”, prosiguió.
En los siguientes seis meses, Hanna comenzó a hundirse en un profundo charco llamado “dependencia psicológica”.
“Él me decía: ‘usted no es nadie sin mí”. Llegué a creerme eso. Recuerdo que yo decía ‘¿y si lo dejo, qué voy a hacer?’. Tenía miedo de dejarlo”, dijo la hoy boxeadora.
El estadounidense tenía claro que Hanna se amedrentaba ante sus amenazas, esa era su arma de mayor calibre.
“Fueron meses muy duros y hasta miedo le llegué a tener. Recuerdo que si me despertaba a las 2 de la mañana, a las 3, a las 11, a la hora que fuera, él siempre estaba despierto y viéndome. Él me decía: ‘Si usted me deja, yo la mato”.
Hanna comenzó a padecer de ataques de pánico y cada vez creía con mayor fuerza que el mundo se le iba a acabar si él no estaba.
Estaba consciente de que no era feliz, pero no tenía claro que estaba en medio de una “relación tóxica”, como ella misma le llama ahora. Ella justificaba cada acto de maltrato; comenzó a culparse de todo.
“Vivir con ese miedo, con las amenazas, no es una cuestión fácil. Mucha gente ignorante dice que es por gusto, eso no es por gusto, son círculos viciosos”, aseguró.
Pronto, quedó embarazada y la situación empeoró. “Fue el momento en el que él más aprovechó para maltratarme, ya ni siquiera quería que llamara a mi familia. Él tenía planeado que yo me aislara del mundo”, contó .
Cuando completaba casi los tres meses de gestación, Hanna comenzó a sentir un dolor muy fuerte en su vientre. Ella le suplicó que la llevara al hospital, pero a él “no le dio la gana”.
La tica recibió atención médica tres días más tarde. Ya no había vuelta de hoja.
“Lo perdí por tanto estrés y tanta cosa. No podía ni dormir”.
Confiesa haber sentido un gran alivio; la desgracia le permitió abrir los ojos. Ese día, Hanna Gabriels estuvo cerca de recibir la primera golpiza, acostada en una cama de hospital.
La tica sacó fuerzas y se atrevió a dejarlo, aunque ello significara caminar sola por California –una ciudad que desconocía– cuando le dieran de alta.
El acoso continuó y ella tomó la decisión de regresar a Costa Rica para buscar un nuevo trabajo. Lo primero que hizo fue pedirle fortaleza a Dios. Luego, se refugió en seres queridos y comenzó a entrenar boxeo, el deporte que la hizo campeona mundial en el 2009.
“Gracias a las decisiones que tomé, aunque todo parecía tan oscuro y tenebroso, hoy estoy casada con el amor de mi vida. Lo esperé mucho tiempo, pero lo logré”.