Este mayo se cumplen 20 años desde que Jazz Café abrió en San Pedro, como un pequeño local al margen de la carretera Interamericana que ofrecía exactamente lo que decía su nombre, música jazz y café. El local tenía una vitrina con pasteles y repostería para acompañar las bebidas calientes, pero duró poco.
“En cuestión de dos semanas ya no había pastelería. ¡Es que nadie quería comer queque con birra!”, dijo entre risas Theo Peters, uno de los dueños. Por dos décadas este empresario holandés ha sido el administrador del local de San Pedro y luego de el de Escazú, que abrió en febrero del 2008.
Theo se ha dedicado a que el lugar tenga un servicio y un restaurante adecuados, pero lo suyo es más que enfriar las birras. Los otros socios, Iván Rodríguez (Malpaís) y Carlos Sequeira (Las Tortugas), señalan a Theo como el encargado de aterrizar los planes, sueños y locuras que se les han ocurrido durante este tiempo.
Uno podría especular que casi todos los grupos de amigos del país han fantaseado con tener un bar, pero lo que ellos soñaban era aún más complicado.
“Si uno ve la lista de artistas que han pasado por Jazz Café, uno puede imaginarse que compite con varios de los teatros más prestigiosos de Latinoamérica”, señaló Rodríguez. Y así es.
Jazz Café abrió sus puertas por primera vez con la visita de Chucho Valdés & Irakere, un combo infalible para atraer a los conocedores del jazz latino y la música cubana.
Los tiempos han cambiado y el local ya no recibe a tantos músicos de jazz, pero los fundadores de Jazz Café insisten en que marcaron un antes y un después en los locales de música en el país.
De pasillos a un escenario
La historia de Jazz Café ha sido marcada por las necesidades de los músicos costarricenses.
20 años atrás los músicos de jazz podían visitar el país solamente en teatros o bares, y ninguno de los dos espacios era el más adecuado para recibir un concierto “mediano”, dirigido a unas 200 o 500 personas.
Para rematar, no existían los bares especializados en conciertos.
“No había tarimas. En cualquier bar te ponían en una esquina, o en alguna pasada, te ponían resolver todo lo del sonido porque no tenían nada que ofrecerte, era muy complicado...”, comenta Carlos Sequeira.
“Nunca había sonido, si uno quería que alguien tocara o tocar en un lugar había que alquilar todo y simplemente no era rentable”, señaló Iván Rodríguez.
Ambos músicos –y muchos otros más– pueden contar cientos de anécdotas así. Rodríguez dice que soñaban con un local que tuviera el escenario como protagonista, al estilo de la franquicia estadounidense House of Blues o el Blue Note de Nueva York, un famoso club de jazz.
Afortunadamente, la vida los juntó por casualidad.
“Todo arrancó en un viaje que hicimos Iván y yo a El Salvador. Yo trabajaba en publicidad e Iván nos daba servicios de producción de eventos.
”Allá estábamos produciendo un festival y hablamos de lo mucho que nos gustaría hacer algo así en Costa Rica. Nos parecía que el mercado estaba ya listo para tener un lugar de jazz, porque aunque el género no era considerado popular, los músicos de aquí estaban volando”, recordó Sequeira.
Ese festival centroamericano, el Free Jazz Festival, les dio más impulso a seguir soñando con un local para Costa Rica y pronto encontraron el espacio indicado. Estaba en San Pedro de Montes de Oca, un cantón que desde entonces reunía artistas, músicos, bailarines y demás, por el campus de la Universidad de Costa Rica.
Era un edificio de ladrillo, casi un “agujero en la pared” y estaba al lado de un bar gay.
“Para esa época todo el asunto de la homosexualidad tenía mucho tabú y por eso ese lugar estaba tan sombreado. El dueño nos ofreció el espacio de al lado y aceptamos, nos pareció que era una buena ubicación”, comentó Carlos Sequeira.
Al principio la mesa de sonido estaba arriba y por eso los sonidistas debían subir temerosos por unas escaleras que estaban en medio del salón principal. Escoger el equipo necesario para que todo sonara bien fue resuelto por la experiencia de Iván Rodríguez y Carlos Sequeira, pero tener un bar es más que llevar músicos: había que pagar recibos, impuestos, hacer cuentas y, sobre, todo mantener los detalles bien cuidados.
Ahí entró a la ecuación el holandés Theo Peters, presentado a los socios por una holandesa en común, un hombre con un hijo músico y con las ganas de tener un restaurante. Los intereses calzaron perfecto.
Una escena
“Hicimos el primer concierto en mayo o finales de abril y cerramos por una semana, porque había problemas con los permisos de la municipalidad. El grupo Irakere tenía esa fecha reservada y no había cómo cambiarla y costó, pero se hizo el concierto”, señaló Sequeira.
