“Escoja una carta, la que quiera; muéstrela a todos excepto a mí”, me dice Lawrence.
Tiene los ojos rasgados y la voz delgada, como las manos con las que revuelve el mazo. Frente a mí, me dice que escoja la carta que yo quiera, que la ponga aquí, que la acomode allá, que ponga estas cartas encima de las otras. Que lo vea a los ojos porque va a encontrar mi carta por medio de telepatía. Después de 20 segundos de escudriñar intensamente en mis ojos, se ríe quedito.
“Cinco de corazones”, dice casi en murmuro.
El aula explota en aplausos. Tiene razón, por supuesto, pero lo que importa no es eso: lo que importa es la euforia, la intensa alegría con la que el corazón se acelera cuando la magia ocurre.
La magia le gana a las palabras: no se puede explicar en texto la sensación de algarabía, tan pura, tan genuina, que provoca ver la carta que aparece de la nada, las bolitas que se multiplican, los libros que a una persona le muestran una cosa y otros otra. Esa misma algarabía se potencia cuando la magia está en las manos de cinco adolescentes.
¿Cómo lo hacen? Imposible sacarles la respuesta: un buen mago nunca revela sus secretos.
Desde hace año y dos meses, cinco aprendices de magos, de Tirrases de Curridabat, dedican las tardes de sus miércoles a aprender estos secretos y, de paso, a mejorar sus vidas, a ser más felices, a sonreír más.
Juntos, forman un grupo dirigido por Diego Vargas, un mago profesional costarricense, y son parte de la organización Magos sin Fronteras, cuya misión –tender un puente accesible entre la magia y jóvenes en situaciones socioeconómicas complicadas– trasciende los trucos, las cartas y las ilusiones; trasciende los problemas, la pobreza y las preocupaciones: la magia no sabe nada de esas fronteras que nos inventamos.
Lenguaje universal
Magos sin Fronteras es una organización internacional que nació en el 2002 cuando Tom Verner abandonó su trabajo de 35 años como profesor de psicología y se marchó a África, para trabajar en campos de refugiados.
La barrera del lenguaje dificultaba su labor y lo obligó a encontrar soluciones. Las encontró en la magia, porque decía que la magia es un lenguaje, uno que rompe todo tipo de dificultades: la sorpresa ante un acto efectivo es universal, como reír, como sentirse feliz. Entre desplazados africanos, Verner encontró no solo una forma de comunicarse de forma efectiva con ellos, sino el futuro de su vida.
Fundó, entonces, Magos sin Fronteras y se marchó, en el 2007, a El Salvador. Allí se organizó el primer grupo, que empezó a impartir lecciones de magia a jóvenes de zonas conflictivas y violentas, controladas por las mayores pandillas del país centroamericano.
Era una forma de empoderarlos, de darles herramientas para la vida; tal como lo hace Diego con sus cinco aprendices: Adal, Abraham, Francisco, Lawrence y Vale, la única mujer pero ciertamente no la última: ya el grupo está moviéndose para integrar a más chicas.
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La historia de Magos sin Fronteras Costa Rica no se puede contar sin el relato, precisamente, de Diego, quien comenzó su carrera como mago en el 2009, dando sus primeros shows cuando tenía 17 años, más o menos.
De pequeño, su padre decía que hacía magia; no lo hacía: hacía trucos, que no son lo mismo porque, explica Diego, “la magia es un arte y una pasión”. Es decir, que no es algo ocasional, algo que tuvo claro casi desde que una tía suya le regaló un kit de magia que lo enloqueció durante su niñez. Más lo enloqueció, sin embargo, la reacción de un primo suyo ante un sencillo acto con una copa y una bolita.
“Mi pasión es hacer reír a la gente”, cuenta, como si hiciera falta: en la práctica es evidente. Así se ha ganado la admiración y el respeto de sus aprendices, quienes asisten todos los miércoles, durante dos horas, a La Cometa, un proyecto comunal en Tirrases donde, además de magia, se imparten todo tipo de cursos culturales y educativos a los vecinos. Ahí, varios lugareños recién ahora encuentran, gracias a la comunidad, el apoyo para concluir sus estudios de bachillerato, por ejemplo.
