Savannah Stern pasó siete horas en una fiesta, básicamente desnuda, como parte del entretenimiento del evento. Su misión era ser poco más que un maniquí de carne y hueso. Por siete horas recibió $300, una cifra que muchos podríamos considerar más que aceptable.
Para Stern, sin embargo, resultaban migas. Para ese momento, contaba en su currículum con más de 350 películas. Su trabajo le había permitido acceder a un estilo de vida envidiable y limitado a muy pocas personas. Al año ganaba un salario que rondaba los $150.000; en su cochera se estacionaba un Mercedes-Benz del año.
Sin embargo, sus oportunidades laborales fueron declinando con el paso del tiempo. Ese camino fue el que la llevó a aceptar $300 por pasar siete horas desnuda en una fiesta. Su sueldo anual se redujo en dos tercios y el Mercedes-Benz desapareció, reemplazado por el carro de sus padres.
Sucede que Savannah Stern –como lo relató el Los Angeles Times hace un tiempo– es un ejemplo de las penurias económicas a las que se enfrentan las personas que, como ella, trabajan en una de las industrias más volátiles, polémicas e incomprendidas del planeta: la pornografía.
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La democratización del acceso a Internet cambió al mundo para siempre. Hoy, nuestra vida ocurre en línea buena parte del tiempo y nuestros hábitos de consumo son muy diferentes a los de hace solo una década. Donde van las masas va el dinero, algo que bien saben las industrias de la música, el cine y los medios de comunicación, por ejemplo: todas ellas intentan sobrevivir en una época en la que la vida es cada vez más acelerada.
La industria de la pornografía también vive procesos violentos de transformación y nadie, ni los actores y actrices, ni los directores y productores, saben con certeza hacia dónde va.
1980 fue el año de la popularización de los aparatos electrónicos que permitían apreciar películas desde la comodidad –y, sobre todo, privacidad– del hogar. El consumo de cine y televisión viró poco a poco; fue el principio de lo que sucede hoy con Netflix.
Con el entretenimiento popular venía también la pornografía. Para consumir una película que mostrara escenas de sexo explícito ya no era necesario pasar por la vergüenza de ir a una sala de cine y correr el riesgo de topar con un tío o una compañera de trabajo. El trago penoso redujo su escala: aparecieron, en las tiendas de alquiler de películas de VHS (y, más tarde, DVD), cuartos separados donde se aglutinaba la oferta de cine XXX.
Así, la industria de la pornografía alcanzó un estado de bienestar. Se asentó en el Valle de San Fernando, al norte de la ciudad de Los Ángeles, en California, al otro lado de las montañas donde brillan las letras blancas de la señal de Hollywood.
Durante la década de los noventa, los estudios porno del Valle de San Fernando amasaban fortunas cada año. De acuerdo con Business Insider , reportaba ventas por unos 4.000 millones de dólares.
En torno a la pornografía se generó una subcultura. Nacieron convenciones. Nacieron revistas que no solo mostraban fotografías de sexo, sino que cubrían la vida y el trabajo de las estrellas del porno. Con paso firme, el porno se abrió paso en la vida del mundo occidental.
Y luego llegó el 23 de abril del 2005. Jawed Karim subió a Internet Me at the zoo , el primer video en la historia de YouTube. Durante la siguiente década, YouTube se convirtió en una fuerza transformadora del consumo de entretenimiento audiovisual en todas partes. Sin la tecnología del streaming que YouTube convirtió en base elemental de Internet, no tendríamos Netflix o Spotify, por ejemplo.
De nuevo, cuando el entretenimiento mainstream avanza, la pornografía avanza con él: son dos caras de una misma moneda.
Pronto, aparecieron incontables opciones de sitios web en los que se puede ver videos pornográficos de forma rápida e intantánea. Les llaman tubesites . Cinco de los 100 sitios más visitados en Estados Unidos son tubesites , como PornHub y Xvideos. En Costa Rica, tres de los 100 sitios más populares son tubesites .
