American Football es la banda que no iba a ser y lo terminó siendo; es uno de esos frutos extraños dignos de estudio a lo largo de las décadas.
Veinte años después de su primer disco, titulado con el mismo nombre del grupo, no cabe duda de que su historia y legado han envejecido muy bien. Sin ser una banda de un nicho reducido, pero sin tampoco convertirse en un fenómeno mainstream, American Football es una creación extraña que llevó al rock y al emo a darse un abrazo con sonido propio.
La historia sin fin
Posiblemente lo más curioso de realizar una retrospectiva de American Football es encontrarse con la historia de su primer álbum homónimo.
En el epílogo del siglo pasado, la banda se atrevió a realizar este lanzamiento y el grupo rápidamente se disolvió. Para aquel momento el posible drama no acaparó portadas de periódicos porque se trataba de una banda emergente y no es de extrañarse que sucedan estas situaciones en tales circunstancias.
Eso sí: los músicos no eran completamente novatos, empezando por su vocalista. Mike Kinsella, la voz de la agrupación, quien venía de una familia de músicos que lo animó a integrarse a casi una docena de agrupaciones de su natal Illinois, donde probó con distintos géneros y le supo bastante bien el sabor de las guitarras melancólicas cargadas con letras de embrollos adolescentes.
Kinsella siempre ha sido tal vez demasiado relajado, así que nunca le interesaron las formalidades detrás de estar en una cochera ensayando piezas propias. Posiblemente, su intento más organizado de integrar una banda anteriormente fue The One Up Downstairs, donde se juntó con Steve Lamos (futuro baterista de American Football) y otros dos músicos de turno. Allí grabó algunas piezas que gravitaron en algunos círculos alternativos, pero el proyecto no carburó.
En medio de ese circuito, Kinsella y Lamos terminaron conociendo al guitarrista Steve Holmes, con quienes hicieron migas y se sorprendieron de sus gustos en común. Ellos tres dieron, en 1997, los primeros pasos de lo que posteriormente llegaría a ser American Football.
En ese primer álbum, lanzado oficialmente en 1999, el grupo concretó la interacción de guitarras eléctricas (una usualmente haciendo arpegios atmosféricos, la otra realizando intersolos en las piezas) con letras que Kinsella había escrito desde años anteriores, cuando se enamoró de la música de The Cure, The Smiths y “toda la mierda triste que hubiera”.
Kinsella y compañía se tomaron con tanta calma el álbum que las primeras versiones se grabaron en la sala de su casa (la tapa del álbum es justamente la fachada del hogar) y ni siquiera se preocuparon por titular las canciones; simplemente se referían a ellas como “la canción que está en sol, la canción que está en la menor...”.
Prueba de esa despreocupación es que el disco no tuviese un nombre particular, sino el de la propia banda.
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La efervescencia
Una que otra pieza del primer álbum logró colarse en las emisoras de la universidades locales (sobre todo en la de Illinois, donde Kinsella estudió), pero el suceso llegaría con paso lento.
A comienzos del 2000, sin un motivo concreto, las piezas del álbum fueron recibidas con los brazos abiertos por la comunidad emo, posiblemente por su franqueza lírica y sonido fresco. Era música emo que, sin gritos ni solos despampanantes, ofrecía un viaje triste y consolador al mismo tiempo, con una buena influencia del math rock.
Al mismo tiempo, la banda se disolvía.
“Todos vivíamos en el mismo lugar, Mike y Steve estaban terminando la facultad y estaban por volverse a Chicago. Yo era un poco más viejo que ellos, pero todos vivíamos en una ciudad universitaria que se llama Champaign, donde me quedé unos diez años más. Creo que la razón por la que nos separamos fue solamente que, bueno, estabámos creciendo y teníamos que definir cuáles iban a ser los próximos pasos en nuestras vidas”, confesó Lamos al portal Silencio en el 2016. De paso, aseguró que la banda nunca fue vista como un proyecto a largo plazo.
Para poco más de mediados de los 2000, la banda tenía un culto masivo: desde las radios el público rogaba un regreso de la banda que parecía imposible y sus piezas se convirtieron en himnos que sonaban en las previas de conciertos de emo, punk y rock alternativo.
Con la etiqueta de ser el álbum perfecto para redescubrir la juventud y sus calamidades, Stereogum agregó dos de las canciones del álbum entre las treinta canciones esenciales de la era de oro del emo; NME listó el álbum entre los 20 mejores discos emos que han resistido el pasdo del tiempo; y Rolling Sone incluyó a la producción como el sexto mejor álbum emo de la historia.
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Con estos reconocimientos tardíos, la banda no pudo eludir su regreso. Para abril del 2014, el sello Polyvinyl lanzó un sitio web que tenía una cuenta regresiva. Al expirar el cronómetro, la banda anunció dos conciertos y el regreso a la actividad, que se vería consolidado en el 2016 con otro albúm homónimo diferenciado por el nombre LP2.
La euforia del nuevo recibimiento dejó a los tres músicos satisfechos y decidieron continuar su camino. Este 2019, con las dos décadas del aniversario de su debut, lanzaron LP3, álbum que ha dejado con gran satisfacción a la crítica y, nuevamente al público, con el agregado de Nate Kinsella en la formación titular y las colaboraciones de Rachel Goswell, vocalista de Slowdive; Hayley Williams, vocalista de Paramore; y Elizabeth Powell, vocalista de Land of Talk.
En este disco, cargado del tono emo y de una atmósfera mucho más contemplativa que sus predecesores, da la impresión de la madurez después de la tormenta. Los muchachos que lloraban con guitarras ya son padres de familia que no olvidan al emo que los talló hasta los talones.