Después de que Diego terminó el colegio, conoció a varios magos profesionales que lo inspiraron. Más tarde tuvo su primer espectáculo en la casa de un primo. Ya no había vuelta atrás. En el 2011 viajó a Guatemala a estudiar magia y desde entonces no se ha detenido: en el 2013 fue a Chile; este año a Colombia, Uruguay y Argentina.
“Cuando estaba pequeño decía que quería ser mago, pero ni yo me lo creía”. Ahora sí: Diego ofrece shows a empresas y organizaciones de todo tipo, se ha presentado fuera del país en varias ocasiones, ha entablado relaciones cercanas con varios de los mejores magos del planeta y, todavía, apenas con 25 años, sigue puliendo su arte.
Nada, sin embargo, se le compara a su misión actual: mostrarles el camino de la magia a sus estudiantes.
Misión
Comenzó con visitas a cárceles y hospitales. Luego, en el 2011, Diego asistió a una actividad en la Ulacit, durante una visita de Patch Adams, el famoso médico payaso. Diego pudo conversar con otro payaso experto en risoterapia, quien le contó de Magos sin Fronteras.
“No lo podía creer. Volví a mi casa a buscar lo que pudiera encontrar. 2011, Internet de zona rural: duré dos horas cargando un video de cuatro minutos. Era Tom Verner hablando y haciendo magia. Me volví loco. Lo busqué y agregué en Facebook. Me aceptó y le escribí un mensaje”.
Ese mensaje no tendría respuesta. No de inmediato, en todo caso. Durante los siguientes cuatro años, Diego siguió labrando su carrera y trabajando con distintas organizaciones benéficas en todo el país.
Entonces, en el 2015, puf, magia. Una persona de la compañía Business Development Advisors se le acercó para confirmarle que las cosas suceden cuando tienen que suceder: “Diego, queremos traer Magos sin Fronteras a Costa Rica y estamos buscando un mago”.
“En el 2011, cuando le escribí a Tom, yo no era el mago que soy ahorita. No tenía los recursos ni los contactos ni nada. Por dicha fue ahorita”, reflexiona Diego. “Para traer el grupo, buscaban a un mago que quisiera hacer esto: venir a sentarse con un grupo de muchachos y enseñarles. Y hacerlo por nada. Bueno, no: por mucho, pero por nada económico”.
Durante los siguientes meses, Diego visitaría y conocería a los grupos de Magos sin Fronteras en El Salvador y Colombia, y finalmente conocería a Tom Verner. De esos lugares, y del fundador de la organización, se nutriría para entregarse de lleno a su propia filial en Costa Rica.
“Los profesores en El Salvador comenzaron como estudiantes cuando el grupo inició. Sueño con ver a alguno de estos chicos dando clases de magia en el futuro”.
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La versión colombiana opera en Ciudad Bolívar, una de las zonas más conflictivas de Bogotá. Diego pudo visitarlos en setiembre del año pasado, dos semanas antes de que el grupo viajara a Nueva York a presentar un espectáculo en Broadway.
“Subimos a un lugar lejísimos, más arriba de Ciudad Bolívar, donde no llega ni la pobreza. Ahí, en medio de la nada, está la sede de una ONG donde los chicos de Colombia se presentaron para los vecinos de la comunidad”.
Al concluir la presentación, los vecinos de la localidad agradecieron a Magos sin Fronteras por su arte y por representar a Ciudad Bolívar “y demostrar que aquí hay gente buena”. El último niño en hablar les extendió un sobre que decía De ciudad Bolívar a Nueva York . “Y juntamos plata para ayudarles en el viaje”, dijo al ofrecérselos.
“La magia no conoce de clases sociales”, dice Diego. “La magia es pa' todos”.
Esa lección está impregnada en cada una de las clases que Magos sin Fronteras Costa Rica ofrece a sus aprendices en Tirrases. Cuando la magia fluye, los estigmas y los problemas quedan de lado.