Pronto, estos sitios amasaron una popularidad apabullante. De acuerdo con la BBC, alrededor del 4% del contenido en línea es pornografía –lejos del mito que dice que la mitad del Internet es porno, pero todavía grande en términos proporcionales–. ¿Cuál fue la clave para su crecimiento?
Que es gratis.
Sí, es mucho más cómodo y disimulado buscar pornografía en una computadora que ir al cuarto de atrás de la tienda de alquiler de película. Sí, la oferta es mucho mayor y es inmediata. Todos estos factores influyen. Pero ninguno es más importante que el hecho de ser gratis.
Ya bien lo han aprendido las industrias de la música, el cine y los medios de comunicación: nadie quiere pagar en Internet.
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A partir del 2007, cuando los sitios de reproducción de videos en línea –tanto mainstream como pornográficos– ya eran un pilar de Internet, la industria del entretenimiento para adultos reportó pérdidas en venta de entre el 30% y el 50%. En el 2012, los estudios del Valle de San Fernando –el Hollywood del porno– reportó una caída del 90% en filmaciones. Desde entonces, cada año es peor para la industria.
“Hemos pasado por recesiones como esta en años previos, pero nunca a este nivel”, dijo al Los Angeles Times el jefe de la agencia de reclutamiento Spiegler Girls. Dion Jurasso, de la productora pornográfica Combat Zone, agregó: “Es el contenido gratuito el que nos está matando, y eso no se va a ir a ningún lado”.
La piratería ha golpeado con rudeza a todos los sectores de la industria. Los pocos ingresos apenas alcanzan para pagar a todos los involucrados en la producción de una sola escena.
Aunque bajo los reflectores únicamente aparezcan dos –o más– personas teniendo prácticas sexuales de todo tipo, detrás de las cámaras merodea todo un equipo que incluye, por lo general, al director, camarógrafo, productor, fotógrafo, maquillista y guionista –no, en serio–. Por lo general, un director puede ganar entre $1.000 y $1.500 por escena , de acuerdo con la revista Salon .
Esa es la punta de la pirámide: los demás ganan menos, de acuerdo con su labor. Los camarógrafos pueden cobrar entre $500 y $700. Los técnicos de sonido, entre $300 y $400.
Frente a la cámara, las cifras dependen de un par de factores: la fama del actor o actriz, y la práctica que realizará frente a la cámara. Una escena común paga a una mujer unos $1.000. Prácticas más extremas pagan mejor.
Esas cifras, sin embargo, están mermando cada vez más, como consecuencia del declive general de la industria. El Los Angeles Times reporta que los productores ahora ofrecen hasta un 30% menos a las actrices por su trabajo. Los hombres actores ganan, en promedio, la mitad de lo que cobran ellas.
A medida que los pagos se reducen y las ofertas laborales expiran, la industria pornográfica se enfrenta a una coyuntura difícil: el mundo nunca consumió tanta pornografía como ahora, pero la pornografía nunca generó tan pocos dividendos.
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¿Es este el final de la pornografía? Por supuesto que no. Lo que parece avecinarse es el final de la industria pornográfica tradicional . En su lugar, han surgido opciones alternativas que cada vez resultan más atractivas tanto para el público como para los productores y los actores y actrices.
Una de ellas es la aparición y comercialización del porno amateur : cintas hechas en casa, sin mayores costos de producción, protagonizadas generalmente por personas con apariencia “normal”: como usted o como yo. Un reportaje de ABC News cuenta la historia de Antoinette, una mujer de 25 años que gana $500 por un total de 20 minutos de escenas cortas en un mes.
Otra opción cada vez más popular es la de chats con video en los que los participantes pagan por ver a una actriz o un actor realizar actos sexuales en vivo. El mayor conglomerado de servicios de este tipo es el sitio web LiveJasmin.com, que se ubica como la página web número 227 en el ránking de visitación mundial.
Los días de grandes producciones pornográficas parecen haber llegado a su final. Pero el sexo vende; mientras haya dinero disponible, el porno se adaptará al billete.
Utilería: Tienda Erótica, Mall San Pedro.