Para Nelly Rosario, hablar de identidades significa dejar de un lado las categorías. Nacida en Santo Domingo (República Dominicana), pero criada en Nueva York (Estados Unidos), la escritora ha construido su mirada a partir de una celebración de la multiculturalidad.
Sus preocupaciones se han plasmado a través de un incisivo trabajo como investigadora para el Proyecto de Historia Negra del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) y su novela El canto del agua (Emeceì Planeta, 2003), en que narra las luchas de tres generaciones de mujeres dominicanas por trascender los conflictos históricos y la marginalidad.
Antes de la culminación de su nuevo libro, un texto en el que explora un futuro donde el turismo médico se concentra en una isla caribeña y, con motivo de su visita a Centroamérica Cuenta, la autora conversó con Viva acerca de las realidades que la motivan a escribir.
–¿Cómo concibe las diferencias entre la identidad negra en los Estados Unidos y en Latinoamérica?
–Creo que en los Estados Unidos, la memoria sobre la historia negra ha llegado al nivel académico y al nivel literario, eso sumado al movimiento sobre los derechos civiles en los años 60, lo cual inspiró a otros movimientos en el mundo a vocalizar lo que ha pasado también. Eso ayudó mucho a una investigación desde lo académico, desde lo etnográfico y lo literario.
“En Latinoamérica creo que la memoria se expresa de otra forma. Se expresa en la música o a través de la fe. Se manifiesta incluso en la lengua. Todo es una forma de archivar la historia; no tiene que siempre que ser un libro. La historia va influenciando vidas individuales”.
–¿Cómo es su proceso para dialogar con estas historias individuales desde la literatura?
–Para mi primera novela busqué postales de 1900 que salían de Cuba y de Puerto Rico para poder ubicarme en ese tiempo. Las bibliotecas y las universidades brindan cierto acceso, pero yo siempre abogo porque cualquier persona pueda tener ese mismo acceso. Muchos no lo tienen. Entonces, mi trabajo es traducirlo a una historia donde alguien pueda vivir esa época, así hago ese puente: ver una vida íntima. Cómo lo nacional y lo internacional afectan la vida, quizás, de una pobre mujer que no sabe que soñar, que no tiene imágenes disponibles. Nosotros soñamos porque hemos visto un ejemplo, pero cuando no hay ejemplos, ¿cómo sueña uno?
–¿De qué forma se retratan estos sueños desde un lenguaje como la literatura que, históricamente, se ha construido desde aquellos en el poder?
–Me lo invento. Ciertas convenciones me las invento. ¿Cómo escribo yo el diálogo de una mujer negra analfabeta en inglés? Ese fue el desafío que más me gustó. Cómo moldear los idiomas para que sean fidedignos de la realidad que estoy representando. Experimenté con la puntuación, ciertas pronunciaciones, ciertas formas de organizar las ideas. Ahí está el arte. Es la traducción de géneros, de personajes, de conceptos, de ideas.
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–¿Cómo concibe la forma en que la perspectiva de mujer permea sus personajes, que ya de por sí deben lidiar con las dificultades de ser latinos y afrodescendientes?
–Es una perspectiva humana. Todos queremos sobrevivir y tener una vida justa. No es un deseo extraterrestre, pero cuando llegamos a las mujeres, lo que se distingue es la distancia entre el deseo y la realidad. El hombre se puede imaginar algo y, aún si no es fácil, está al alcance. En esa lucha por alcanzar lo inalcanzable es donde está lo interesante.
–En otras entrevistas ha mencionado la importancia del concepto de colectividad en las poblaciones marginalizadas, ¿cómo lidian estas colectividades con procesos como la gentrificación y la exclusión?
–“La tiranía de la taxonomía”. Estamos en una sociedad que está obsesionada con categorizar todo. De cómo refinar la identidad hasta un punto de distinciones absurdas.
“Creo que uno puede ser parte de muchísimos grupos y no ser parte de ninguno. El tiempo va cambiando, los nombres, las divisiones. Por eso no podemos aferrarnos a identidades específicas porque mañana van a cambiar los criterios y crear otras categorías, y vamos a tener que lidiar con las injusticias que vienen con eso”.
–Para usted, ¿existe una responsabilidad a la hora de representar estas miradas que no están en la literatura tradicional?
–De cierta manera es una responsabilidad, pero también es una curiosidad que uno tiene siempre. La historia trae consigo preguntas, momentos, imágenes. En ese sentido, hay que dar voz a eso que no se ve. Mucha gente se siente invisible. Uno se cansa de la historia oficial. Hay historias que hay que contarlas porque mucha gente cree que la suya no vale, que tiene que ser dramática y extraordinaria para merecerse un libro; sin embargo, a veces las historias más simples y cotidianas son conmovedoras también. Eso es lo que me interesa. Ver lo que nadie ve.
–A partir de estas pequeñas verdades que menciona, que de cierta manera construyen una nueva historia, ¿cómo concibe usted espacios como Centroamérica Cuenta, donde estas dialogan entre sí?
–La historia que proyectamos al mundo no siempre es la historia que vive la gente. Las historias oficiales y de la prensa pintan un retrato, pero es en las historias de quienes viven en las comunidades donde están las texturas. Centroamérica Cuenta es un espacio para que la región se auto-cuente. Creo que eso es importante cuando hay otras retóricas que el mundo ve. Conflicto, éxodo, división..., esa es una parte, pero hay historias que son más profundas e integrales.