Escuela de magia
Vale estaba en clases de religión, en el Colegio Técnico Profesional Uladislao Gámez Solano, de Tirrases –el mismo al que asisten los cinco chicos–, cuando Diego pasó por el aula y le hizo el “acto de las bolitas” al profesor: una y otra vez, Diego multiplicaba una bolita de espuma que estaba oculta en la mano del profe: cuando el profesor creía que solo tenía una, Diego le mostraba tres.
“Ese mismo día llegué a decirle a mami que tenía que venir a La Cometa para inscribirme”, cuenta la muchacha.
Los cinco comparten historias similares. Abraham estaba en clases de Educación Física cuando Diego se le acercó y vomitó cartas. “Ay, perdón”, le dijo al muchacho con la boca abierta, “me cayó mal el almuerzo”.
Adal estaba en clases de español; cuando Diego pasó, comenzó a sacar cartas del pelo de la profesora. Diego no sabía a quién tenía enfrente: desde sus cinco años, cuando una tía suya le regaló una cajita que desaparecía monedas, Adal quedó fascinado por la magia. “Ha sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida”, dice.
Francisco también era fanático desde pequeño. "Me iba al parque y ahí veía a los magos que llegaban. Yo pensaba qué chiva, yo quiero ser mago cuando sea grande. Nunca pensé que llegaría a esto, pero desde esa fecha era mi meta", cuenta. "Con el tiempo uno cambia y me olvidé un poco de eso, hasta que un día en la fila del comedor, vi a Diego cambiar una carta en otra y yo pensé que tenía que aprender a hacer eso. Vine con unos amigos que ya no están pero yo seguí. Es bonito. Me gusta que, de tantas personas que hay, somos los únicos magos sin fronteras de Costa Rica. En Centroamérica solo hay 12, y entre esos estamos nosotros. Es algo para que se inspiren los demás de que, diay, pueden lograr lo que se propongan".
Lawrence, el más tímido e introvertido del grupo, dice que le gustó el truco de las bolitas. “Fue eso lo que me gustó y vine. Y no sé. Sí, me gusta. Sí”.
Sus compañeros se ríen y él también. Cuenta Diego que, en el año y dos meses que la organización ha funcionado, los muchachos han demostrado un tremendo crecimiento no solo en la práctica de la magia, sino como seres humanos: “El grupo enseña a hablar en público, a desenvolverse con mayor facilidad, a ser constantes y disciplinados”.
Necesidad básica
Para Diego, la magia es todo. Es su vida, porque su vida es hacer reír a los demás y con la magia, su superpoder, como lo llama, puede hacerlo al instante.
Algún tiempo atrás, por ejemplo, caminaba por la calle cuando un hombre lo alcanzó y comenzó a caminar a su lado con mala pinta: Diego estaba seguro de que lo iba a asaltar. Para ganar tiempo, sacó de su bolsillo un mazo de cartas y comenzó a hacer trucos mientras caminaba. El hombre se le quedó viendo y, cuando llegaron a una esquina, le dijo “Mae, qué rajado, ¿cómo hace eso?”.
“¿Qué cosa?”, le respondió Diego, mientras hacía desaparecer cartas y las encontraba, por ejemplo, detrás de la oreja del muchacho quien, maravillado, en lugar de asaltarlo le dio una moneda de 100 colones como agradecimiento.
No es su única historia; todas las páginas de esta revista podrían estar repletas de relatos mágicos.
Su mayor deseo, sin embargo, es el de presenciar esos relatos en sus aprendices. “No buscamos formar magos profesionales, buscamos que hagan lo que quieran; que la magia les sirva para pagarse sus estudios o para hacer reír a la gente o para lo que sea”.
Magos sin Fronteras, cuenta, busca sobre todo entretener. “La gente tiene un estigma con entretener. Nos hace falta sonreír más. Todos sabemos hacerlo. Un bebé nace sabiendo sonreír y de grandes no lo hacemos lo suficiente. Sonreír es una necesidad básica”.