Si bien no se acogió a la temática de la reciente edición de la Met Gala, Kim Kardashian logró, una vez más, que los ojos se posaran sobre ella, siendo la protagonista de variedad de comentarios en la alfombra roja. El lunes 2 de mayo, la socialité desfiló con el inolvidable vestido que Marilyn Monroe usó, en 1962, para cantarle cumpleaños al presidente John F. Kennedy.
Usar esta pieza, que es propiedad del museo Ripley (en el 2016 lo adquirieron en una subasta por casi $5 millones. Al parecer, Monroe pagó por él en su momento unos $1.500), implicó varias exigencias para Kim Kardashian, entre ellas tener que perder siete kilos en solo tres semanas.
Kardahian, quien llegó acompañada por su novio Pete Davidson, explicó a Vogue cómo fue el proceso para usar el diseño de Jean Louis, que inicialmente fue plasmado en papel por Bob Mackie.
“Me ponía en un traje de sauna dos veces al día, corría en la cinta, eliminé el azúcar y los carbohidratos, solo comía las verduras y proteínas más limpias... Cuando estaba en la prueba final del vestido y vi que me quedaba bien, quería llorar de alegría”, explicó en la entrevista.
La empresaria y socialité complementó su look llevando el cabello en color rubio platinado. En el proceso de decoloración tardó 14 horas seguidas.
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El vestido tiene como adornos 6.000 cristales y, para poder ponérselo, Kardashian debió usar guantes. Según explicó a Vogue, ella se probó inicialmente una réplica para saber si la pieza original le serviría, todo salió bien. Sin embargo, cuando el vestido voló hasta su casa, quiso llorar cuando vio que no le quedaba bien, pues es imposible modificarlo.
Fue entonces cuando Kim pensó que prefería adelgazar en lugar de optar por utilizar otro diseño.
“No me morí de hambre, pero fui muy estricta”, agregó. En la siguiente prueba la prenda le quedó perfectamente y en ese momento quiso volver a llorar, pero ya no de frustración, sino de alegría.
Kim Kardashian utilizó el vestido original solamente para posar en la alfombra roja. Ella llegó al evento con una bata y fue protegida de los paparazzi gracias a unas barricadas que instaló previamente su equipo.
La logística también incluyó que, en el Metropolitan Museum de Nueva York, se improvisara un pequeño vestidor en el que Kim fue vestida con la pieza. Luego de las fotos, ella se atavió con una réplica exacta del vestido. No podía arriesgarse a dañar la joya original. En esta oportunidad decidió no usar el maquillaje corporal que acostumbra para resguardar la histórica prenda.