Es probable que usted haya escuchado Frágil, de Inconsciente Colectivo, o Al final, de Suite Doble, o Gira el mundo, de Percance, o Silencio, de Porpartes. Todas son algunas de las más reconocidas canciones de la música popular local, y en todas metió mano Alberto Ortiz, nombre que pocos reconocen pero que los enterados enuncian con respeto y admiración.
Alberto es una suerte de meta para los músicos costarricenses que quieren hacerse de una grabación profesional nítida y depurada. “Como productor, nos contratan para que el disco pegue, ya sea artística o comercialmente”, dice Ortiz, sentado en su estudio de grabación en Escazú, rodeado de árboles y pequeñas casas que transpiran paz a cinco minutos de distancia del caos citadino.
Quienes graban con él se atienen a las consecuencias: si le parece necesario desligar a un músico del proceso de grabación lo hace; si algo no sale bien lo graba 100 veces más; si alguien trae una vibra negativa rápido se transforma. Es el precio a pagar para poder decir: “Mi disco lo hizo Alberto Ortiz”, y es un precio justo.
“El ambiente del estudio es muy inhóspito para un músico; es como que te pongan en el microscopio, y pensás: ‘Esto va a quedar para siempre’. Hay que transformar ese ambiente tan inhóspito en algo divertido o tenso o lo que sea que le dé vida”, dice.
Con un currículo en el que aparecen algunos de los discos más sonados del rock y pop costarricense de los últimos 25 años, y con década y media de trabajo independiente en ingeniería de sonido y producción, el Bera Ortiz –por medio de su Jungle Sound Studio (antes El Clóset)– es una institución de la música costarricense que sigue a toda máquina.
Actualmente labora en discos nuevos de Fuerza Dread y República Fortuna, entre otros, y en años recientes ha producido álbumes como Hacer ecoo, de Cocofunka; Casa Club, de Henna; y Auras y frecuencias, de Ale y la Suite Estéreo, todos con una calurosa acogida y repercusión.
“Dije que Costa Rica se iba a internacionalizar cuando todos decían: ‘Eso nunca va a pasar’, y yo decía: ‘Va a pasar y está pasando’, y ahora está pasando a toda máquina”, reflexiona, en alusión al proceso ascendente de la música tica de los últimos años, del cual debería de saberse partícipe.
Pericia. El Bera abandonó el sueño de ser estrella de rock a los 21 años. Sabía tocar piano, violín y guitarra desde temprana edad, y –además de practicar el rock con palo de escoba frente al espejo– ya había tocado con bandas como Armagedón y Metro.
Luego de abandonar el sueño de ser rock star tocó con otra mentalidad en grupos como Café con Leche, Igni Forroque y Oveja Negra, entre otros; pero, el interés hacia las cintas, las consolas y las técnicas de grabación ganaba terreno como prioridad.
De joven había estudiado semestres de carreras como Derecho y Publicidad, pero aprendió su destreza trabajando para estudios de grabación de jingles y algunas producciones musicales, de la mano de maestros como Fidel Gamboa y William Porras.
“En el 91, cuando estaba con Fidel, me dieron mi primera producción, que era Frágil de Inconsciente Colectivo. Había que transformarla de bossa nova a una balada rock”, recuerda.
“Yo oí la pieza y pensé en Bon Jovi; obviamente no iba a sonar así, porque no es lo mismo, pero la voz era extraordinaria y lo que teníamos que hacer era suplantar toda esa percusión y hacerla más tipo balada, más pesadita”.
La canción se convirtió en un gran éxito local e incluso concursó en Japón. Alberto trabajó varias piezas más de la banda para su disco homónimo, pero ninguna con el alcance de Frágil, la cual lleva su marca incluso en las guitarras: “El guitarrista se salió y yo agarré las guitarras, lo que me hizo el trabajo más fácil”.
Consolidado. Luego de Frágil vino un golazo, como él lo define. Mientras trabajaba en una agencia de publicidad haciendo jingles, trató de producir el primer disco de Gandhi y solo pudo meter mano en El invisible, pero cuando el tiempo lo permitió aparecieron Marta Fonseca y Bernal Villegas con 69, el grupo que luego se llamó Suite Doble, y cuyo álbum debut 69 (1997) marcó un momento significativo para el pop original costarricense.
Un año después salió Suite Doble, el cual también produjo, y cuya fama también fue apabullante. Por esos discos, Gandhi y Evolución se interesaron más en su trabajo. Evolución le confió Absorbiendo la magia, su segundo álbum y el más oscuro de su discografía, el cual Alberto define como “controversial, claustrofóbico, amenazante y furioso”.
Absorbiendo la magia fue su primera producción dedicado de manera independiente a la grabación, fuera del mundo de la publicidad. Ortiz dice que nunca entendió bien lo que tenía en mente Balerom para ese disco y que el proceso de grabación fue complicado, al punto de tener un colapso nervioso durante la grabación.
“A la mitad del disco me enseño las piezas del siguiente disco (Mundo de fantasía) y yo dije: ‘¿Por qué no me dejaste producir estas? ¿Qué te pasa?’, pero así pasa; ese fue el que me tocó a mí. No disfruté hacerlo pero supongo que es un documento de furia muy puro”, sostiene, aunque también dice que le hubiera gustado grabar a la banda de nuevo.
Desde entonces, la lista de discos que ha producido es monumental: Porpartes, de Porpartes; Hasta que vuelva a amanecer, de Kadeho; Otra dirección, de Los Bespas; Hello hello, de Parque en el Espacio; Soda cassette, de Henna; Después del uno, de Esteban Calderón; ¿Dónde iré a parar?, de Percance; y El Parque, de El Parque, por mencionar algunos.
Por sus labores acumula ocho premios ACAM y muchas de las bandas con las que ha grabado han colocado sus temas al frente de las listas de éxitos y en rotación en medios internacionales, sin contar el volumen de discos en los que ha prestado servicios de mezcla y masterización. Cuando el Bera está en los créditos hay algo asegurado: calidad.