Empecemos por el final. Que Bad Bunny se acercara a sus fans ‘volando’ fue lo mejor de un concierto que estuvo lleno de cosas bonitas, mucha música, perreo, besos, corazones y muchos tiburones bailarines.
En su esperado concierto, realizado la noche de este 24 de noviembre en el Estadio Nacional, el puertorriqueño recorrió en su palmera voladora el recinto deportivo. Mientras estaba en lo alto interpretó el tema La canción y sus fieles admiradores la bailaron con él.
Así, Bad Bunny puso a más de 36 mil almas a bailar pegadito, a corear sensuales letras, a gritar como si al día siguiente las gargantas no fueran a doler. Miles y miles se juntaron en la joya de La Sabana para enaltecer al gran Benito y él se dejó.
En lo que fue su segundo concierto en Costa Rica, el puertorriqueño Bad Bunny presentó un espectáculo muy distante y distinto al que lo trajo por primera vez a nuestro país. Muy atrás quedó el recuerdo del 2018 en el Tajo del Parque Diversiones, porque lo que se vivió este jueves en La Sabana fue un show de primer mundo, digno de lo que actualmente representa Bad Bunny: uno de los artistas más importantes del planeta (si no el que más).
Lo prometió al inicio de su espectáculo: la noche iba a ser “un maldito party” y así fue. Desde que sonaron las primeras notas de su éxito Moscow Mule y las pantallas del escenario proyectaron el amanecer, el atardecer y luego el anochecer en una playa, se supo que el espectáculo iba a estar candente.
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Y para demostrar que lo que iba a sobrar en la noche era perreo, el protagonista de esta historia hizo lo propio con una de las palmeras que adornaban el escenario. Cuando al ritmo de Me porto bonito Bad Bunny se recostó a bailar sensualmente contra el árbol de utilería, el público explotó en éxtasis.
En el escenario, Benito (Martínez Ocasio, para quien no lo conozca) estuvo solo durante la primera parte de su concierto y eso bastó. Apareció sobre la arena falsa sentado en una silla de playa, acompañado por una hielera con bebidas y desde ahí comenzó a encantar a sus fieles fans, esos que desde la pura mañana de este jueves llevaron sol, hambre, incomodidad, posiblemente ganas de ir al baño y quién sabe qué vicisitudes para verlo en vivo.
El puertorriqueño respondió con muchas canciones al amor de sus fans, quienes llenaron el Estadio Nacional con diademas de conejito, con ropa llena de corazones y muchos muchos trajes inflables de los más dulces (y sonrientes) tiburones.
La verdad es que se sintió igual a cuando se arma una fiesta alrededor de una fogata en una noche de playa. Bien pudo ser en playa Flamenco, allá en Puerto Rico, o en Malpaís, Tamarindo, Cahuita o cualquiera de nuestras playas ticas. La energía fiestera fue la gran reina de la noche pues nadie se quedó sentado ante la descarga de éxitos con los que Bad Bunny bombardeó al Nacional.
Cuando los bailarines subieron a escena para acompañar al cantante la conexión con el público fue todavía más fuerte. Los juegos de luces, el humo, la pirotecnia, los brazaletes iluminando la gramilla y las graderías del estadio fueron puntos altos en el show, porque volvemos a decirlo: fue un espectáculo de primer nivel.
Un poquito de todas
La lista de canciones que interpretó Bad Bunny en escena parecía eterna. Se tenía planeado que el Conejo Malo cantara más de 40 piezas, una locura, lo que se logró gracias a que muchas de ellas fueron cortadas. La idea era complacer a todos los fans y no dejar por fuera casi nada.
Y para sorpresa de muchos, entre una y otra, entre perreo y sandungueo, entre Neverita, Te boté, Tarot, Ni bien ni mal, Si veo a tu mamá y Bichiyal; de pronto Benito se quedó en silencio para que una canción muy costarricense, un ícono del rock criollo, sonara por los parlantes: De la caña se hace el guaro, en la versión de José Capmany, fue coreada a todo pulmón por el público.
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Después del rinconcito roquero siguió la secuencia de reguetón y trap. Lo más movido de la noche llegó con Safaera y, por supuesto, con el himno que ha sido una bandera de empoderamiento para las mujeres: Yo perreo sola.
En medio del show, Benito ya había dicho que él y sus acompañantes en escena estaban prendidos y que quería comprobar si Costa Rica también lo estaba: ¡Vaya que sí!, pues la energía nunca bajó, el baile no cesó y los gritos no se callaron nunca.
Pero cuando llegó Tití me preguntó, hay que decirlo, aquello se desordenó. De fijo, las Nicole y las Sofía gritaron a todo pulmón sus nombres y con ellas muchos dijeron que las amaban.
Como para bajarle un poquito al desorden, Bad Bunny se sentó en la arena con sus amigos y, con copa de vino en mano, habló con sus fans y luego les cantó Yo no soy celoso. Allí, al suave, llegaron los temas Yonaguni y Callaíta.
”Muchas gracias Costa Rica, por todo ese cariño”, dijo el cantante, después de un momento en el que aprovechó para pasearse por la pasarela de la tarima.
Detalles de una gran noche
Bad Bunny, definitivamente, sabe cómo complacer a su público. Todos estaban esperando verlo volar en su palmera y Benito estaba para complacerlos.
Mientras sonaba La canción, el Conejo Malo se dio un paseo sobre las cabezas de las personas que estaban en el sector de gramilla y así se acercó a quienes lo veían desde las graderías del sector este del estadio.
Otro momento muy entretenido y lindo de Bad Bunny en Costa Rica fue cuando subió a cuatro afortunados al escenario para que bailaran junto a él Enséñame a bailar. Tres muchachas y un caballero se movieron al ritmo del puertorriqueño y disfrutaron con el artista en tarima.
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Por su parte, el instante más romántico de la noche llegó con Ojitos lindos, pues el coro del artista provocó un sentimiento de amor que se podía sentir en el aire.
El cierre estuvo igual de emocionante que todo el concierto, pero en esta ocasión fue el sabor a merengue lo que reinó. Con Después de la playa se armó el bailongo y ahí sí que hubo sandungueo. Benito, en medio de la pirotecnia y papelitos de colores que llenaron el Nacional, se despidió de sus fans ticos, quienes con tanta ilusión lo esperaron.
Lo aman sí, porque con el Conejo Malo todos se portaron bonito...y también bastante mal.