
La soda La Torcaz, ubicada frente al costado este del Parque Central de Alajuela, era un lugar detenido en el tiempo. Desde fuera, sus puertas abiertas develaban la pintoresca imagen de un gran salón, que a simple vista parecía el de una antigua casa solitaria. Al cruzar su umbral, la estructura, más alta de lo usual, regalaba la mentira de un frescor que en nada se corresponde con el sol que, bravo, se ciñe sobre el parque de Los Mangos y sus alrededores.
Era un anacronismo, pero uno vivo, como las máquinas de sorbetera que con la tecnología de hace más de un siglo siguen dando helados que endulzan y refrescan paladares. Hasta 2021, este histórico negocio alimentó a generaciones y generaciones de alajuelenses, al mismo tiempo que hacía viajar por recuerdos con sabor a suspiros caseros, helados de leche agria, sándwiches de mano piedra y la supuesta epopeya del nacimiento de la Liga.
Es por eso que al atravesar el centro de la ciudad, muchos miran con una mezcla de nostalgia, indignación y tristeza el proceso de demolición de las paredes de aquel local del que, al cerrar febrero de 2025, solo sobrevive parte de la fachada. Pero este sabor amargo que llega al alma de tantos, encuentra un dulce consuelo gracias a los herederos de este negocio familiar que es un emblema de Alajuela.
Curiosamente, la tradición de los populares helados de La Torcaz sigue viva de la mano de los medios digitales. Según contó a La Nación Carlos Villalobos, nieto de los fundadores, su hijo Francisco y su sobrina Mariela Soto, quisieron rescatar un negocio al que la pandemia dejó en estado crítico, promocionándolo mediante redes sociales.

En 2021 falleció doña María Eugenia López, la última hija de los creadores de la soda que quedaba con vida y quien había sido el alma de la empresa familiar durante los últimos años. Este suceso, que enlutó a la familia, también hizo que las redes dejaran de ser un canal de promoción y que La Torcaz volara hacia un nuevo nido: el del mercado digital.
Ahora, usted puede disfrutar de las tradicionales recetas de helados que se legaron durante décadas y por un extenso árbol genealógico, contactando al Whatsapp 8392-3000. Actualmente, ofrecen varios sabores (algunos cambian por temporada) en las siguientes presentaciones: de palito, vaso, 1/4 de galón y medio galón.
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Eso sí, de momento, las frutas, los suspiros, repostería, sándwiches y otros alimentos típicos de La Torcaz ya no volverán a ser saboreados.

La Torcaz, una historia de más de siete décadas que nada demolerá
La Torcaz se fundó en los años 40, primero como una edificación de bahareque que albergó los sueños del matrimonio entre Mauricio López Salazar, un zapatero josefino, y Adoración Elizondo Salazar, una cocinera cartaginesa. Fue el lugar que hizo que López dejara de vender helados en un carretón con su mano derecha de toda la vida, Enrique Santamaría, y que pasara a tener su propio local junto a su esposa, quien se encargaba de la repostería casera.
López, según revela su descendiente Carlos Villalobos, se inspiró en las palomas del parque para dar nombre a su nuevo negocio, pues torcaz es el nombre de una especie de estos pájaros. Para aquel momento, junto a Germán Salazar (otro amigo) creó las primeras máquinas de sorbetera y, consecuentemente, delegó a su colega la responsabilidad de arreglarlas cuando surgía un desperfecto.
Mauricio y Adoración, quienes vivían en El Cacao de Alajuela, procrearon a dos hijos y tres hijas. Los hijos varones fallecieron jóvenes, con edades entre los 30 y 40. Esto ocasionó que las tres mujeres, todas educadoras de profesión, estuvieran ligadas al negocio durante sus vidas. Luego vino una tercera generación más desentendida con la soda, con la gran excepción de Carlos Villalobos, quien se convirtió en el consentido de su abuelo.

Villalobos tuvo una gran cercanía con su antepasado, quien le enseñó los secretos de la cocina; así como las mañas que había aprendido “traveseando” en mecánica y refrigeración.
“Yo era el más tortero. La casa de mi abuelo estaba como a 300 metros de la de nosotros; entonces, cuando a mí me iban a castigar, yo salía corriendo hacia donde él para que no me hicieran nada. Era muy cercano a él y aprendí desde lavar platos hasta hacer los helados; desde que tenía 6 o 7 años yo molía el hielo”, relató Carlos, de 63 años.
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Villalobos recuerda que su abuelo llegaba a la soda en la mañana con el carretón cargado de helados y, al medio día, lo enviaba a él de vuelta a la casa para que recogiera la repostería cocinada por su abuela. Su memoria atesora los cambios que vivió el negocio y la propia Alajuela, desde aquellos tiempos en que el fundador de La Torcaz cerraba la soda desde el Miércoles Santo hasta el Domingo de Resurrección.
“Cuando se iba la luz, algunos de los que llegaban ahí (a La Torcaz) salían corriendo sin pagar, según ellos. Entonces iba mi abuela donde el papá y le decía: “Mirá, tu hijo salió corriendo y no me pagó tanto” (risas). Todos se conocían, los tiempos han cambiado, pero así era la época de mi abuelo”, rememoró.

También fue él quien se encargó, junto a su esposa Katia Ledezma, de escribir las recetas, porque su mamá todo lo hacía “a puro cálculo”.
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“Mi mamá era un vacilón: ‘Ay, que le falta naranja, le falta azúcar...’. Le decía yo: ‘Usted se muere y no puede heredar uno nada’. Decía que le faltaba algo y cuando uno le preguntaba cuánto había que echarle, le respondía: ‘Más o menos, usted calcula’”, narró entre risas.
Respecto a la sonada afirmación de que el edificio de La Torcaz se llamó a principios de siglo Salón París y que ahí se fundó la Liga Deportiva Alajuelense, Carlos contradice esa versión. Aunque tiene todos los motivos para desear que hubiera sido así, pues él y gran parte de su familia son de corazón rojinegro, asegura que este salón se encontraba a un costado del negocio de sus abuelos, donde actualmente se ubica una sede del Banco Nacional.
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“Lo que pasa es que la gente dice que ahí era (el salón París), entonces, ¿para qué uno se va a complicar la vida? ¿Para qué va pelear uno con la historia de ellos (la Liga Deportiva Alajuelense)? Hay que dejarle la verdad a ellos. Hasta le pusieron una placa de mármol de que ahí se fundó la Liga, lo cual no es cierto”, afirmó.

Villalobos explicó que el edificio de La Torcaz fue heredado a un nieto de los fundadores, quien ante la caída en ventas del negocio ocasionada por la pandemia decidió ponerlo en venta. Hoy está en otras manos, por las que no corre la sangre de Mauricio López y Adoración Elizondo, y que han decidido demolerlo para fines que no han trascendido.
Y sí, esta demolición es otro golpe a la identidad de Alajuela, a un pueblo que le ha tocado rebuscar entre escombros su historia, tal cual como las torcaces que rebuscan su sustento entre los granos de maíz y boronas del suelo del Parque Central.
Pero en medio de esto, las nuevas generaciones, como los herederos que preservan la tradición de la soda, reverdecen desde sus raíces; idénticos a los grandes palos de mango que han visto a miles de personas que ya no están, a edificios que no existen, pero que siguen inamovibles como símbolo inconfundible de la provincia y que sin importar los años todavía golpean con sus frutos las cabezas que atraviesan el parque.