El primero concierto, entonces, fue con Chucho Valdes & Irakere, con 17 músicos en el escenario. La tarima estaba en el centro del bar para darle la mejor visibilidad a todos los que fueron y ese momento marcó un punto importante para la escena musical: finalmente había un lugar especializado en lo que amaban.
Cuando se les habla los dueños del lugar sobre ese concierto se transportan a ese momento momento particular; se les ve en las caras; lo mismo ocurre con los músicos que estuvieron ahí.
Robert Aguilar es uno de ellos y sostiene que Jazz Café marcó una época de lujo para ver jazz en el país. Él vio en ese escenario a algunos de sus grupos favoritos de jazz: Yellowjackets, a Mike Stern, John Patitucci, Denis Chambers.
“No sé cómo lograron que nos tomáramos una cerveza tica mientras teníamos en frente a leyendas del jazz, era algo increíble”, contó Robert. Él cuenta que gracias a Jazz Café conoció a otros músicos y se hizo de un nombre en la escena.
“Imaginate hace 20 años y desde el primer momento los maes entraron con luces, tarima, mesa de sonido, con Iván Rodríguez curando la agenda de conciertos”, recordó Aguilar.
Uno siendo chamaco sabía que ahí no podía llegar con cualquier vara y de verdad en esa época costaba mucho lograrlo, había que llegar ahí con algo”, insistió.
Con él coincidió Zurdo, que hizo en el jazz carrera con grupos como Santos&Zurdo y grabó en ese escenario el disco Hello Hello (2007) del grupo Parque en el Espacio, allí mismo.
“La primera vez que toqué en el Jazz Café llamé a todo el mundo, a mis tatas y mis amigos, porque era una gran vara lograr tocar ahí, se veía como un logro y era importante para uno en su carrera”, comentó Zurdo.
Robert Aguilar llegó ahí atraído por el jazz, pero otros músicos fueron seducidos por el world music de los lunes de Mundoloco, donde se formó una escena que Zurdo recuerda con cariño
“Bernal tomó el peor día de la semana y lo transformó en todo un movimiento, con esa fecha y el programa de radio. (…) Esos lunes eran un gran llenazo, porque aparte de ver la música compartías con un grupo de gente que quería conectarse y ese lugar era el punto de reunión”, recordó Zurdo.
Ahí Zurdo recuerda haber conocido a Bernal Villegas y otros músicos mayores. Lo mismo Robert Aguilar, que recuerda cómo el jazz permitió un intercambio generacional.
“En Jazz Café se cocinó todo lo que creo yo que es la escena de jazz, para bien y mal. Muchos de los grupos que existen se formaron ahí, me acuerdo de ir a ver en los jam sessions a gente que incluso ya murió, como a Fidel Gamboa, que uno veía tocar a llevar cátedra”, contó Aguilar.
“El jazz fue un lugar donde todos los múscos íbamos a encontrarnos y pasaban varas, todos aprendimos mucho”, agregó.
Menos jazz
Hoy en día el Jazz Café ya no sirve café en las tardes y casi no tiene jazz. Los lunes de jam session se acabaron hace unos meses y Robert Aguilar se encarga, junto a Daniel Ortuño de hacer de DJ de vinilos.
“Me dio mucha tristeza asumir el espacio de los lunes, porque ese era el día de los jams. Sigue siendo un lugar cuidado, limpio, con buen sonido y espacio, pero que por distintas razones no tiene el mismo tránsito de músicos que antes”, señaló Aguilar.
El éxito de Jazz Café hizo que se expandiera en tamaño e incluso a una locación en Escazú. Pero para mantenerse llenos, los dueños confiesan que han tenido que alejarse de su visión original.
“El público ha cambiado y lo que más jala gente son los conciertos de tributo a un grupo de rock o plancha”, señaló Iván Rodríguez. Es común ver en las carteleras de Jazz Café estos tributos, además de shows de stand-up comedy o eventos privados.
En algún punto la naturaleza contemplativa y los precios de Jazz Café se volvieron incompatibles con conciertos de rock, ska y otros géneros con los que el público quería saltar y moverse y tomar barato.
“En conciertos de rock o de menores la gente casi no consume y el bar necesita eso para mantenerse”, señaló Theo Peters. Él asegura que de vez en cuando reciben conciertos de música original a sabiendas de que sean llenazos.
Jazz Café San Pedro sigue con sus puertas abiertas y recordando algunos de los conciertos que más les sorprendieron: Dennis Chambers, Frank Gambale, Steve Smith e incluso Luis Salinas, quien regresará a Jazz Café, al de Escazú, a finales de mes.
Recordando todos estos conciertos que albergó el lugar, los tres socios del local brindaron y sonrieron. No saben dónde estarán en 20 años, pero tienen claro que en los últimos 20 dejaron un legado.